Lc 21,1-4
Este breve relato de la viuda cierra una serie de controversias de Jesús con los ortodoxos judíos. Jesús está en el templo de Jerusalén y observa cómo la gente echa monedas en el arca preparada para recoger las ofrendas. Él a través de la mirada se encuentra con dos tipos de personajes que el evangelista presenta de forma antitética. Unos que echan sus donativos, suponemos ricos puesto que echan de lo que les sobra y una viuda pobre, penichros dice el texto griego, por tanto, casi indigente, que echa en el arca dos leptas, dos moneditas de cobre.
Jesús presenta el contraste de dos modelos de compartir: los ricos que dan mucho y la viuda pobre que da muy poco; pero el acento no la pone el Señor tanto en la cantidad sino en la calidad; no tiene en cuenta el volumen del dinero donado, sino la identidad y la situación de quien lo dona, la persona que hay detrás. Mientras los primeros dan del extra que no necesitan puesto que sus necesidades están bien cubiertas, la viuda da generosamente de lo que necesita para su subsistencia. Jesús pone como modelo ejemplar a esta persona marginada por ser mujer, además viuda y encima pobre. Ella es la que ha echado más que todos.
Una vez más, Jesús nos presenta una de sus paradojas evangélicas, curiosamente los que han echado más, han dado menos; y la que menos ha echado, es la que ha dado más; porque en realidad ha dado parte de sí misma, de lo que le correspondía para su propia vida. Y es que Dios no mira las apariencias, sino que mira el corazón (1 Sm 16,7).
¿A qué grupo pertenezco yo? ¿A los que dan su tiempo, sus talentos, sus bienes de lo que le sobra o a los que dan de lo que son, de lo que les configura, en definitiva, de los que “se” dan? Dice López Aranguren que “buscamos la felicidad en los bienes externos, en las riquezas; el consumismo es la forma actual del summum bonum. Pero el consumidor nunca está satisfecho, es insaciable, y, por tanto, no feliz. La felicidad consiste en el desprendimiento”. ¡Ojalá nosotros seamos de los felices!