Sábado de la III Semana de Cuaresma

Lc 18, 9-14

El evangelio de hoy comienza indicándonos a quienes va dirigida la parábola: a los que, teniéndose por justos, se sienten seguros de sí mismos y desprecian a los demás. Y es que, volviendo a lo que decíamos del conocimiento, nosotros podemos engañarnos creyéndonos justos ante Dios y los hombres, por nuestras “buenas obras” (limosnas, ayunos, oraciones), pero Dios conoce nuestro corazón y sabe qué nos mueve por dentro y cuáles son nuestras intenciones e intereses. A veces nuestra limosna lleva una buena dosis de vanagloria, nuestros ayunos son egoístas y no nos conducen a compartir con los que menos tienen y nuestras oraciones, en vez de ser un abandono total en las manos de nuestro Padre para que se haga su voluntad y no la nuestra, es una interminable lista de “pedidos y de quejas”.

En cambio, como nos decía el salmista, un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias, Señor. Ante eso, nuestro Dios se desborda en Gracia y Misericordia. La oración y la actitud del publicano tocan el Corazón de Dios. Esta ha de ser nuestra actitud ante Dios y ante los demás, pues el que se humilla será enaltecido, y esa ha de ser nuestra oración, abandonarnos confiados a Dios, mostrándole sin miedo, nuestra pobreza y pecado: ¡oh Dios!, ten compasión de este pecador.