Hoy celebramos la fiesta de Todos los Santos. En este día la Iglesia recuerda a todos los hombres y mujeres buenos y justos, conocidos o desconocidos que han pasado por este mundo haciendo el bien.
Entre estos santos que hoy celebramos, puede que haya algún familiar, algún amigo que hayamos conocido. Ellos nos han dado las mejores lecciones de cómo vivir en familia, cómo vivir la amistad, cómo vivir en sociedad. Seguro que todos podemos recordar a alguna persona que ha vivido en santidad. Todos podemos recordar a alguien que ha sido un ejemplo de vida, un santo, es decir, un hombre o mujer que ha sido un verdadero regalo, que Dios puso junto a nosotros y que nos enseñaron tantas cosas buenas.
Nosotros conocemos a algunos Santos, a nuestros patronos, los patronos de nuestros pueblos. Conocemos otros Santos, que la Iglesia ha querido canonizar y están en los altares. Conocemos también a otros santos más cercanos, que han vivido junto a nosotros y que es posible que aún los lloremos cuando pensamos en ellos: familiares, amigos, vecinos que han dejado un gran vacío en nuestras vidas.
Estos hombres y mujeres vivieron una vida de bondad, de fe, nos ayudaron a creer en Dios, a confiar en Dios. Muchos de ellos han vivido una vida oculta, callados, sin darse a conocer, pero han vivido una vida santa. Estos son los santos que hoy celebramos en esta fiesta de Todos los Santos.
Entre ellos no hay distinción de razas, ni de pueblos, ni de clases sociales, han nacido y vivido en todos los pueblos de la tierra.
Algunos de estos santos han trabajado en la vida social, política, sindical, comprometidos y trabajando por la justicia y la paz de sus pueblos, de sus gentes; otros han vivido lejos de la tierra en que nacieron, en tierras de misión queriendo ayudar a vivir, a enseñar la verdad; otros han vivido aquí cerca, con una vida callada, quizás sus acciones de misericordia no llamaban demasiado la atención, visitaban a ancianos en su soledad, les hacían pequeños favores, los visitaban; en una palabra, hacían el bien a todos aquellos que los necesitaban.
Hoy, todos estos hombres y mujeres viven con Dios, llenos de gozo y de alegría y desde el cielo nos acompañan en nuestra vida. Podemos sentir su presencia cerca, muy cerca de nosotros porque no se han ido de nuestro lado.
Al celebrar esta fiesta de Todos los Santos, Dios nos llama a todos a ser santos, a que la santidad sea la meta de nuestra vida. Sin embargo, nos damos cuenta que para muchas personas la meta de su vida no es buscar la santidad. Para muchos la meta de su vida es tener un buen trabajo, tener una familia, viajar, tener un buen coche, tener muchos amigos, tener una buena posición social, ser inteligente, etc. Y todo esto es legítimo, está bien, siempre y claro está que para obtener estas cosas no tengamos que sacrificar a otros ni tengamos que dejar de ser honrados. Tener muchas cosas no nos da siempre la felicidad, sobre todo cuando descubrimos que otros no tienen ni lo mínimo para sobrevivir. Nuestra máxima aspiración en la vida debe ser buscar la santidad.
Y ¿cómo podemos ser santos? El Evangelio nos propone el camino de las bienaventuranzas para llegar a ser santos. Las bienaventuranzas son, a la vez que el motivo de santidad de todos los santos, el camino de la santidad para todos nosotros.
Dichosos los pobres de espíritu, los que son sencillos y humildes; los que, por no tener, es más fácil que confíen en Dios que los que tienen, que confían en sus bienes. Se puede ser más feliz viviendo la pobreza de espíritu que estando esclavo del espíritu de riqueza, que estando pendiente del tener, el poder y el gozar.
Dichosos los sufridos, los que tienen capacidad de aguante ante las adversidades y no responden con violencia a los contratiempos de la vida y de la convivencia. Se puede ser más feliz controlando la violencia que todos llevamos dentro que teniendo agresividad. Se puede ser más feliz renunciando a los propios derechos, por amor, que estando continuamente reclamando los derechos que uno tiene.
Dichosos los que lloran. Dichosos los que afrontan con entereza el dolor y las lágrimas, porque después de llorar con todas las ganas podrán reír con todas las ganas. Se puede ser más feliz asumiendo el dolor y las lágrimas que huyendo de él.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, dichosos los que quieren que la voluntad de Dios se cumpla; la justicia es lo que se ajusta a la voluntad de Dios. Se puede llegar a la plenitud de la felicidad cumpliendo la voluntad de Dios, porque su voluntad es nuestra felicidad, más que si nos dedicamos a cumplir nuestra caprichosa voluntad.
Dichosos los misericordiosos. Se puede ser más feliz siendo comprensivo, siempre, con los pecados y las miserias de los demás que “llevando cuentas del mal”, porque el amor no lleva cuentas del mal, olvida las ofensas.
Dichosos los que trabajan por la paz. Se puede ser más feliz viviendo reconciliados con Dios, con uno mismo y con los demás, que viviendo enemistados y divididos.
Este es el camino de la santidad, el camino que millones de personas como nosotros han recorrido y están recorriendo, con dificultades, pero con fe y confianza en la ayuda del Señor.