Martes de la IV semana del tiempo ordinario

Mc 5, 21-43

Hoy el Evangelio nos presenta dos milagros de Jesús que nos hablan de la fe de dos personas bien distintas. Tanto Jairo —uno de los jefes de la sinagoga— como aquella mujer enferma muestran una gran fe: Jairo está seguro de que Jesús puede curar a su hija, mientras que aquella buena mujer confía en que un mínimo de contacto con la ropa de Jesús será suficiente para liberarla de una enfermedad muy grave. Y Jesús, porque son personas de fe, les concede el favor que habían ido a buscar.

El elemento que hace posible la acción de Dios, incluso de manera extraordinaria, es la fe.


La primera fue ella, aquella que pensaba que no era digna de que Jesús le dedicara tiempo, la que no se atrevía a molestar al Maestro ni a aquellos judíos tan influyentes. Sin hacer ruido, se acerca y, tocando la borla del manto de Jesús, “arranca” su curación y ella enseguida lo nota en su cuerpo. Pero Jesús, que sabe lo que ha pasado, no la quiere dejar marchar sin dirigirle unas palabras: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad»

A Jairo, Jesús le pide una fe todavía más grande. Como ya Dios había hecho con Abraham en el Antiguo Testamento, pedirá una fe contra toda esperanza, la fe de las cosas imposibles. Le comunicaron a Jairo la terrible noticia de que su hijita acababa de morir. Nos podemos imaginar el gran dolor que le invadiría en aquel momento, y quizá la tentación de la desesperación. Y Jesús, que lo había oído, le dice: «No temas, solamente ten fe». Y como aquellos patriarcas antiguos, creyendo contra toda esperanza, vio cómo Jesús devolvía la vida a su amada hija.


Dos grandes lecciones de fe para nosotros. Desde las páginas del Evangelio, Jairo y la mujer que sufría hemorragias, juntamente con tantos otros, nos hablan de la necesidad de tener una fe inconmovible.

Creer significa confiar aun ante la evidencia contraria; creer significa tomar los riesgos de ser criticados, creer es actuar, diría el Apóstol Santiago. Muchas veces nuestra fe queda solo a nivel de razón y no de actuación.

La verdadera fe es notoria pues expresa sin lugar a dudas la confianza y el abandono total en Dios. ¿Cómo es tu fe? ¿Es una fe intelectual, o es una fe que ante la evidencia contraria continúa diciendo: No entiendo Señor, pero creo que tú me amas y que harás lo que sea mejor para mí y para los míos?

Podemos hacer nuestra aquella bonita exclamación evangélica: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad»

Viernes de la III semana del tiempo ordinario

Mc 4, 26-34

Como continuación de la explicación de la parábola del sembrador, Jesús nos presenta cómo es que crece el Reino.

Nos deja ver que no es nuestro esfuerzo el que hace crecer el Reino sino la fuerza y la vida que ya está en él.

A veces pensamos que nuestro esfuerzo de evangelización no está resultando y no da fruto. Sin embargo la acción escondida de Dios en el corazón de aquellos con los que compartimos la Palabra y nuestro testimonio cristiano va haciendo germinar en ellos la vida del Espíritu.

Por otro lado, parecería que nuestro esfuerzo es muy pequeño, sin embargo ese pequeño grano, ese esfuerzo por hacer que Dios sea conocido y amado, crecerá con la gracia de Dios, hasta ser un gran árbol.

Por lo que no debemos de desanimarnos; lo que Dios espera de nosotros es que ayudemos a esparcir la semilla y que tengamos fe en el poder que encierra en sí mismo el Evangelio y el testimonio cristiano.

Jueves de la III semana del tiempo ordinario

Mc 4, 21-25

 Hoy hemos escuchado dos parábolas, tomadas de la experiencia cotidiana, cosas simples que son reveladoras y que Jesús aplica a la vida del Reino.

Jesús había visto cientos de veces a María encendiendo las lámparas en casa y poniéndolas en un lugar alto.

Nuestra luz (en otro lugar, Jesús llama así a nuestras buenas obras, hoy diríamos nuestro testimonio) debería ser una luz sencilla, suave, alegre, convencedora.

Jesús había visto a los comerciantes medir los granos o el aceite y había visto medidas más o menos colmadas.

¿Cómo medidos a los demás? ¿Qué medida de severidad usamos al juzgar? ¿Damos sólo lo que nos sobra? Con Dios, ¿qué media usamos?, ¿de comerciante o de amigo?

La luz de la Palabra nos ha iluminado. La cena del Señor nos da fuerza y aliento para seguir su camino.

Miércoles de la III semana del tiempo ordinario

Mc 4, 1-20

Hoy hemos iniciado una serie de cinco parábolas de Jesús.

La parábola del sembrador, que tal vez habría que llamar mejor la de las distintas clases de tierra, nos enfrenta a un cuestionamiento: ¿qué clase de tierra soy yo? 

Jesús utiliza imágenes que para el pueblo son conocidas. Todos habían experimentado la alegría de sembrar. Sembrar es despertar la esperanza, aún con los riesgos de un mal tiempo o las adversidades que pueden dañar las plantas. Sembrar es querer cambiar el destino y forjar un mundo diferente. Sembrar es tener confianza en la tierra que recibe la semilla.

Si hoy nos fijamos en esta bella imagen descubriremos la gran confianza que nos tiene nuestro Padre Dios, que pone en nuestro corazón su Palabra esperando con ilusión que de fruto. No se fija en si somos buenos o malos, simplemente a todos nos da la oportunidad de recibir esa Palabra, hacerla germinar y dar frutos.

Los frutos en el contexto bíblico, desde el Antiguo Testamento, están relacionados directamente con la justicia y la actitud a nuestros hermanos. No se puede decir que se recibe y asimila la Palabra cuando no produce frutos de comprensión, armonía, reconocimiento y amor por el hermano.

La parábola de este día nos insiste en la necesidad de dar frutos y en los obstáculos que se pueden encontrar para hacer germinar esa semilla. Son las dificultades reales del tiempo de Jesús, pero también son las dificultades reales de nuestro tiempo. La superficialidad que no permite la entrada al corazón, que se queda por encima, que aparenta solamente una postura; la inconstancia, la falta de perseverancia; la facilidad con que se cambia de ideales y se deja los verdaderos valores que sostienen la propia decisión.

Las preocupaciones de la vida y el excesivo apego al dinero, que ahogan y hacen estéril la Palabra, son problemas reales, muy actuales que debemos enfrentar y tener muy en cuenta para dar fruto.

Finalmente, de modo admirable y con un aire de optimismo, nos presenta a quienes dan fruto. La alegría no se basa en la cantidad, sino en que se ha dado fruto.

Hoy es una oportunidad maravillosa, para decir nosotros: ¿Qué frutos estamos dando? Una ocasión para reflexionar: ¿Cómo estamos dando ese fruto y cuáles son las dificultades que tenemos para recibir y hacer vida la Palabra?

Martes de la III semana del Tiempo Ordinario

Mc 3,31-35

Detrás de esta escena del Evangelio que a primera vista parecería un desprecio a la familia de Jesús, se encierra una gran enseñanza. La familia judía, como muchas de las familias tradicionales del ambiente rural, al mismo tiempo que fortalecen y animan, también encierran y condicionan. En este aspecto, la familia judía encerraba mucho más y aunque ciertamente proporcionaba seguridad al ser tan amplia, también limitaba la actuación.

Ahora Jesús inicia una nueva familia y amplía los márgenes de aquella pequeña célula.

Quienes hemos vivido y compartido experiencias con familias numerosas, pero en cierto sentido aisladas, hemos experimentado los fuertes lazos que hacen crecer a la persona, pero también en muchos sentidos la restringen y condicionan.

Jesús quiere que su familia vaya más allá de los lazos de carne y sangre. Es más lo que ya resulta más problemático para el pueblo judío, abre los horizontes a todos los pueblos y a todas las naciones. Su única condición es que cumpla la voluntad de Dios y la voluntad del buen Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos, es que todos los hombres y mujeres, hechos a su imagen y semejanza, formen una sola familia.

Cristo viene a renovar los lazos de la familia original de Dios: toda la humanidad.

Hoy asistimos a fenómenos contradictorios, por una parte nos sentimos como la aldea global donde un estornudo se escucha y repercute por todo el planeta, pero por otra, nos encerramos en nuestras trincheras e ideologías que nos apartan de los otros y nos hacen sentir exclusivos. Nunca como en este tiempo se experimentó la necesidad de formar una sola familia y arriesgarse a construir un mundo para todos.

Pero nunca como en este tiempo se experimentó el individualismo, el aislarse y la lucha feroz que aniquila a los otros y no los contempla como hermanos.

Jesús nos propone en este día no un desprecio a la familia de sangre, sino una apertura y un cariño a toda la humanidad como nueva familia. Si a cada hombre y a cada mujer los contemplamos como hermanos, podremos hacer de toda la humanidad la nueva familia de Dios y así cumpliremos la voluntad del Padre.

Así lejos de un desprecio, María es una alabanza, a la que desde el inicio dijo: “hágase en mí según tu palabra”

Por ello pertenecerán realmente a la familia de Jesús y María aquellos que hacen la voluntad de Dios. ¿Podríamos decir que nosotros formamos parte de esta familia?

Viernes de la II semana del tiempo ordinario

Mc 3, 13-19

 ¿En qué te fijas tú para escoger a tus amigos? ¿Qué cualidades y condiciones le pondrías a una para tenerle tanta confianza para encargarle lo más importante?

Siempre sorprende la forma de actuar de Dios Padre, que es la misma forma de actuar de Jesús.

San Marco comienza la narración del evangelio de hoy de una manera solemne, haciéndonos subir al monte con Jesús. En un monte se había hecho la primera Alianza, en un monte se había dado los mandamientos. En la montaña se siente más la presencia de Dios. A la montaña se va para orar en los momentos decisivos. Y después de esta solemne introducción, San Marcos nos dice que Jesús llamó a los que Él quiso.

Curiosidad grande tendríamos de ver quiénes son los elegidos. Empezamos a ver los nombres y encontramos representantes de todos los estilos, de todos los caracteres, de todas las tendencias, pero todos, como un día alguien dijo, de bajo perfil.

¿Por qué los llamó? Porque Él quiso. Quizás podríamos decir porque Él los quiso y los quiere.

Entre los doce escogidos, número más simbólico que necesario, tenemos toda la gama de personas, pero todos reconociéndose amados por Jesús. No destruye sus familias, pero sí constituye una nueva familia. De ahora en adelante los encontraremos a todas horas con Jesús, estando de acuerdo con Él o mirándolo con desconfianza y perplejidad; aprobando sus decisiones o teniendo miedo ante sus actuaciones.

Los ha invitado para que se quedarán con Él. San Juan nos había dicho en días pasados que los había invitado a que vieran dónde vivía y que después pudieron estar más. “Hemos encontrado al Mesías”

Estar con Jesús es la primera tarea de todo discípulo. Reconocerse amado, querido, escogido por Él, sin mayor mérito que su gratuito amor.

Quizás este día podríamos repetir como un estribillo “Jesús me ha escogido porque me ama”. Quizás podríamos a todas horas vivir en la atmósfera de su amor. No se necesita dejar de hacer, se necesita interiorizar ese amor.

Las otras finalidades es esta lección se pueden decir que brotan espontáneamente después de saberse amado: proclamar el Evangelio y expulsar a los demonios. Si me reconozco y experimento amado por Jesús, necesariamente tendré que manifestar ese amor; si he convivido con Él, que es el Santo de Dios, no permitiré que los demonios de la mentira, de la injusticia, de la corrupción se aniden en mi corazón o en mi familia.

Hoy me siento escogido por Dios

Jueves de la II semana del tiempo ordinario

Mc 3, 7-12

El pasaje que nos presenta hoy san Marcos nos dice que: «Una multitud lo seguía». Y nos aclara que lo seguían «porque había sanado a muchos» por lo que todos querían tocarlo.

Sin embargo, ¿cuántos de esta multitud estaban dispuestos a vivir de acuerdo con la enseñanza del Maestro, a vivir de acuerdo con el Evangelio?

Al proclamar el evangelio de hoy no puedo dejar de pensar en una pregunta ¿Por qué los jóvenes no siguen a Jesús? Y hay que hacerse otra pregunta ¿es culpa de los jóvenes o es culpa de los adultos el que los jóvenes no sigan a Jesús? O ¿ya Jesús no responde a las inquietudes de hoy?

Mientras en el Evangelio se manifiestan las multitudes con deseos de encontrar a Jesús, vemos ahora a los jóvenes que no quieren oír hablar de valores, de religión ni tampoco de Jesús. ¿Les ha fallado Jesús? Creo que no. Jesús tendría ahora respuestas muy válidas para las profundas inquietudes de los jóvenes. Pero me parece que estamos equivocando el camino en la educación de los jóvenes.

Los niños y los jóvenes de ahora han vivido ya sumergidos en un mundo de tecnología, de imágenes, de cambios y se han acomodado ya a este estilo de vida, a tal grado que parecen fundirse con los mismos aparatos, con el móvil, la televisión y con el internet.

Es el vertiginoso cambio de escenas, de novedades, de placeres lo que satura el ambiente de los jóvenes y que no les permite detenerse a mirar qué es lo que quieren para el futuro. A veces, muchos de ellos, te dan la impresión de que son eternos niños que no asumen sus responsabilidades y solamente quieren divertirse.

El sumario que este día nos ofrece san Marcos presenta a Jesús como la fuente oculta de la salud y como el médico de la humanidad. Nos narra el desbordante entusiasmo con que las multitudes se aglomeran en torno a Jesús que lo obligan a subirse a la barca para desde ahí, proclamar la Palabra.

No creo que Jesús les haya fallado a aquellas personas y tampoco creo que Jesús nos falle a nosotros o le falle a nuestros jóvenes. Más bien, me da la impresión, de que estamos tan llenos de cosas que no hemos despertado ni en ellos ni en nosotros el deseo ardiente de valores que vayan más allá. Nos hemos saturado de menudencias y hemos atrofiado el gusto por las cosas espirituales.

No podemos estar en contra del progreso ni de los maravillosos medios de comunicación para estar en contacto unos con otros. Lo que hay que estar en contra es de la manipulación de la conciencia, de la dependencia que crea y de la superficialidad que generan.

Como padres de familia, como educadores y como maestros tenemos el gran reto de acercar a los jóvenes a Jesús para que lo toquen, para que lo experimenten, para que se enamoren de Él ¿Podremos lograrlo?

Miércoles de la II semana del tiempo ordinario

Mc 3,1-6

Hoy la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento nos presenta una escena estremecedora: el enfrentamiento entre David y Goliat. Es todo un símbolo de la lucha entre el bien y el mal, del que confía en Dios o en sus propias fuerzas. ¿De quién será la victoria? De quien confía en Dios, tal como recuerda el salmo: “Dios salva a David su siervo”.

En el evangelio de hoy aparece Jesús curando a un enfermo que tenía una mano paralizada. Hay un alboroto en la sinagoga donde están reunidos porque esa acción que realiza Jesús, no está permitido realizarla en el día sábado. Con esta sanación Jesús quiere demostrar a sus oponentes que los excluidos por una falsa interpretación de la Ley, son el centro de su preocupación. En su esfuerzo por educar las conciencias Jesús no escatima explicaciones para hacer reflexionar a quienes le escuchan, a fin de que no se dejen manipular. El que busca la voluntad de Dios nunca se equivoca.

Curar aquella mano paralizada tiene un significado decisivo para el enfermo, pues la mano simboliza nuestra capacidad de trabajar, de construir, pero también de dar, de aportar algo, de hacer el bien. Por eso, con este milagro Jesús curaba mucho más que una mano. Promovía a esa persona para que pudiera vivir con dignidad y sentirse fecunda en la sociedad. Sin embargo los fariseos eran incapaces de alegrarse por el bien de la persona curada. Esto indignó a Jesús, que los miró lleno de enojo. Cómo se entristece Jesús cuando nos volvemos incapaces de alegrarnos por el bien ajeno.

El endurecimiento de los fariseos es tan grande que deciden terminar con Jesús y eliminarlo. ¿Es posible tanta ceguera, tanta maldad? ¿Cómo pueden pensar que honran a Dios impidiendo el bien de una persona que está enferma?

Cristo no ha venido para abolir la antigua ley, sino a darle plenitud. Este pasaje lo deja en evidencia. Los fariseos se molestan porque Cristo hace algo prohibido por la ley. Y Cristo pone de relieve que lo más importante es hacer el bien; en este caso, salvar una vida.

Martes de la II semana del tiempo ordinario

Mc 2,23-28

La verdad, a los fariseos no les importaba transgredir la ley, sin embargo la sabían usar muy bien para su propio beneficio, habían olvidado que la ley nunca puede ser más importante que la caridad.

Quizás en nuestro tiempo no tendrían mucho sentido estas palabras de Jesús, ni aun diciendo que el domingo se hizo para el hombre y no el hombre para el domingo. Hemos dejado a un lado estas celebraciones y nos hemos enfocado en otros ritos y celebraciones.

Pero creo que las mismas palabras de Jesús tendrían mucho sentido si miramos lo que ahora nos esclaviza y quizás podríamos parodiar su reflexión diciendo: “el dinero se hizo para el hombre y no el hombre para el dinero”, o quizás también podríamos aplicarla a otras esclavitudes modernas: “el placer se hizo para el hombre y no el hombre para el placer”.

El domingo es para muchos, sinónimo de futbol y diversión. Son muchas las esclavitudes que ahora sujetan y oprimen al hombre y lo más triste es que él mismo se ha colocado esas cadenas. La misma miopía con que veían las autoridades judías el sábado, que se convirtió de un día de descanso y de liberación, en un día de opresión, lo mismo sucede en la actualidad. Revisemos nuestra vida y encontraremos nuevas esclavitudes.

La política es ciertamente un bien muy necesario para el progreso y bienestar de los pueblos, pero cuando se manipula la política y se la convierte en instrumento de opresión, pierde todo su sentido.

Los bienes materiales, la producción, están dentro del plan de Dios para alimentar al hombre, para otorgarle los bienes necesarios para su salud, para su bienestar, pero después convertimos en un dios al comercio, a la empresa y al negocio, a tal punto que acaban destrozando a las personas en aras del negocio. Y así, muchas cosas se convierten en opresión.

El deporte, que debería ser descanso y convivencia, se convierte en fanatismo, causa de divisiones y abandono del hogar, de la familia y de Dios.

El vino, signo de alegría, se apodera de las personas y las embrutece; el poder que debería ser servicio, se transforma en opresión. Y cada uno de nosotros puede revisar si lo que nos mueve o atrae está en función de la realización de la persona, o bien si ya se ha convertido en fuente de esclavitud.

Hay cosas muy buenas: el estudio, la religión o el servicio, pero cuando se vuelven obsesión e ideología llegan a ser cadenas.

¿Qué nos diría Jesús? ¿Tenemos el corazón libre?

Viernes de la I semana del tiempo ordinario

Mc 2, 1-12

¡Qué atrayente es la persona de Jesús! ¡Se juntaron tantos que ni aún junto a la puerta cabían! Es cautivadora su figura porque refleja el amor del Padre. Él les hablaría del amor misericordioso de Dios que perdona al que lo ofende y luego de perdonarlo lo ama como al más querido de sus hijos. No le guarda resentimiento, sino que le da todo lo que daría al hijo fiel y todavía más porque sabe que es débil y necesita de un mayor amor y cuidado.

El evangelio de hoy impresiona porque encierra muchos signos que nos descubren el verdadero espíritu de Jesús y la disposición generosa de muchas personas para llevar al incapacitado ante la presencia del Salvador.

Si hacemos una comparación de los cuatro que con una serie de dificultades llevan al paralítico y los escribas que sentados comienzan a murmurar, tendremos una clara descripción de lo que con frecuencia sucede en nuestros ambientes. Mientras unos pocos se esfuerzan por ser creativos y cargan con los demás, otros critican y trabajan para destruir.

Hay graves problemas en nuestra sociedad y hay pequeños signos que despiertan esperanza; hay personas que desde su pequeñez aportan todo lo que tienen para ayudar a los que lo necesitan, pero hay quienes todo lo juzgan y todo lo condenan. ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Estamos proponiendo en estas situaciones difíciles y hasta donde nos comprometemos?

En cambio Jesús ni tiene las limitaciones del que no puede, ni tiene el egoísmo del que no quiere. Jesús va a fondo y busca solucionar los problemas, no solamente a ofrecer paliativos que alivien un poco el dolor.

Jesús nos muestra que el verdadero problema es el mal que se anida en el corazón. No podremos solucionar nunca los problemas de la sociedad, si no logramos cambiar el corazón de los ciudadanos.

¿Cómo podremos superar las situaciones de pobreza si la ambición sigue creando nuevos acaparadores que esconden alimentos y bienes de consumo? ¿Cómo eliminar la gran brecha entre pobres y poderosos si está sostenida por la estructura económica injusta? Se tiene que ir a fondo y denunciar que hay mal.

Jesús primeramente ofrece el perdón de los pecados, la pureza del corazón y ante el reproche injusto de los escribas, también ofrece la curación corporal, la atención integral a la persona. No se queda solamente en necesidades físicas, ni tampoco ofrece una atención espiritualista. Para hacerlo sentir como hijo de Dios, es necesario darle de comer, pues, desde ahí se comienza a restablecer la dignidad.

Que este ejemplo de Jesús nos lleve a una atención plena e integral a quienes nos rodean.