Jueves Santo

La fiesta del Jueves Santo está íntimamente relacionada con el Amor.

Por una parte, el Amor Fraterno. En aquella cena Pascual que Jesús celebró con sus íntimos amigos los apóstoles, el primer Jueves Santo de la Historia, Jesús nos habló del Amor y nos dejó su Mandamiento: “Amaos  unos a otros como yo os he amado”.

Es necesario que, quienes nos llamamos cristianos, porque creemos en Jesús; quienes nos consideramos cristianos, porque intentamos seguir a Jesús en nuestra vida, “nos esforcemos por vivir el Mandamiento del Amor”, ya que si nos amamos, nos dice Jesús, “somos verdaderos seguidores suyos”.

Hoy, Jueves Santo, y todos los días de nuestra vida, los cristianos tenemos que concienciarnos individual y colectivamente: en primer lugar de la necesidad que tenemos de amarnosno tanto con palabras, sino con obras y de verdad.

En segundo lugar  de la necesidad que tenemos de ayudarnos y de comprendernos, como Cristo ayudó y comprendió siempre a quienes necesitaban ayuda y comprensión.

En tercer lugar de la necesidad que tenemos de compartir lo que somos y lo que tenemos: nuestra fe, nuestra alegría, nuestra ilusión, nuestra generosidad, nuestro tiempo.

En cuarto lugar de la necesidad que tenemos de perdonarnos: unos a otros cuando nos ofendemos, como señal de amor.

Pero hoy, además de ser el día del Amor Fraterno, es también el día del amor de Cristo, que en una tarde como ésta, hace más de 2023 años, nos amó hasta el fin. Y Cristo nos manifestó su amor de muchas maneras.

Cristo nos manifestó su amor con amor. Por amor: acogía y perdonaba a los pecadores, curaba enfermos, ayudaba necesitados, defendió a la mujer adúltera,  perdonó  a sus propios verdugos.

Cristo nos manifestó su amor con palabras cariñosas: llama a sus discípulos “amigos, hijos”; les hace recomendaciones como un padre o una madre que se preocupan por sus hijos; los invita a vivir “unidos a Él”, como el sarmiento está unido a la vid.

Cristo nos manifestó su amor con gestos. Muchas veces en la vida acudimos a los gestos, porque los gestos, a veces, expresan más que las palabras. Y el gesto más importante de Jesús, en esta noche del Jueves Santo, es el lavatorio de los pies: un servicio propio de esclavos. Y es que Jesús quiere ser, no sólo maestro, hermano, amigo, sino esclavo nuestro.

Cristo nos manifestó su amor con promesas. Jesús nos promete la paz: “La paz os dejo, mi paz os doy”. Jesús nos promete la alegría: “Se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará esa alegría”.

Agradezcamos a Jesús todo lo que por nosotros ha hecho por amor y aprendamos de Él a amar, a comprender, a perdonar.

Hoy, Jueves Santo, recordamos también la Institución de la Eucaristía, aquella ocasión en la que tomó pan y lo transformó en su Cuerpo, tomó vino y lo transformó en su Sangre. Esta verdad requiere de nosotros fe, y esta fe es Él quien nos la da. Es necesaria la humildad, para que nuestra mente reconozca que lo que era pan, ahora es su Cuerpo, y que lo que era vino ahora es su Sangre. Nuestro acto de fe en esta gran verdad necesita ser renovado constantemente e irse cultivando.

Finalmente, hoy Jesús instituye también el orden sacerdotal.  Fue a los apóstoles a quienes dio el mandato de hacer la cena “en memoria mía”.  Jesús confió el sacerdocio a hombres frágiles, sacados del pueblo, pero consagrados por la fuerza del Espíritu Santo, para presidir los sagrados misterios y proclamar la Palabra de salvación.  Pidamos también hoy por los sacerdotes, para que no falten pastores a su Iglesia.

Que esta celebración nos ayude, pues, a adentrarnos en los misterios que celebramos estos tres días y nos estimule a seguir el ejemplo de amor de Jesús, el ejemplo de su actitud de servicio hacia todos y la entrega voluntaria y generosa de su persona y de su vida.

Miércoles Santo

Mt 26, 14-25

Este pasaje del evangelio de San Mateo, está lleno de preguntas. Pregunta Judas el traidor ¿Qué estáis dispuesto a darme si os lo entrego? Nos dice el evangelista Juan que Jesús conocía lo que había en el corazón de cada uno. En la cena había urgido a Judas a que hiciera pronto lo que pensaba hacer. ¿Qué pasaba por la cabeza de este que, llamado por Jesús, no ha terminado de conocer el camino trazado por el Maestro? Sin duda chocan dos proyectos. El de Jesús es de paz y amor a todos. El de Judas no sintoniza con estos planteamientos. Forzar a Jesús a optar por otra vía pudo pasar por su cabeza, atendiendo a la pregunta que hace a los del Sanedrín. Su final revela que falló en su intento y que lejos de comprender el perdón y la misericordia, no quiso o no supo ver la alternativa.

¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?

Ciertamente la pregunta está referida a un lugar determinado. No se menciona la identidad del dueño del lugar, pero debía ser conocido de todos. Jesús ha deseado intensamente celebrar esta Pascua con sus discípulos, No será una pascua común, como siempre, la que recordaba la liberación de Egipto. Esta viene marcada por las notables diferencias que va a establecer. Darse a sí mismo como verdadera comida y bebida. Su Cuerpo entregado y su Sangre derramada para el perdón de los pecados. A partir de aquel momento, hacerlo en conmemoración suya va a implicar vincularse a su Persona y a su proyecto. Exige donación y entrega, Como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. El lugar de la Pascua nueva es la Comunidad y es cada miembro de la comunidad. Es en este lugar en el que él quiere morar, ser acogido y enseñar que se entrega voluntariamente por todos y por cada uno.

¿Soy yo acaso, Señor?

Una pregunta que van pronunciando uno tras otro. Judas también. Y Jesús le respondió que era como él preguntaba. Jesús había anunciado en esa cena memorable que uno lo iba a entregar. Juan lo cuenta de otro modo. A instancias de Pedro, pregunta a Jesús y la respuesta como un susurro la recibe Juan: a quién yo dé este trozo de pan untado, ese es. Se lo da a Judas y a renglón seguido, le dirá: lo que tienes que hacer, hazlo pronto. Judas salió inmediatamente.

Hay respuestas que nos toca darlas a cada uno. Cada uno sabe en su interior qué camino desea seguir y cómo quiere seguirlo. Si se torna complicado y difícil, ahí está el Maestro para señalar el modo y la manera de proceder. Abramos nuestra existencia a esa posibilidad. Seguro que la andadura será diferente.

Martes Santo

Jn 13, 21-33; 36-38

Este martes de Semana Santa vemos a Jesús angustiado porque sabe lo que le viene encima. Ha lavado los pies a sus discípulos, Judas incluido; se han sentado a la mesa y la cena ha comenzado. Los discípulos ni siquiera sospechan los acontecimientos que vienen sobre Jesús, y celebran aquel convite pascual con la alegría propia de la gran fiesta judía que se avecina. Se entregaron a comer y beber, como rudos pescadores galileos que eran, y seguramente, al final de la cena, estarían ligeramente achispados. Tal vez cantaban alguna canción tradicional festiva, además de los salmos e himnos reglamentarios.

Y Jesús sigue hablando, continúa con el más largo y profundo de sus discursos ¡pero nadie le entiende! Se escuchan las bravatas de Pedro, que no sabe de qué está hablando. Cuando se enfrente a la dura realidad, calentándose a la hoguera, sus promesas se olvidarán y la negación saldrá espontánea. ¿Encontramos algún parecido entre nosotros? ¿Nos recuerda algo nuestro “sí, soy católico, pero no practico”?

Todos somos Pedro en muchas ocasiones. Nos comemos el mundo mientras el vino y el cordero asado están sobre la mesa. Cantamos alegres y los problemas quedan fuera de la casa. No es que olvidemos lo que el Maestro nos dice, es que lo oímos, pero no lo escuchamos. Nos parece estar asistiendo a los discursos protocolarios de los homenajes a los que hayamos asistido, durante los que apagamos los oídos y la atención, y de los que nos enteraremos a retales al leer las reseñas periodísticas al día siguiente.

Por alguna razón, se han suprimido del texto que leemos hoy dos versículos, 34 y 35, que tendrán justificación para los técnicos liturgistas, pero que yo echo de menos, porque ese importante discurso, esa oración sacerdotal de Jesús, pierde la enorme fuerza de su mandato más importante; un mandato que durante todo su peregrinar por la vida ha ido poniendo en valor, y que ahora, en esta solemne despedida, suenan como aldabonazos en nuestras conciencias: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Es nuestra seña distintiva, sin la que no somos nada.

Somos, como Pedro, valientes y decididos de salón para seguir a Jesús mientras estamos en el banquete, pero cuando la fiesta acaba y llega el momento de dar la cara puede que escondamos la nuestra y neguemos seguir al Maestro. ¿Somos consecuentes con la fe que decimos profesar y seguir? ¿Mi boca, tu boca, nuestra boca, cantará su salvación o seremos nuevos “Pedros” negando al Señor?

Lunes Santo

Jn 12, 1-11

Estamos entrando en la semana de la pascua de Jesús. Hoy el Evangelio nos muestra cómo Jesús, perseguido por los judíos, va a Betania a la casa de sus amigos. Lázaro, Marta y María, ofrecen una cena al Maestro. Este banquete en casa de los tres amigos de Jesús se caracteriza por los presentimientos de la muerte inminente: los seis días antes de Pascua y otros muchos gestos que Juan va narrando y llenando de significado para iluminar a su comunidad.

En este relato evangélico hay un gesto para con Jesús que no deja indiferente a nadie, incluso incomoda a alguno de los presentes. En contraste a la fuerza de la amistad y generosidad de María, aparecen actitudes incapaces de abrirse al amor.

María de Betania, «tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos» (12, 3). El gesto de María es la expresión de fe y de amor grandes por el Señor: para ella no es suficiente lavar los pies del Maestro con agua, sino que los unge con una gran cantidad de perfume precioso y caro que se expande y contagia a los de casa.

Ella ofrece a Jesús cuanto tiene de mayor valor y lo hace con un gesto de profunda devoción. El amor no calcula, no mide, no repara en gastos, no pone barreras, sino que sabe donar con alegría, es respuesta al amor infinito de Dios. Se pone a los pies de Jesús en humilde actitud de servicio.  María ha aprendido la regla de oro que Jesús ha ido enseñando a su comunidad de discípulos. Es la del amor que sabe servir hasta el don de la vida.

El gesto de María tiene diferentes lecturas, Jesús ha guardado silencio ante tanto amor, pero ante el reproche, juicio e intervención de Judas, toma la palabra en favor de este gesto de María, señalando el significado que tiene para ÉL: “¡Déjala! que lo guarde para el día de mi sepultura”, Jesús subraya lo que María acaba de hacer, Él piensa ya en su muerte…Todo está cerca y María anticipa con su gesto el ritual y cuidados que los judíos realizan al cadáver al colocarlo en la sepultura.

¿Con qué podemos ungir hoy los pies de Jesús? ¿Qué gestos y acciones podemos entregarle? Y a mi comunidad, ¿sé ofrecerle “algo” que aromatice toda la casa?

Sábado de la V Semana de Cuaresma

Jn 11, 45-56

Las autoridades judías ya han decidido la muerte de Jesús. Pero Él en el Cenáculo celebrará en su Pascua la liberación de toda la humanidad. “Jesús -ha escrito Benedicto XVI-, “anticipa su muerte (en la Eucaristía), la acepta en lo más íntimo y la transforma en un acto de amor. Lo que visto desde el exterior es violencia brutal, la crucifixión, se convierte desde el interior en un acto del amor que se entrega totalmente. Su amor perfecto ha conducido de nuevo el mundo a Dios”. 

La Redención, llevada a cabo por medio de la cruz, ha vuelto a dar al hombre la dignidad y el sentido de su existencia (Redemptor hominis). Nadie queda excluido. “De su divina y bienaventurada pasión – dirá san Ignacio de Antioquía- somos fruto nosotros”.

Se está despertando en nosotros la llamada a corresponder a un don tan grande. 

“El silencio de Dios está a la espera del amor de los hombres, que Él quisiera fuera un sí, y la plenitud de su amor a todos nos diera”