Jueves de la XXIX semana del tiempo ordinario

Lc 12,49-53

Este pasaje podría prestarse a una interpretación equivocada por lo que hay que tomarlo dentro del contexto en que Jesús lo dice.

Quien quiera interpretar este pasaje como una invitación a la división y a la confrontación y a la guerra, está equivocado. No es ésta la finalidad del Evangelio, pero también estará muy equivocado quien entienda el Evangelio como pasividad, indolencia y apocamiento.

Muchas veces se ha mirado a los cristianos como falta de entusiasmo y dinamismo para la búsqueda de le verdadera justicia o faltos de inteligencia para idear nuevos caminos de paz, y como faltos de compromisos antes las graves injusticias que vive nuestro mundo. Parecería que el progreso está llevando a la humanidad por la línea de lo más fácil, del menor esfuerzo, y Cristo quiere despertarnos de este adormecimiento.

Es muy atractivo dejarse llevar por ese camino que nos propone el mundo, pero acaba en una pendiente que conduce al precipicio. Jesús, nos invita a que nos llenemos de su fuego y que ese fuego lo trasmitamos con alegría y entusiasmo por todos los rincones de la tierra. No quiere decir esto que será a través del éxito y del glamur como obtendremos resultados. El camino de Jesús es más bien con pasos lentos, costosos y muchas veces escasos, pero llenos de entusiasmo y dedicación.

El mejor ejemplo de este fuego es el mismo Jesús. No lo entiendo nunca como alguien cobarde y tímido, acomodándose a las circunstancias, sino como una persona decidida a favor de los más pobres, como un incansable defensor de la verdad y como un profeta que siempre está dispuesto a ofrecer la palabra de su Padre.

Cristo terminó en la cruz, no por malhechor, sino porque era decidido y claro. Su cruz será siempre el signo de contradicción para todos los que lo sigan. Es verdad que Él decía que no hay mayor amor que dar la vida por los amigos, pero se lo toma en serio y llega hasta los extremos. Es la forma de construir la verdadera paz y no es esa indiferencia que llega hasta el pecado frente a tantas injusticias, ante tantas mentiras y ante tanta corrupción.

El verdadero discípulo se debe inflamar del mismo fuego de Jesús, y buscar propagar el fuego de su Evangelio. El seguidor de Jesús no debe temer que el Evangelio provoque escándalo y división, que son siempre preferibles a la pasividad y a la convivencia con la injusticia. Que el cristiano, el discípulo de Jesús sea un entusiasta portador de verdad, de amor y de paz.

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