Lunes de la XXXII semana del tiempo ordinario

San Lucas 17, 1-6

¡Cuántos escándalos se suscitan cada día tanto en nuestras comunidades como en la sociedad en general! Se ha hecho del chisme y de la crítica, un negocio. Con morbo se busca cualquier detalle que pueda ser «noticia». Han proliferado los paparazzi que indagan en la intimidad de las personas y exponen sus errores y equivocaciones para el morbo y la comidilla de todos. Y muchas veces así se esconden o disimulan las verdaderas noticias que afectan a la vida de todo el pueblo. Se exhibe y se le da más importancia al desliz o caída de un artista o de cualquier personaje de cierta notoriedad que a sucesos que son de mucha importancia. Se juega con los sentimientos de las personas y con su intimidad, y se les exhibe impúdicamente en programas que denigran la dignidad de las personas.

Se ha hecho del escándalo un negocio explotando la curiosidad y el morbo de un público ansioso de nuevas noticias.

¿Cómo resuenan las palabras de Jesús en este ambiente? Condena abiertamente todo escándalo que daña la mente de inocentes y denigra a las personas. ¿Cómo hacernos conscientes del daño que se causa a los pequeños cuando se ha llegado a hacer del escándalo la comidilla de todos? Todos hemos contemplado a pequeños niños y niñas imitando sin ningún rubor las actitudes, los insultos, las provocaciones, que han visto hacer a sus ídolos y buscan imitarlos.

En este día necesitamos reflexionar sí nosotros no somos causa de escándalo para los demás. Nuestros actos, nuestras palabras, el ejemplo que otros esperan de nosotros, pueden dañar a mentes inocentes cuando no corresponden a la verdad, a la justicia y al verdadero amor. Cada una de nuestras acciones tiene una resonancia, si es buena, para crecimiento y construcción; si es perversa, para destrucción y daño de toda la comunidad. Cada acto tiene una responsabilidad social.

Que tu actuar sea siempre para sembrar esperanza y fe. Esa fe que nos hace transformar la realidad, esa fe que nos ayuda a superar odios y venganzas, esa fe que nos lleva a mirar cómo hermanos a todas las personas.

La verdadera fe es silenciosa pero fructífera, el verdadero amor acoge aún al enemigo y no necesita gritos ni alaridos para llamar la atención. Hace menos ruido el bien que el mal, pero permanece y da frutos.

¿Cómo vivimos hoy esta palabra?

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