Jueves de la I semana de Adviento

Mt 7,21.24-27

Cuando escucho estas palabras de Jesús, vienen a mi mente las imágenes de personas que parecían llenas de éxito cuando la vida les sonreía, sin embargo, en un momento de su vida aparecieron los problemas, las enfermedades y los fracasos comerciales, y todo se derrumbó. Aquello que parecía tan sólido quedó hecho polvo. Las seguridades que pretendían tener eran aparentes y su éxito solo radicaba en cosas materiales.

Jesús en este día nos presenta opciones muy diversas y propuestas de éxito muy diferentes. El éxito o el fracaso se encontrarán en la medida que escuchemos sus palabras, las dejemos penetrar en nuestro corazón y las llevemos a la práctica. Y atención, no se trata de que hagamos bellas predicaciones, ni siquiera que entonemos bellas oraciones, Cristo basa la verdadera felicidad y el verdadero éxito en la práctica de su Palabra.

Ya Isaías, en la primera lectura, hacia una comparación entre la ciudad fuerte, bien cimentada que confía en el Señor, que busca la justicia y la otra ciudad que se eleva orgullosa y altiva que la reduce al polvo para que la pisen los pies de los humildes.

Es tiempo de Adviento y es tiempo de revisión y de conversión; es tiempo de reconocer en dónde están nuestros cimientos. ¿No es cierto que muchas de nuestras tristezas y desengaños van de la mano con ambiciones terrenas y egoístas? ¿No es cierto que nos preocupamos más del qué dirán que de lo que hay en nuestro interior?

En el tiempo del Adviento busquemos espacios para escuchar la Palabra de Dios en el silencio y el recogimiento. Demos tiempo y espacio a Dios y escuchemos lo que quiere de nosotros y después enderecemos nuestros caminos, hagamos rectas nuestras sendas y esperemos la llegada de Jesús.

Este tiempo se presta tanto para el silencio y la reflexión, como para las superficialidades y el derroche. Es triste que Navidad pase como un tiempo de fiestas y comidas de empresas, y que no demos tiempo ni espacio para acoger a la Palabra que se ha hecho carne.

Dios ha pronunciado su Palabra con tanto amor que se hace tierno Niño acurrucado entre pañales. Pero para que esta Palabra anide en nuestro corazón necesitamos abrirnos a ella, acogerla y hacerla vida concreta, tangible y real.

El hombre, la sociedad, la civilización, que se funda en la Palabra de Jesús no perecerá nunca porque está basada en valores firmes e imperecederos. Jesús es la roca perpetua, como dice Isaías. Y por la fe en Cristo-Jesús nos hacemos firmes e invencibles, a pesar de los vientos contrarios que soplen sobre nuestras vidas.

Para ello es preciso acoger la Palabra de Jesús con fe y practicarla con decisión y alegría. Preparemos así nuestra Navidad.

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