Homilía para el 15 de noviembre de 2018

Lc 17, 20-25 

El Evangelio de hoy recoge una pregunta que los fariseos dirigen a Jesús: “¿Cuándo vendrá el reino de Dios?”.  Una pregunta sencilla, que nace de un corazón bueno y aparece muchas veces en el Evangelio.

¿Cómo explicar la presencia del Reino de Dios en nuestro interior?, ¿Qué señales podemos ofrecer de que ya está presente entre nosotros? Estamos acostumbrados a las cosas externas y queremos señales de que ya llega el Reino de los Cielos.

La pregunta de los fariseos no deja de tener un tono de burla hacia Jesús que ha hablado y anunciado tanto su Reino, y ahora quieren señales externas, como si contradijeran su anuncio y se burlaran de su esperanza. El Reino se hace presente pero los fariseos no lo han percibido por la dureza de su corazón. El Reino no es escándalo, el Reino no es ruido, el Reino no es apariencia. El Reino es presencia de Dios en el corazón del hombre y la presencia de Dios llega de manera callada, silenciosa pero muy efectiva. No llega aparatosamente, pero ya está en medio de nosotros.

Quizás, a nosotros también nos pase lo que a los fariseos y reclamemos muchas veces esa presencia, tantas veces anunciada, pero si hacemos silencio, si aguzamos el oído descubriremos la presencia de Dios en todas las muestras de amor, en el despuntar de una vida, en la generosa entrega de quien lucha por la justicia, en el servicio desinteresado, en la oculta donación, en la siembra callada.

El Reino no hace ruido, pero produce alegría, verdadera felicidad, fraternidad y armonía interior. Quien ha percibido el Reino y le abre su corazón experimenta una especie de luz que ilumina y da sentido a toda la vida.

Se habla mucho de todos los acontecimientos escandalosos, de violencia y terrorismo que azotan a nuestro mundo y a veces miramos con pesimismo el incierto futuro, pero Jesús nos asegura que en medio de todos estos obstáculos también se hace presente el Reino.

No podemos dejar de sembrar la pequeña semilla, no podemos olvidar las acciones diarias, allí tiene que estar presente el Reino. Estoy plenamente convencido que los grandes desastres que estamos padeciendo tienen su principal solución en la lucha diaria, en los espacios familiares de educación y de vida en común.

El Reino se construye y se hace presente en el anonimato y en el silencio, pero después crece esa semilla. No debemos desalentarnos, el mal no puede vencer. Tenemos nuestra esperanza en Cristo que con su resurrección vence todo mal.

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