Homilía para el miércoles de la IV semana de Pascua, 15 de Mayo de 2019

Jn 12, 44-50

¿Quién no se ha sentido perdido en la oscuridad? ¿Quién no se ha sentido desconcertado ante los problemas graves de la vida? Cuando la vida tiene problemas, cuando las cosas no resultan como uno esperaba, cuando todo parece derrumbarse, con frecuencia nos encontramos como en un callejón sin salida o vagamos en la oscuridad. ¿Cómo encontrar luz?

Jesús, hoy nos ofrece el camino: hay que tener fe. Haciendo un paralelismo entre la oscuridad y las tinieblas que aprisionan el corazón, Jesús se nos presenta como la luz verdadera que ilumina nuestras vidas.

Para san Juan, oscuridad son todos los aspectos del pecado y de la muerte, en cambio, nos presenta a Jesús como la Luz que puede sacarnos de nuestras tinieblas.

Caminamos en tinieblas cuando nuestros objetivos son tan terrenos y mezquinos que nos oprimen el corazón. Caminamos en tinieblas cuando no somos capaces de mirar más allá de nuestro egoísmo. Caminamos en tinieblas cuando nos dejamos guiar por las venganzas y los odios. Caminamos en tinieblas cuando nuestros afanes son el placer y los vicios, entonces erramos el camino y perdemos el sentido de nuestras vidas.

Jesús, hoy nos ofrece su luz, pero nos exige creer. Promete que no caminaremos en tinieblas, pero debemos escuchar su Palabra. Nos dice que nos trae la salvación, pero nos pide que no lo rechacemos ni a Él ni a su Palabra.

Qué triste el vagar de muchos hermanos que han perdido el sentido de la vida. Son frecuentes los intentos de suicidio y los escapes hacia el alcohol o hacia las drogas, hacia la prostitución o al enajenamiento.

Por eso, pidámosle a Jesús que nos ayude a dejar nuestra oscuridad y nuestro egoísmo, que Él nos ayude a descubrir tu Luz. Es difícil caminar cuando se ha perdido la esperanza, es triste tener que levantarse cuando se ha fracasado, pero sabemos que Jesús es la Luz y la salvación, y hoy queremos ponernos en sus manos.

Que Jesús nos de su Luz, que aumente nuestra fe. Esa fe, que es como una semilla en lo profundo del corazón, que florece cuando nos dejamos “atraer” por el Padre hacia Jesús, y “vamos a Él” con ánimo abierto, con corazón abierto, sin prejuicios; entonces reconocemos en su rostro el Rostro de Dios y en sus palabras la Palabra de Dios, porque el Espíritu Santo nos ha hecho entrar en la relación de amor y de vida que hay entre Jesús y Dios Padre. Y allí nosotros recibimos el don, el regalo de la fe.

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