Jn 15, 9-11
La auténtica vida cristiana es mantenerse en el amor de Cristo, permanecer en Él; ese amor se vive en la comunidad y se irradia al mundo. Eso es lo que pide ahora Jesús a sus discípulos. Les pide que permanezcan en su amor. Ese amor no es una simple teoría, sino la fidelidad a su palabra.
En pocas palabras Jesús quiere resumir toda su vida y toda nuestra vida: amor, permanencia y alegría plena.
¿Podemos imaginarnos cuánto ama Dios Padre a Jesús? Seguramente nos perderemos en el infinito de nuestra imaginación buscando alguna imagen que nos permita acercarnos a este amor. Desde la eternidad y para la eternidad, en total plenitud. Y Jesús siempre en presencia del amor de su Padre y siempre en participación y videncia de ese amor.
Pues lo que hoy nos dice Jesús es que con ese mismo amor inmenso, incondicional, fiel, constante, nos ama a nosotros. ¿Nos damos cuenta de ese amor que Jesús nos tiene?
Hoy tendríamos que abrirnos a esa presencia amorosa que se hace realidad en cada uno de nosotros, aceptarla. Más que hablar y decir que nosotros amamos mucho, tendríamos que callar, guardar silencio, estar atentos y a la escucha, para experimentar ese amor. Es descubrir a Jesús que está en nosotros, que permanece con nosotros.
Normalmente los amantes se dicen “te amo y te amo para siempre”. Hoy Jesús se nos muestra como ese amante delicado que a todas horas nos repite “te amo, te amo, te amo para siempre, permanece en mi amor”
Hoy le deberíamos decir a Jesús que Él mora en nosotros como una fuente y nos riega y nos fecunda. Hoy, podemos experimentarlo como una luz que ilumina nuestra vida, una luz que no hemos encendido nosotros, pero que está muy dentro de nuestro ser.
Hoy sentimos su Palabra que en un diálogo continuo nos susurra y nos repite que nos ama.
Este día experimentemos ese gran amor que nos tiene Jesús, disfrutémoslo y llenémonos de felicidad. Nadie nos puede quitar ese amor, ni las dificultades, ni los problemas, ni las adversidades de la vida. Este amor está clavado en lo más profundo de nosotros y nadie lo puede sacar. Por eso hoy digámosle: Señor Jesús, gracias por este amor maravilloso y magnífico que me tienes sin yo hacer nada para merecerlo. Gracias por permanecer en mí y darme vida. Gracias por llenarme de felicidad.
Jesús nos ama y nos espera en su Reino.