Homilía para el 14 de septiembre de 2018

La Exaltación de la Santa Cruz

Hoy, día 14 de septiembre, celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La cruz de Jesús es exaltada, puesta en alto, levantada… Pero, ¿qué puede tener una cruz para que sea exaltada? ¿No es su símbolo de tormento, de dolor, de muerte…?

En esa cruz está Jesús. «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre”. Por eso la exaltamos. Porque los maderos de esa cruz llevaron al Dios con nosotros, al que se acercó a nuestra vida para que nuestra vida pudiera estar cercana a la de Dios.

En esa cruz hay mucho amor entregado. Porque “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Por eso la exaltamos. Porque para nosotros, más allá del dolor y la injusticia que supusieron la crucifixión de Cristo, esa cruz es signo del amor de Dios por la humanidad.

En esa cruz están, junto a Jesús, los crucificados de nuestro mundo. “Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Por eso la exaltamos. “Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo” (Concilio de Quiercy, año 853). Por eso, desde la cruz de Jesús, ninguna soledad, ni oscuridad, ni pecado son la palabra definitiva… sino un momento del camino, que espera la luz de la Pascua.

Cuando un cristiano miramos la cruz, vemos en ella mucho más que un par de palos. Vemos a Cristo, vemos amor entregado… y una llamada a dejarnos amar y llevar amor a los crucificados de nuestro mundo. Por eso la exaltamos… Y al hacerlo, comprendemos algo mejor lo que es la Pascua.

Por su parte, el Papa Francisco dijo: “Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor. Quisiera que todos… tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará”

Coloca hoy, ante Jesús, las cruces de tu vida. Y pídele que las ilumine con su luz.

homilía para el jueves 13 de septiembre 2018

Lc 6, 27-38 

El cristiano es en definitiva una persona distinta a las demás. Sus criterios no van muy de acuerdo con los del mudo pues ha adoptado la «ilógica» manera de pensar de su maestro.  

Lo más extraño de todo es que a pesar de lo ilógica que parece la enseñanza de Jesús es la única que nos garantiza la verdadera felicidad.

En el Evangelio de hoy Jesús nos da como una serie de recetas que nos pueden hacer felices y quitarnos ese peso que nos atormenta y nos llena de desgracias.  

Lo primero que Jesús nos sugiere es el amor a los enemigos. El amor a quien nos quiere nos da una cierta felicidad, pero el amor a quién no nos quiere viene a suprimir toda esa angustia que nos produce el rencor, los deseos de venganza y los resentimientos. Nadie puede ser más feliz que quien ama a todas las personas. Entendamos, no es el amor sentimental, es el amor de decisión.  

Y sigue Jesús con una serie de recomendaciones que van todas sustentadas en la generosidad: Tratar a los demás como queremos que nos traten. Ojo, dice que como queremos que nos traten, no como ellos nos tratan. Hacer el bien sin esperar recompensa; prestar sin esperar impuestos o intereses; vestir al que tiene necesidad. Son algunas de las recomendaciones que nos hace Jesús y que a Cristo hicieron feliz. Sería más fácil decir comportaos como Cristo se ha comportado y veréis que encontrareis la felicidad.  

Parecería que Jesús quiere resumir todos sus consejos en una afirmación muy profunda: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”, y entendamos claramente que misericordioso no se refiere a esa especie de lástima que nos lleva a socorrer y a atender a los demás. Misericordioso quiere decir que siempre y en todo momento ama, que pone su corazón junto a sus hijos, y lo dice explícitamente: “porque Dios es bueno hasta con los malos y los injustos”.  

Dios ama porque es padre y tiene entrañas de misericordia. Y nosotros ¿cómo amamos? Y nosotros ¿encontramos en el verdadero amor la felicidad? Y nosotros ¿somos misericordiosos?

Homilía para el martes 11 de septiembre

Lc 6, 12-19

¿Qué haces tú cuándo tienes que tomar una decisión importante? Algunos toman las decisiones a la ligera y motivados muchas veces por las circunstancias y el estado de ánimo.

Jesús es consciente de que su Evangelio está llegando a las multitudes, pero que se necesita profundizar y enraizar, y para ello se requiere no solo la predicación multitudinaria, si no la enseñanza cercana y el envío específico. Y para preparar ese momento, Jesús pasa la noche en silencio, en la montaña y en oración.

La oposición llega desde Jerusalén, los escribas y fariseos han iniciado sus críticas y acusaciones y esto puede llevar al fracaso. Pero Jesús toma una decisión: Escoger a 12 y enviarlos, (que eso significa Apóstol), en lugar de Jesús y con sus poderes.

Después de esta importante preparación, san Lucas nos ofrece los nombres. Es curioso que el primer nombre sea Simón, pero con su nuevo nombre: Pedro, porque la misión requiere de un hombre fuerte que resista a los embates y ahí está Pedro. Sí, Pedro el espontáneo y atrevido, el que cae y se levanta, como señal de una iglesia que será pecadora pero que puede alcanzar la firmeza en Cristo.

Los demás nombres parecerían nombres ordinarios, sencillos y comunes, porque desde ahí se construye el Reino, no desde los sabios y entendidos. Sorprende el último nombre en la lista, Judas Iscariote.

San Lucas que escribe muchos años después de todos los acontecimientos, nos hace la aclaración que sería el traidor. Así entre los doce se encuentra una roca firme y un traidor.

Jesús a todos ama y a todos envía. Ahora algunos se empeñan en resaltar las deficiencias de la Iglesia, pero es que no hemos entendido que la grandeza no es de la Iglesia sino de Jesús, que la importancia radica en la vivencia del Evangelio y que el Evangelio siempre será presentado por hombres débiles y sencillos, capaces de errores y equivocaciones.

No podemos justificar las caídas, pero no por eso podemos dejar de seguir proclamando que el Evangelio de Jesús nos da vida plena.

Ahora todos los cristianos tenemos que ser los nuevos apóstoles, que tengamos la conciencia de poseer un mensaje nuevo y alegre que comunicar a los demás. Lo importante no es el mensajero sino el mensaje que ofrecemos. Es una misión que debemos cumplir reconociéndonos vasos frágiles, con medios bastante limitados, pero con una fuerza y una alegría que se desborda.

Hoy seríamos nosotros, todos, los nuevos apóstoles.