Martes de la XXIV Semana Ordinaria

1 Cor 12, 12-14. 27-31

La primera experiencia que tuvo Pablo de Cristo es determinante para todo su ministerio apostólico, «¿Por qué me persigues?», le dice el Señor.  Pablo hubiera podido decir: «yo estoy persiguiendo a unos cismáticos que están destruyendo la unidad de nuestro pueblo».  Allí Pablo capta la unidad orgánica de la Iglesia con Cristo como cabeza.

Pablo ama la comparación del cuerpo: una sola cabeza, un espíritu animador, una pluralidad de órganos, cada uno con su función distinta, cada uno sirviendo a todos los demás, cada uno recibiendo de todos los demás.

«Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo.  Hay diversidad de servicios, pero el Señor es el mismo»  «Aspiren a los dones más excelentes»,  nos decía Pablo.

Lc 7, 11-17

La resurrección del joven de Naím nos la presenta el evangelista como una situación trágica. La muerte del hijo único de una madre viuda.  Sin duda que en Jesús resonó su propia situación de hijo único de madre viuda.  La «gran muchedumbre» de que habla Lucas expresa la compasión y solidaridad de los del pueblo.

El milagro de hoy expresa el amor de Dios que se da.  El amor que devuelve la vida, que la sana, la fortalece y le da plenitud.

El comentario del pueblo fue: «Dios ha visitado a su pueblo»,  lo que es muy justo y exacto.  Cristo es la vida de Dios, que se nos da y se nos hace visible en El.  «Quien me mira, mira al Padre», dice Jesús.  «Cristo, imagen de Dios invisible».

Reconozcamos y agradezcamos en esta Eucaristía el don de Dios en Cristo.