1 Jn 5, 14-21
Con su invitación a una oración llena de confianza, Juan, en su primera carta, subraya una cualidad de fondo que debe tener nuestra oración: someter nuestra petición al beneplácito de Dios, con la certeza de que, cuando Dios nos cierra un camino, es para abrirnos otro mejor, y, cuando nos niega una gracia, es para darnos una más grande.
La oración del cristiano debe pedir, sobre todo, el perdón y la salvación de los pecadores, porque el Señor quiere que el “impío reoriente y obtenga la vida”
Pero, es inútil rezar por “el pecado que lleva a la muerte”, el de quien, habiendo conocido la luz, prefiere las tinieblas, rechaza la verdad, se obstina en el mal. Es el pecado contra el Espíritu, de que habla Jesús, que no será nunca perdonado.
Jn 3, 22-30
La última de las manifestaciones de Jesús que hemos ido leyendo estos días es la que se nos presenta hoy, último día ferial de la Navidad: el testimonio del Bautista.
Los discípulos de Juan sienten celos porque Jesús también está bautizando. Pero en realidad Juan muestra la grandeza de su corazón y la coherencia con su postura de precursor. Vuelve a recordar aquellas palabras “yo no soy el Mesías”. Y se compara con el amigo del esposo, que acompañará a éste a la boda.
Juan sabe que no es la Palabra, sino la voz que le hace eco. Y podríamos notar que no se busca a sí mismo sino que, como una voz, su única misión es la de anunciar, la de dar a conocer la palabra, que es la venida de Cristo. ¿Nosotros también podríamos decir que predicamos a los demás con nuestro testimonio? ¿Somos voces que anuncian la Palabra? O, por el contrario, ¿queremos triunfar por encima de todos?
Terminada la Navidad, con la fiesta del Bautismo del Señor, no puede seguir igual nuestra vida. Tiene que notarse más esperanza en nuestra vida, más alegría, más confianza en Dios y más amor a nuestros hermanos.