1 Jn 4, 7-10
En los restaurantes la propina que se deja al camarero se considera un regalo. En este caso la palabra regalo ha perdido su sentido. Un regalo es algo que se da a una persona, sin tener en cuenta el mérito. El mesero, especialmente el que nos ha servido muy bien, merece una recompensa. Una propina es, en realidad, parte de su salario, no un regalo.
Dios sí que nos da a todos un regalo. San Juan lo señala con toda claridad cuando dice que “el amor consiste es esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como víctima de expiación por nuestros pecados”. Nosotros no hicimos nada primero para merecer que el Hijo se haya hecho hombre. La iniciativa fue de Dios. Aunque nosotros éramos todavía una raza de pecadores, Dios nos amó y nos demostró su amor en una forma práctica.
Durante su vida, Jesús nos manifestó continuamente esta clase de amor gratuito. Jesús enseñó a las multitudes. No estaba bajo contrato, como un profesor universitario a quien se le paga por enseñar a sus alumnos, quienes a su vez pagan inscripción y colegiatura. Fue un acto nacido del amor, absolutamente libre.
Es esencial que reconozcamos que todo lo que tenemos es un don de Dios: la vida, la fe, nuestra familia, y aun aquella energía y talento con los que nos ganamos la vida. Y lo que Jesús hizo por las multitudes lo sigue haciendo por nosotros en cada momento, en cada misa que celebramos. Nos enseña por medio de las Sagradas Escrituras y nos alimenta con su propio Cuerpo y Sangre.
Mc 6, 34-44
En medio de un mundo egoísta, que solo piensa en sí mismo, este evangelio nos enseña lo que puede ocurrir cuando se comparte lo que se tiene.
Eran solo unos cuantos panes y pescados y fueron suficientes para alimentar a toda una multitud. Y es que es precisamente cuando se comparte cuando se puede experimentar la multiplicación. Muchas veces pensamos que lo que tenemos (especialmente cuando se trata de recursos económicos) apenas nos alcanzaría para nosotros y para nuestra familia.
Es necesario hacer la prueba y darnos cuenta que cuando ponemos nuestros dones al servicio de Dios y de los demás, estos se multiplican enormemente. La abundancia nace del compartir. El atesorar nos empobrece y empobrece a muchos, el compartir nos enriquece y nos permite participar del amor de Dios. ¿Por qué no haces la prueba y ves que grande es el Señor?