San Pedro y San Pablo

Mt 16, 13-19

Iglesia perseguida de los primeros tiempos. Apóstoles que reciben la Gloria del Martirio por anunciar el Evangelio. Gobernantes injustos y recelosos que creen que encerrando a los Discípulos van a detener el avance de la Palabra. Imagino a San Pedro en esa oscura prisión, en permanente actitud de oración, con mil preocupaciones por los hermanos que están fuera. Herodes dobla la guardia, multiplica rejas y cadenas pero ¿qué es eso para Dios? Una tras otra van cayendo las trabas y el Apóstol recupera su libertad para continuar con la labor que le encomendó el Maestro. No hay prisiones para la Fe.

Hoy día podemos caer en muchas cárceles: los placeres mundanos, el dinero, la avaricia, el egoísmo, la pereza… Ataduras que nos encierran en nosotros mismos y nos hacen (o lo intentan hacer) dar la espalda a Dios y al prójimo. Podemos tener la sensación de que esas ataduras son inquebrantables y dejarnos llevar por el desaliento. Pero Dios siempre está ahí, dispuesto a liberarnos como hizo con San Pedro. Debemos tener actitud orante, disposición de ánimo, y veremos como el Señor obra en nosotros. Tenemos que romper las cadenas que nos atan, abrir las puertas que nos encierran y dejar que el ángel de Dios nos lleve de la mano para continuar con la labor de dar a conocer la alegría de la Palabra.

He mantenido la Fe

San Pablo sabe que su final está cerca y se sincera con Timoteo. Puede sorprendernos su entereza de ánimo, aun sabiendo que le espera el martirio. Pero él nos da la clave: «He mantenido la Fe». A eso atribuye sus éxitos a la hora de anunciar la Palabra, incluso entre los gentiles. Siempre confió en el Señor, desde su conversión puso su vida en sus manos, y ahora nos explica como ese ha sido el secreto de su misión. Y se siente alegre, confiado ante su final porque sabe que está cumpliendo con la voluntad de Dios. Lo importante no es el cómo y el cuándo, lo verdaderamente importante es que… «me salvará y me llevará al Reino del Cielo» Por eso no vemos en él desesperanza, ni tan siquiera temor, sabe que alcanzará la corona dolorosa del martirio pero ni la rechaza ni la teme porque en ella se encuentra Dios.

Todos tenemos miedos, temores, cobardías pero si de verdad nuestra Fe fuera fuerte y sincera nuestra actitud ante la vida sería alegre, positiva y eso ayudaría a los demás. Debemos ser conscientes de que es nuestro deber, como seguidores de Cristo, iluminar a los demás, ser «la sal de la tierra» como lo es San Pablo en esta hermosa carta. «No tengáis miedo» nos gritó el Santo papa Juan Pablo II, y no debemos tenerlo porque Dios está en medio de nosotros.

Iglesia naciente, Iglesia en camino

Emocionante pasaje el que nos presenta San Mateo: nada más y nada menos que el nacimiento de la Iglesia, la institución de San Pedro como primer Papa. Cristo solo con los Doce, en la intimidad que da la amistad y la convivencia, con sencillez: «Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Un pobre pescador, un hombre humilde pero con determinación. Os aseguro que me emociono cada vez que lo leo e intento imaginar la escena ¿Qué pasaría por la cabeza de San Pedro en esos momentos? Tendría dudas, preguntas, miedos… Pero no replica, cree en Jesús ciegamente y hace un instante acaba de decirle «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» sin duda inspirado por el Espíritu Santo tal y como el mismo Cristo le dice. Es consciente de que la carga que acaba de recibir no es ligera pero está dispuesto. Y Jesús también nos dice que el poder del infierno no podrá con su Iglesia. Muchas veces creemos que el mal puede llegar a vencernos, pensemos en estas palabras, confiemos en Cristo y, como San Pedro, aceptemos aquello que Dios nos depare sin miedo, con alegría y responsabilidad.

Hoy celebramos la memoria de estos dos grandes Apóstoles, San Pedro y San Pablo son ejemplos que deben fortalecernos. Cada uno cumplió su misión y juntos ayudaron a levantar los pilares de la Iglesia. Ambos tienen en común el amor, la Fe ciega en Cristo, la entrega total a la Palabra. Pidámosles hoy que infundan en nosotros el valor apostólico para continuar la labor que ellos comenzaron.

Miércoles de la XII Semana Ordinaria

Mt 7, 15-20

Está claro que la tentación de un profetismo que nace de sí mismo, acecha el caminar del creyente. Jesús alerta de esa pura apariencia y llama la atención sobre lo que hace veraces a los verdaderos profetas: son conocidos por sus frutos.

Ciertamente todo bautizado participa de la condición profética de Jesucristo. Esta participación se realiza por la comunión con su vida, actitudes, proyecto de vida. Es participación en la misma misión de Jesús. No valen las apariencias. No sirve tomar prestado lo que se intenta comunicar, al final se queda en evidencia: “se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces.”

Estamos dentro del sermón de la montaña y Jesús está explicando a los discípulos y a la gente un atractivo proyecto de vida. Va clarificando aquellos preceptos que limitados a la letra han perdido el espíritu del mandato. Una oración vacía porque se ha reducido a meras formalidades, a ritos vacíos por exuberantes que puedan ser. Falta la vida. Es el árbol dañado que no puede dar frutos sanos o está seco y ni fruto puede dar. Jesús hace una llamada de atención. No para que miremos al otro y juzguemos al otro, sino para que entremos dentro de nosotros mismos y veamos los fundamentos de nuestra fe y existencia cristiana. Eso es de lo que se trata. Si los frutos que producimos son inservibles, algo hay que renovar interiormente. Algo anda mal. Jesús lo repite dos veces.

No valen las apariencias piadosas para tener delante de sí a un verdadero creyente. Tampoco podemos creer que los somos si no estamos en revisión permanente a la luz de la Palabra que se nos ha comunicado.

¿Cómo es mi diálogo con Dios?

¿Trato con él mis asuntos existenciales?

Martes de la XII Semana Ordinaria

Mt 7, 6. 12-14

Hermoso mandato que repetimos muchas veces y pocas hacemos caso. No sabemos tratar a los “otros” como querríamos que ellos nos trataran, y puede que sea porque nos cuesta identificar dónde están los cerdos, dónde los perros. Cuando creemos estar instalados en “la verdad” y nunca nos atrevemos a cuestionarla, puede que empecemos a ver perros y cerdos donde en realidad solamente hay hermanos. Y eso nos llevará a juzgar -y con mucha frecuencia a condenar—a los que nos rodean.

Hoy podemos decir que “los que nos rodean” están diseminados por toda la tierra. Los medios de comunicación, las redes sociales, nos obligan a vivir en mundo plural y muy extenso. Me puede resultar fácil conocer a las gentes de mi ciudad, incluso a los de mi nación, pero me faltan elementos para conocer, y reconocer, a los que están físicamente lejos, aunque las redes sociales me los sienten a la mesa y termine comiendo con ellos, aunque ellos no lo puedan hacer conmigo.

Entrad por la puerta estrecha. Bien, es un buen mandato que trataremos de seguir, pero puede que veamos la puerta tan sumamente estrecha que no nos atrevamos a pasar por ella, seguramente, porque nuestro equipaje de usos, costumbres, ritos, tradiciones, deseos y forma de vida es demasiado voluminoso y no sepamos desprendernos de él y, claro, con tanto equipaje, es más cómoda la puerta más ancha.

Juzguémonos a nosotros mismos y no seamos demasiado severos porque solamente somos criaturas finitas, criados del Señor que se sientan a su mesa, pero que pueden llegar a ladrar o gruñir si algo nos contraría. Abramos bien los ojos del espíritu para que sepamos discernir, aprendamos a amar a todos y a todo sobre todas las cosas, porque esta será la única forma de llegar a encontrar al Padre de todos, caminar de la mano de nuestro hermano mayor y podamos, iluminados por el Espíritu, llegar a inaugurar en el mundo, en este mundo, una fraternidad universal. ¿Lo pensamos?

Lunes de la XII Semana Ordinaria

Mt 7, 1-5

A primera vista podría ser un problema físico, es importante definir bien la unidad de medida para ajustar lo que queremos medir a la realidad. Según sea esta unidad de medida el resultado será uno u otro.

Pues bien, nos situamos en una comunidad cristiana del siglo primero para la que Mateo escribe trayendo a su memoria los dichos y hechos de la vida de Jesús.  Este capítulo 7 hay que interpretarlo en continuidad con los anteriores, es decir, lo que Jesús ha ido diciendo, y que Mateo lo presenta como las enseñanzas de Jesús para sus seguidores. Propone un estilo de vida propio de los seguidores de Jesús, una forma de vida exigente, como son las bienaventuranzas, y las formas de comportamiento que han de caracterizar a los cristianos. En esta clave surge el texto de hoy.

Está claro su contenido, “no juzguéis y no seréis juzgados” Pero aparecen varias acepciones, significados, relativos a la palabra que nos presenta el texto. Nos referimos ahora a la de juzgar, emitir juicio para dictaminar si un hecho está bien o mal. Parece que Jesús lo utiliza en este sentido, juzgar, emitir un juicio de valor.” El que esté libre de pecado que tire la primera piedra (Jn 8,7).

Hay dos motivos (o quizá más) para no hacer esto, es decir, no juzgar. Es muy difícil que nosotros podamos conocer todos los datos de un hecho referido a la persona que se cruza en nuestro camino y la cual juzgamos con relativa facilidad. Nunca podremos encontrar la solución de un problema o situación si no conocemos todos los datos. A este respecto el escritor Andrew Solomon dijo: “Es casi imposible odiar a alguien cuya historia conoces”.

Y el segundo motivo es delimitar qué instrumento es el más adecuado para medir el comportamiento de una persona, y aquí sí Jesús nos lo dice con toda claridad a través de los distintos pasajes donde trata este tema: comprensión, compasión, misericordia.

La otra persona es “espacio sagrado” nunca podremos llegar hasta el fondo de su corazón. Este juicio de valor sólo le corresponde a Dios, nunca podremos ponernos en su lugar. ¡Y nos gusta tanto ir de jueces por la vida!

Si somos capaces de emitir un juicio, en aquellos casos que sea inevitable, y valoramos el hecho con comprensión, compasión y misericordia, es seguro que esa misma medida la aplicarán con nosotros.

La brizna y la viga

Sorprende el texto revelando, con mucha claridad, actitudes muy propias del ser humano en debilidad.  Hay un cuento oriental muy conocido en el cual se pinta a una persona caminando por la vida con dos mochilas, una la lleva delante y otra detrás. En la de delante lleva los defectos ajenos y en la de detrás los propios.  No sabría Jesús de este cuento pero sí conoce nuestro corazón, y nos pone a nuestra consideración estas palabras, cuidado con la brizna y la viga.  Su Palabra nos ofrece la oportunidad de acercarnos  a nuestro interior y descubrir nuestras “vigas”  también con comprensión y misericordia sólo así podremos acercarnos a ayudar al hermano ya que, sólo nuestra cercanía, solidaridad y cariño ayudarán al hermano, a la hermana si está equivocado o equivocada.

Y damos gracias a Dios por ofrecernos una vez más su Palabra, la posibilidad de escuchar su voz,» Sal» y de experimentar su Amor y Misericordia infinita.

Natividad de San Juan Bautista

Lc 1, 57-66. 80

Dios a la hora de acercarse a los hombres ha dado sus pasos. Antes de hacernos el gran regalo de su hijo Jesús, quiso que un precursor empezase a hablar de él con fuerza. Ese precursor fue Juan el Bautista. Desde antes de su nacimiento, los signos especiales le rodearon. Nace de unos padres, Zacarías e Isabel, ya de avanzada edad y siendo Isabel estéril hasta entonces. Se rompe la tradición de llamarle como a su padre y le llamarán Juan porque está acorde con la misión que va a realizar. Juan significa “Dios es propicio”, “Dios se ha apiadado”, “Dios es misericordia”.

Su misión va a ser presentar a Jesús, el Mesías, como el que nos quiere a todos los hombres, el que siempre nos es propicio, el que siempre con nosotros va a tener entrañas de misericordia y nunca de estricta justicia y de castigo.

Llegado el tiempo, se dedica de lleno a proclamar la próxima venida de nuestro Salvador a orillas del Jordán. A los que hacen caso a su predicación les bautiza como signo de que quieren abandonar su vida de pecado y meter de lleno a Dios en su corazón. Viviendo así una vida nueva.

Juan, como amigo de Dios, lleva también en su corazón la verdad y la humildad. Por eso, con toda sencillez y humildad pregona a todos los que se acercan a él que no es el Mesías, al que nos es digno ni de desatarle las correas de sus sandalias. Y cuando aparece Jesús y es también bautizado por Juan, les pide que se queden con Jesús y no con él. “Conviene que él crezca y yo mengue”. Que es lo mismo que decirles: “Seguid a Jesús que es el Hijo de Dios, el verdadero salvador de los hombres y no a mí”. Y esa es la misma indicación que Juan el Bautista nos a hace también a nosotros cristianos del siglo XXI. Lo nuestro es amar y seguir a Jesús. Todo lo demás viene por añadidura.

Viernes de la XI Semana Ordinaria

Mt 6, 19-23

Conocía bien Jesús a su pueblo. Sabía el afán desmedido por las riquezas y la psicología avara del pueblo judío. Sabía de sus refranes y dichos y de esa actitud tan orgullosa de que, considerándose ricos y sanos, era porque habían sido justos y Dios los premiaba.

Jesús insiste en que es en el corazón donde debe acumularse la riqueza interior. Los demás lugares están llenos de polilla que corroe, donde todo se echa a perder o los ladrones acuden porque saben que allí hay acumulado. ¡Ah el “acumulado” de las cuentas personales, comunitarias o empresariales!

Donde está la riqueza dice que está el corazón, no dice está tu perdición; pero sabe que es así.

Bonito final del texto para invitar a tener la mirada limpia, diáfana, transparente, por donde entra la luz y, claro, por donde también sale de dentro. Bien sabía que la cara es el espejo del alma y que el alma se escapa por la mirada.

Lo sabemos bien, hay rostros que callando lo dicen todo, mirando se les ve el fondo del alma. Los retorcidos lo acompañan con una torva mirada, con una sonrisa cínica. Los buenos miran de frente, sonríen con franqueza, todo en ellos es luminoso, verdadero y eso los hace libres. ¿Libres? ¿para qué? Dirán algunos.

Cada uno sabemos ver, mirar, leer en el fondo del alma y, cada uno, sabemos bien cómo y cúando queremos ser rostros y miradas de luz para los demás. De no querer serlo, mejor cerrar los ojos y no ser descubiertos, pero, ¿para vivir así…? Qué pena.

“Y si la luz que hay en ti resulta ser oscuridad, ¡qué negra no será la propia oscuridad!” termina diciendo Jesús. Qué buen observador. Qué sabio. Así terminó Él: ahogado por la oscuridad de los cínicos, oportunistas y aduladores ante el César y sus representantes.

No han cambiado mucho las cosas, quizá hayan ido a peor, por muy justas que parezcan las leyes y derechos humanos.

Jueves de la XI Semana Ordinaria

Mt 6, 7-15

La primera recomendación de Jesús a sus discípulos a la hora de rezar es que no empleen muchas palabras al dirigirse a Dios, porque Dios antes de que abramos la boca sabe lo que nos hace falta.

El punto de partida y que matiza todo lo demás es que tenemos que empezar llamándole Padre, porque en realidad lo es, ya que “a cuantos le recibieron les dio el poder de ser hijos de Dios”. Muy distinta es nuestra vida si de verdad creemos que Dios no es un ser lejano, que no se preocupa de nosotros, sino que es nuestro Padre y Padre de los buenos, que nunca nos deja de su mano… y también muy distinta será nuestra oración. 

Todas las peticiones, que nos indica Jesús que tenemos que dirigir a Dios son necesarias, pero, intentando resumirlas en dos, pidamos a nuestro Padre Dios que nos creamos de verdad que somos sus hijos con todo lo que esto lleva consigo, y que nos dé cada día el pan que necesitamos para portarnos como tales con él y con nuestros hermanos.

Martes de la XI Semana Ordinaria

Mt 5, 43-48

Somos criaturas de Dios para la construcción de la fraternidad y defensa de la justicia.

Son palabras del Papa Francisco en el último capítulo de la encíclica “Todos hermanos”, completamente en consonancia con el evangelio del día de hoy. San Mateo en este capítulo quinto, expone las enseñanzas de Jesús sobre la nueva moralidad en confrontación con la Ley antigua. El mismo Jesús nos dice que no ha venido a destruir la Ley, sino a darle su cumplimiento. Jesús trasciende el antiguo marco pacato y restrictivo, para crear una nueva dimensión más abierta, exigente y universalista. Las bienaventuranzas no se agotan en actos y cumplimientos concretos, son un estilo de vida, una manera de ser y estar frente al mundo. Un convertirse en sal y luz para que el mundo recobre el sentido de la creación de Dios, acoja un nuevo valor de la justicia y la compasión. Un ideal que alcanza su culmen en la última proposición de Jesús: “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial que hace salir su sol sobre malos y buenos”. Un mandamiento radical, en línea con el seguimiento que exige Jesús. “Déjalo todo, ven y sígueme”.

Ya no hay desconocidos ni extraños, no hay nosotros y ellos, no hay amigos y enemigos, todos somos hijos de Dios, hermanados y unificados en la redención de Jesús. Amor al prójimo que incluye al que te fastidia, al que te odia o te amenaza. Un amor valiente, que reclama y lucha por la justicia como esqueleto de convivencia y relación. Pero un amor que supera esa normativa para promover la misericordia y la compasión. Orar por vuestros enemigos, devolved bien por mal, amad, reconoced al otro como hijo de Dios, sed compasivos con el que te perjudica, perdonad hasta setenta veces siete. Sólo así nos acercamos a la perfección, a ser fiel reflejo del amor y la perfección del Padre. Combatir el mal con el bien, responder con la no violencia y el perdón, para recibir el perdón de Dios por nuestras culpas, porque también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. ¡Seamos instrumentos de paz y amor!

 ¿Seremos capaces de perdonar? ¿Seremos capaces de reconciliarnos?

Lunes de la XI Semana Ordinaria

Mt 5, 38-42

Jesús nos presenta una nueva manera de vivir nuestras relaciones… En realidad, nos cuestiona, provoca y desafía a vivir el reino de Dios. Las parábolas, los milagros, los bellos discursos se concretizan a través de compromisos determinados. Compromisos que Él mismo vivió presentándonos el camino a seguir. Se trata de superar la lógica humana de justicia, venganza y satisfacción personal. Su forma de proceder ante las acusaciones (que le hacen a Él y también a otras personas) o ante la respuesta violenta de sus amigos (“vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?” Jn 18,11) nos revela que es posible vivir el evangelio, la Buena Nueva, el proyecto de Dios para la humanidad.

Sabéis que se dijo… pero yo os digo… Jesús propone no devolver mal por mal, sino responder con el bien duplicado. Es el Evangelio aterrizado, con su belleza encarnada en el corazón de quien lo arriesga todo porque encontró el sentido total: el Amor. Es el termómetro que me informa a respecto del nivel de la veracidad de mi fe, de la coherencia de mi vida, del compromiso concreto, no sólo con Dios, sino con todas las personas que encuentro en el contexto de la vida. Se trata de colaborar y hacer posible el reino de Dios entre nosotros. Aquí ya no hay máscaras. Es el momento de no recibir en vano la gracia de Dios, de recomenzar si es necesario, porque a mi lado está mi hermano, mi hermana y no el martillo del juez implacable.

Inmaculado Corazón de María

Lc 2, 41-51

Los primeros capítulos de la 2ª Carta a los Corintios, los emplea San Pablo en hacer una defensa de su ministerio apostólico; ser fiel al mandato de Cristo de evangelizar, le ha acarreado múltiples sufrimientos. Pero nada ha sido en vano.

Nos llama la atención que la Iglesia ponga esta lectura precisamente hoy, día de la memoria del Inmaculado Corazón de la Virgen María. “El que está en Cristo es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo”. El hombre nuevo es el centro de la nueva creación realizada por Dios. Y la lectura nos presenta a María, la mujer nueva, la que ha abierto su corazón al plan de Dios de tal manera, que ha aceptado dejarse traspasar a semejanza del Corazón del Hijo. Su corazón está también traspasado, está permanentemente abierto para reconciliar, para que todo el que quiera acercarse a la reconciliación, tenga libre acceso a la gracia que Dios derrama.

María, con su Inmaculado Corazón, nos remite al Hijo que siempre nos está diciendo: “Hijo, dame tu corazón, y tus ojos guarden mis caminos”.

La casa de mi Padre

En el evangelio de hoy se hace referencia al Templo, a la casa de mi Padre y al corazón de María. Y también las oraciones eucológicas de esta Fiesta del Inmaculado Corazón de María citan expresamente el Corazón de María como “digna morada del Espíritu Santo”, y que nosotros “lleguemos a ser templos dignos de tu gloria”.

¿Qué relación tiene todo esto? ¿Qué nos quiere decir? En la época de Jesús, el Templo de Jerusalén era la casa de Dios, ahí moraba Dios. Pero hay otras traducciones que en lugar de “Casa de mi Padre”, traduce por “las cosas de mi Padre”. Es decir, que Jesús parece querer indicar a José y María que las cosas de su Padre, o sea, la relación íntima con Él, es más importante que el Templo, porque esa relación se puede dar en lo íntimo del corazón. Y así lo apunta el final del Evangelio: “María conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón”.

Efectivamente, el corazón es el centro de la persona, ahí sucede todo, ahí se toman las decisiones, ahí se guardan los sentimientos, afectos, deseos, todo lo profundo de la persona. Y ahí habita Dios, ahí habla al corazón de la persona y en ese fondo es donde quiere tener una relación de amor con cada uno de nosotros.

Aprovechemos este día en que María nos ayuda a tomar en serio nuestro proceder, a cribar nuestro corazón para comprobar si de verdad amamos a Dios, a no tener miedo de mirar dentro y ver qué sale de nuestro corazón, y a confiarnos a su Inmaculado Corazón para pedirle que podamos tener los mismos sentimientos del Hijo.