Jn 10,31-42
Una de las cosas que causan más asombro en la vida de Jesús es que haya sido tanta la gente que lo rechazó. Jesús es la personificación de todo lo que es bueno, santo y deseable, y lo que Él desea es atraer a todos los hombres hacia sí, para hacer de ellos seres perfectos y eternamente felices. No solamente predicó la bondad y el amor de su Padre para con los hombres, sino que Él mismo reveló esta bondad y este amor con sus acciones.
Cuando los judíos cogieron piedras para apedrearlo, Él les dijo en tono de protesta: “He realizado ante vosotros muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de ellas me queréis apedrear? Entonces lo acusaron de blasfemia, porque pretendía ser Dios, y sin embargo, solo les estaba diciendo la verdad, y sus afirmaciones de que era un ser divino, estaban confirmadas por señales y milagros.
Pero, el rechazo que sufría Jesús no era nada nuevo. De la misma manera había sido repudiado el profeta Jeremía, que no hacía sino hablar con la verdad en el nombre de Dios (primera lectura). Cuando el profeta avisó al pueblo acerca de la destrucción de Jerusalén si no se arrepentían, Jeremías fue arrestado, apaleado y encerrado en la cárcel.
De todas maneras nos sorprende que Jesús, lo mismo que muchos otros profetas de Israel, haya sido rechazado por un número tan grande de gente, si no hacía más que decir la verdad. ¿Por qué se le rechazaba? Eran muchas las razones y muy complicadas, pero una de ellas es que la verdad puede incomodar.
Cuando la verdad nos coloca frente a nuestros fracasos e incapacidades, el camino más fácil para escapar a nuestras responsabilidades y a la necesidad de tener que cambiar es ignorar o negar la verdad. Cuando un maestro notifica a los padres consentidores e irresponsables, que su hijo es un problema en la escuela, tanto en los estudios como en la disciplina, el juicio del maestro es, al mismo tiempo, una evaluación del joven estudiante y de sus padres. Pero éstos, antes de hacer frente a sus propias faltas y a la necesidad de actuar, escogen el camino más fácil y se niegan a aceptar el informe del maestro.
La verdad puede incomodar, aun la verdad predicada por Jesús. La verdad de Jesucristo nos exige que seamos diferentes de los demás; nos pide que aceptemos el sufrimiento y la auto-renuncia, que abandonemos nuestro egoísmo y que seamos generosos en nuestro amor y nuestro servicio a los demás. Oremos en esta Misa para que nunca tomemos la salida fácil de rechazar a Jesús y su verdad.
¿Tus proyectos son los de Cristo? Y si son, ¿los defiendes y realizas con todo tu corazón?