Homilía para el 23 de noviembre de 2018

Lc 19,45-48

Parece que Jesús se enoja con mercaderes y vendedores, y en parte es así. Pero su enojo no viene por su profesión, su enojo no va dirigido a los de fuera del templo, va dirigido a los de dentro.

Cuando el Templo se había convertido para los israelitas en signo de la presencia del Señor, cuando admiraban su construcción y se sentían orgullosos e invencibles, los profetas alzaron su voz para reclamar y señalar que hay cosas más importantes que una bella construcción de piedras y que el culto que el Señor quiere parte del corazón y se manifiesta en el amor a los hermanos. No admite el Señor un culto vacío ni el soborno de un sacrificio a cambio de la injusticia, de la mentira o de los juicios arreglados.

Más que el santuario, el Dios de Israel exige habitar en el corazón de cada persona. Cuando ha estado destruido el Templo, cuando se sienten olvidados, el Señor asegura su presencia en medio de ellos, en el resto fiel, en el corazón limpio.

Jesús recoge toda esta tradición y aunque se acerca al Templo y predica en sus atrios, exige también el culto verdadero. Jesús entabla toda una lucha con quienes han manipulado la Ley, el Sábado, el sacrificio y el Templo y lo han convertido en fuente de ganancias y de opresión.

No se puede, con el pretexto de la religión o de las Leyes despreciar a la persona, no se puede comerciar con sus derechos, no se puede pisotear su dignidad.

Hoy nos encontramos con modernos templos donde se comercia con los débiles, donde se venden sus derechos, donde se les despoja de sus pertenencias. Cada persona es santuario y templo de Dios, lugar sagrado, casa de oración y no puede ser convertida en cueva de ladrones.

La trata de personas, la venta de menores, la manipulación de los fetos, la comercialización de las necesidades y muchos otros métodos modernos llevan a cosificar a las personas, a tratarlas como mercancía, a despreciar sus sentimientos.

El mundo moderno se ha dejado gobernar por el poder del dinero y de los grandes consorcios de las poderosas firmas y no le ha importado pasar por encima de la conciencia de las personas. Incluso también hoy hay quienes utilizan la religión con fines comerciales o políticos y convierten lo más sagrado de la persona, su interior, en cueva de ladrones.

Cada persona es santuario de Dios, tú tienes un gran valor porque eres templo del Espíritu Santo. No profanemos ni dejemos profanar esos santuarios de Dios.

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