Miércoles de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4, 38-44

Una de las actitudes fundamentales de Jesús, y que sobre todo san Lucas no se cansa de resaltar, es la gran misericordia de Jesús que lo lleva a ser disponible para los demás.

Jesús, una vez entrado en la casa de Simón Pedro, ve que su suegra está en cama con la fiebre; inmediatamente le toma la mano, la cura y la hace levantar.

Luego del ocaso, cuando terminado el sábado la gente puede salir y llevarle a los enfermos, sana a una multitud de personas afectadas por enfermedades de todo tipo: físicas, psíquicas y espirituales.

Jesús, ha venido al mundo para anunciar y salvar a cada hombre y a todos los hombres muestra una particular predilección por aquellos que están heridos en el cuerpo y en el espíritu: lospobres, los pecadores, lo endemoniados, enfermos y marginados, revelándose médico de almas y cuerpo, buen Samaritano del hombre. Es el verdadero Salvador: Jesús salva, Jesús cura, Jesús sana.

Tal realidad de la curación de los enfermos por parte de Cristo nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor de la enfermedad.

Jesús, enviando en misión a sus discípulos, les confiere un doble mandato: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza, la Iglesia siempre ha considerado la asistencia a los enfermos parte integrante de su misión.

“Los pobres y los enfermos estarán siempre con vosotros”, enseña Jesús, y la Iglesia continuamente los encuentra por su camino, considerando a las personas enfermas como un camino privilegiado para encontrar a Cristo, para acogerlo y para servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo.

Cada uno de nosotros está llamado a llevar la luz de la Palabra de Dios y la fuerza de la gracia a aquellos que sufren y a cuantos los asisten, familiares, médicos, enfermeros, para que el servicio al enfermo se cumpla cada vez con más humanidad, con dedicación generosa, con amor evangélico, con ternura.

Recemos a María, “Salud de los enfermos”, para que toda persona en la enfermedad pueda experimentar, gracias a la atención de quien le está cerca, la potencia del amor de Dios y la consolación de su ternura materna.

Lunes de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4, 16-30

San Lucas escribe para quienes buscan conexión entre el mensaje de Jesús y la vida actual; para quienes se interesan por descubrir qué es lo más importante de la buena nueva; para quienes sufren ataques y han tenido dudas; para quienes buscan dinámicamente vivir el evangelio. Sus temas centrales son la oración, los pobres, la misericordia, el discipulado, la valoración de la mujer, en especial el papel de María, la conducción del Espíritu Santo que suscita nuevos horizontes y abre caminos a la evangelización.

La dignidad de las personas e importancia de la vida comunitaria tienen gran importancia en sus relatos. En fin, temas que son de mucha actualidad y que nos hacen reflexionar en nuestro propio camino.

Cuando presenta a Jesús en la sinagoga que hace la lectura del profeta Isaías, no lo recuerda como algo del pasado. Lo pone en un presente muy vivo. Es el programa de toda su actividad profética. Si estas palabras estuvieran fuera del contexto del evangelio parecerían explosivas y revolucionarias: liberar, abrir los ojos, romper cadenas, llevar buenas nuevas a los pobres.

¿Cómo sonarían a los oídos de aquellos judíos reunidos como de costumbre en su sinagoga? Debieron tener fuerte impacto sobre la audiencia.

En un primer momento todo es admiración y entusiasmo; pero cuando comprenden que esta actividad liberadora y las buenas noticias requieren un compromiso, cuando entienden aquellos pasivos oyentes que se exige su participación y que tendrán que cambiar muchas estructuras y expectativas, prefieren rechazar la propuesta de Jesús, lo llevan a la orilla de la población y quieren despeñarlo.

Este es el programa y la propuesta de Jesús también para nuestros días. Hoy también se cumple este pasaje de la Escritura, pero no de una manera estática, pasiva, sino dinámica, actual y exigente, que involucra a todos sus discípulos.

Hoy hay cadenas que romper, hoy hay ojos que se han cerrado y que necesitan luz.

Cristo trastorna las estructuras que ha establecido el hombre y propone una salvación dirigida a todos los hombres, pero de una manera especial a esa parte de la humanidad más desvalida y necesitada. Anuncia una liberación que alcanza a la totalidad de la persona y no solamente a alguno de sus aspectos. Trae Buena Noticia y no castigos ni venganzas, un “año de gracia” que implica la restauración de la paz, de una paz universal que alcanza a todos los pueblos.

Sus discípulos debemos hacer hoy, y mañana y cada día, que se cumpla este pasaje. No podemos dar la espalda al hermano que sufre. Debemos luchar contra toda cultura de muerte. No temamos, no es misión “nuestra”, sino la misión de Jesús. No tengamos miedo, también cada uno de nosotros podemos decir: “el Espíritu del Señor está sobre mí”

Sábado de la XXI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 25, 14-30

La parábola que nos relata el Evangelio insiste en que utilicemos bien los talentos que tenemos, por la principal razón de que los talentos los hemos recibido gratuitamente del Señor.

Conviene advertir que el hombre de la parábola llamó a sus servidores de confianza y les entregó la riqueza de él: no era un pago, sino un regalo.  Cuando olvidamos quién nos ha hecho un regalo, estamos cometiendo un error gravísimo.  La humanidad no tiene nada de qué presumir ante Dios.

De todo lo dicho se deduce que ningún cristiano, sea cual fuere su condición, debe tener complejo de inferioridad, porque Dios nos ha dado el mayor don posible: nos ha dado la vida en Cristo Jesús y lo ha hecho nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención.

Por eso, a los ojos de Dios todos somos “personas muy importantes”

Viernes de la XXI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 25, 1-13

En una ocasión tuve el privilegio de participar en la profesión perpetua  de una religiosa clarisa.  Frente al altar se colocó una lámpara encendida recordando la parábola de este día y queriendo significa que la vida de esta joven estaba toda delante del Señor,  y me explicaron que era un símbolo de la entrega y la señal de  que está joven siempre estaría en la presencia del Señor.

¿Será solamente una parábola para los consagrados?  Todo lo contrario, es para todo discípulo de Jesús que siempre y a todas horas debe estar en vigilancia. No tiene el sentido apocalíptico de la espera del último día, sino que se centra en la actitud del cristiano, que siempre y a todas horas, debe estar atento a la venida del Señor y esperándolo.

Hay rasgos que nos cuestan entender, como la actitud de las compañeras previsoras que se niegan a dar de su aceite a quienes se les apagan sus lámparas; o también no se entiende, en la dinámica del amor generoso del Padre, que les cierre con la puerta en las narices a quién estuvo toda la noche en vigilia.

Estos detalles, solo adquiere su verdadero significado si pensamos en la exigencia de Jesús de estar alerta siempre, a todas horas, sin ningún pretexto, previniendo todos los contratiempos.  Sólo así se puede construir el reino de los cielos.

El reino no se puede lograr si somos cristianos adormilados y conformista ante situaciones imprevistas o dolorosas.  El mundo, con sus atractivos, nos ha adormilado y nos ha llenado de actividades secundarias que hacen que nos olvidemos de lo más importante.

Esta parábola viene a despertarnos a hacernos sensibles para la construcción del reino.  No nos podemos adormilar, no podemos dejar que se apague nuestra lámpara, siempre debemos estar atentos.

Ya San Pablo, en la primera lectura, les insiste a los Tesalonicenses que vivan como conviene para agradar a Dios a fin de que sigáis progresando.

Hemos de ser una lámpara, lámpara que representa la actitud diaria del discípulo que busca en todo y de todas formas ser fiel a Jesús.

Debemos tener encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad; debemos tener abierto el corazón al bien, a la belleza y a la verdad; debemos vivir según Dios, pues no sabemos ni el día ni la hora del retorno de Cristo.

Jueves de la XXI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 24, 42-51

En una ocasión un señor sufrió un accidente automovilístico, su coche quedó destrozado.  Aun no se explica cómo él salió casi ileso, unos pocos rasguños, algún golpe leve, pero nada importante.  Pero los días siguientes estuvo inquieto y nervioso pensando que por poco muere.  Es estremecedor saberse tan cercano a la muerte.  Me siento como si hubiera vuelto a nacer. 

La muerte y el final es algo que nunca pensamos, pero es una realidad muy cercana y que a cada momento no estamos encontrando. 

Lo que Jesús nos propone en este pasaje es tener muy presente esta realidad, no para asustarnos sino para estar vigilantes y siempre dispuestos al servicio.

Velar y estar preparados es una actitud positiva frente a la vida, implica vivir en la presencia del Señor, en oración y buscando cumplir su voluntad.

Con el ejemplo del criado, Jesús nos muestra el verdadero camino de la vigilancia: el servicio.  Lo que tenemos, lo que somos, todo es regalo que Dios ha puesto en nuestras manos, pero nos ha sido otorgado para poder compartirlo, distribuirlo y dar alimento oportuno a los demás.

Que diferente cuando decimos que somos limitados en el tiempo y que lo que tenemos es solamente un tesoro que se nos ha dado para administrarlo.  Cuando comprendemos la dinámica de la generosidad de Dios que nos pone como servidores suyos para hacer el bien, cambian todas las perspectivas de nuestra vida.  No tiene sentido el acaparamiento, ni los orgullos desmedidos; no tiene sentido el engaño para tener más; no tiene sentido dejar sin comer a los demás.

Nadie puede darse a la buena vida: “comamos y bebamos que mañana moriremos”, pues tenemos responsabilidades serias frente a los hermanos.  Es una falsedad cuando se dice “con mi sudor lo he ganado y yo puedo hacer lo que me dé la gana”.  Siempre estará sobre nuestra conciencia el dolor y el sufrimiento de nuestros hermanos.

Si el Señor te pidiera hoy cuentas de tu administración, ¿te encontraría preparado? Te invito pues, a hacer un breve balance de cómo has administrado lo que el Señor puso a tu cuidado, sobre todo en tu trato con tus hermanos.

Ojalá que sin atemorizarnos, sí tomemos muy en cuenta estas palabras de Jesús que nos invitan a la vigilancia, a estar alertas y a sentirnos responsables del servicio a nuestros hermanos.

Miércoles de la XXI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 23, 27-32

Con estas palabras Jesús termina este duro sermón en contra de aquellos que aparentan una cosa y viven de una manera contraria a lo que predican.

No podemos decir que somos cristianos por el hecho de que portamos con nosotros una medallita o un crucifijo, o porque tenemos en nuestras casas u oficinas alguna imagen de Jesús o de la Santísima Virgen.

La vida cristiana es ante todo un estilo de pensar y vivir que se tiene que reflejar en todas las áreas de nuestra vida.

La doble vida de un cristiano hace tanto mal. «¡Pero, yo soy un benefactor de la Iglesia! Meto la mano en el bolsillo y doy a la Iglesia». Pero con la otra mano, roba: al Estado, a los pobres… roba. Es un injusto. Ésta es doble vida. Y esto merece, lo dice Jesús no lo digo yo, que le pongan en el cuello una rueda de molino y sea arrojado al mar. No habla de perdón, aquí.

Y esto, porque esta persona engaña, y donde está el engaño, no está el Espíritu de Dios. Ésta es la diferencia entre pecador y corrupto. Quien conduce una doble vida es un corrupto.

Diferente es quien peca y quisiera no pecar, pero es débil y va al Señor y pide perdón: ¡a ese el Señor lo quiere! Lo acompaña, y está con él. Y nosotros debemos decirnos pecadores, sí, todos,  lo somos.

El corrupto está fijo en un estado de suficiencia, no sabe qué cosa es la humildad. Jesús, a estos corruptos, les decía: «La belleza de ser sepulcros blanqueados, que parecen bellos, por afuera, pero dentro están llenos de huesos muertos y de putrefacción».

Y un cristiano que se vanagloria de ser cristiano, pero que no hace vida de cristiano, es uno de estos corruptos.

Todos conocemos a alguien que está en esta situación, ¡y cuánto mal hacen a la Iglesia! Cristianos corruptos, sacerdotes corruptos… ¡Cuánto mal hace a la Iglesia! Porque no viven en el espíritu del Evangelio, sino en el espíritu de la mundanidad.

Una podredumbre barnizada: ésta es la vida del corrupto. Y Jesús no les decía sencillamente «pecadores» a estos, les decía: hipócritas

Pidamos hoy la gracia al Espíritu Santo que nos ahuyente de todo engaño, pidamos la gracia de reconocernos pecadores: somos pecadores. Pecadores, sí. Corruptos, no.

San Bartolomé, Apóstol

Natanael o también llamado Bartolomé, nos ofrece una gran lección en este día: La búsqueda de Jesús tiene que ser personal, arriesgada y muchas veces en los lugares más insospechados.

Cuándo Bartolomé recibe la noticia de parte de Felipe de que ha encontrado al Mesías, espontáneamente deja escapar la expresión “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” esta expresión, manifiesta todo el desprecio que un pueblo siente por sus vecinos más alejados.

Ciertamente, Nazaret pequeña población, olvidada de Galilea, no ofrecía muchas posibilidades de ser una nación del que esperaran al libertador de Israel. Nazaret no estaba cercana al templo, no figuraba como potencia económica, no brillaba por sus maestros o la sabiduría de sus escribas. Pero Natanael o Bartolomé se deja convencer por las palabras misioneras de Felipe: “ve y lo verás”.

No es cuestión de doctrinas, es cuestión de encuentro; no es cuestión de linajes, es cuestión de amistad; no es cuestión de privilegios, es cuestión de dejarse amar. Y lo sorprendente, es que mientras Natanael se expresaba con desprecio de quien no conocía, Jesús pronuncia una de las más grandes y sincera alabanzas que se puede hacer a un israelita: “un israelita de verdad, en quien no hay engaño”.

Jesús ya lo conocía, Jesús ya lo amaba, Él ya ponía sus ojos en su corazón y lo aceptaba. Así es Jesús, siempre toma la iniciativa, siempre está dispuesto a amar, siempre nos conoce y nos acepta, y solo entonces surge la respuesta del corazón de Bartolomé: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel”.

Solo cuando se ha tenido un encuentro personal con Jesús podemos reconocerlo. Nadie puede amarlo por nosotros, nadie puede encontrarse con Él por nosotros. Alguien puede acercarnos a Jesús, pero siempre se requiere el encuentro personal con Jesús, para después transformarnos en sus discípulos y misioneros. Primero necesitamos dejarnos amar.

Que la enseñanza de este apóstol Bartolomé nos acerque más a Jesús, que también para nosotros sean las palabras “ven y lo verás”.

Quién se acerca a Jesús nunca terminará decepcionado.

Lunes de la XXI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 23, 13-22

El evangelio de hoy nos presenta una reprimenda dura para aquellos que llevan una fe fingida (fariseos y escribas). Tratan de aparentar ante los demás saber la ley y la anuncian, pero para vivirla le hacen sus propias «acomodaciones».

Hemos sido llamados en Cristo para apoyarnos y estimularnos unos a otros, no para destruirnos.  En la Cruz de Cristo quedaron destruidos nuestros traumas y nuestras rivalidades. No podemos celebrar la Eucaristía y continuar atacándonos mutuamente.  Desarrollemos actitudes positivas, y estimulantes, actitudes de triunfadores, que impulsen la superación de todos.

Preguntémonos hoy si nosotros, en algunos momentos, no buscamos acomodar el evangelio a nuestra «propia conveniencia» a fin de llevar una vida más cómoda.

Sábado de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 23, 1-12

“Ser el más popular, salir en televisión, que todos me conozcan y saluden por la calle”. Es una gran aspiración de hoy. A los fariseos también les gustaba verse importantes, aparentar una conducta intachable, causar la admiración de todos.


Es una actitud que se nos cuela secretamente en nuestro corazón: “Ya que me esfuerzo en esto, que se vea, que me lo reconozcan”. Es muy sacrificado trabajar para los demás y percibir que ellos ni se dan cuenta, ni abren la boca para decir gracias. De esto saben mucho las amas de casa, que lo tienen todo a punto y nadie se acuerda de reconocérselo.


Pero el cristianismo no consiste en actuar de cara a los demás. No somos actores, sino hijos de Dios. Él ya lo ve, y sabrá valorarlo. Es más, el mérito se alcanza cuando hemos sido más ignorados por los hombres. Si hoy he puesto la vajilla en casa y nadie me ha dado las gracias, mejor. Dios tendrá toda la eternidad para hacerlo.


Servir de oculto, sin buscar un premio inmediato, da gloria a Dios. Y al mismo tiempo, nos abre los ojos ante la calidad de una obra hecha por puro amor a Dios y experimentamos un gozo interior, una paz que nos eleva y nos hace ver la grandeza del hombre.

Por eso Jesús repite que el primero no es el que recibe las alabanzas, sino el que sirve.

Viernes de la XX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 22, 34-40

Dicen que los buenos cocineros no se ajustan a las recetas, sino a su inspiración y a su sentido de la combinación intuitiva de olores, sabores y colores. Con una buena receta, un cocinero malo obtiene una comida mediocre. A veces por la vida caminamos así: buscando recetas para todo: para ser feliz, para el amor, para ganar dinero y hasta para alcanzar el Reino de los cielos. Y buscamos cuál es el mandamiento más importante, qué es lo mínimo que tenemos que cumplir o cuáles mandamientos nos podemos saltar. Pero, igual que para las recetas, lo importante es el corazón.

Hay que amar a plenitud, hay que entregar el corazón y hay que dar toda la vida. No se puede ir con medianías y no se entiende una vida vivida a regateos.

La respuesta de Jesús al doctor de la ley no pretende darle una receta para cumplir un mandamiento, sino darle el espíritu con el que se debe cumplir toda la ley: amor pleno a Dios y amor pleno al prójimo.

Igualmente, en la primera lectura. Rut no se conforma con cumplir con la ley y atender “un poco” a su suegra, sino que hace una entrega plena de toda su persona: “No te abandono. A dónde tu vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”. En una palabra, es amor pleno y entrega sin condiciones.

A veces los cristianos caemos en la tentación de buscar recetas y hacer lo menos posible, alcanzar la felicidad con el menor esfuerzo. Pero Cristo no acepta medianías, pide un amor incondicional, sólo así se puede ser su verdadero discípulo.

Hoy también, con un corazón sincero, acerquémonos a Jesús y preguntémosle, no para hacer lo menos posible, sino con toda generosidad: “¿Qué debo hacer, Señor?” Y escuchemos con atención la respuesta que el Señor nos da: “ama con todo tu corazón a Dios y a tus hermanos”. No son recetas, es dejarse llevar por lo más importante que hay en nuestro corazón, por nuestro deseo de ser amados por Dios y por nuestra capacidad de amar, que es lo que verdaderamente dará sentido y sabor a nuestra vida.