Mt 23, 27-32
Con estas palabras Jesús termina este duro sermón en contra de aquellos que aparentan una cosa y viven de una manera contraria a lo que predican.
No podemos decir que somos cristianos por el hecho de que portamos con nosotros una medallita o un crucifijo, o porque tenemos en nuestras casas u oficinas alguna imagen de Jesús o de la Santísima Virgen.
La vida cristiana es ante todo un estilo de pensar y vivir que se tiene que reflejar en todas las áreas de nuestra vida.
La doble vida de un cristiano hace tanto mal. «¡Pero, yo soy un benefactor de la Iglesia! Meto la mano en el bolsillo y doy a la Iglesia». Pero con la otra mano, roba: al Estado, a los pobres… roba. Es un injusto. Ésta es doble vida. Y esto merece, lo dice Jesús no lo digo yo, que le pongan en el cuello una rueda de molino y sea arrojado al mar. No habla de perdón, aquí.
Y esto, porque esta persona engaña, y donde está el engaño, no está el Espíritu de Dios. Ésta es la diferencia entre pecador y corrupto. Quien conduce una doble vida es un corrupto.
Diferente es quien peca y quisiera no pecar, pero es débil y va al Señor y pide perdón: ¡a ese el Señor lo quiere! Lo acompaña, y está con él. Y nosotros debemos decirnos pecadores, sí, todos, lo somos.
El corrupto está fijo en un estado de suficiencia, no sabe qué cosa es la humildad. Jesús, a estos corruptos, les decía: «La belleza de ser sepulcros blanqueados, que parecen bellos, por afuera, pero dentro están llenos de huesos muertos y de putrefacción».
Y un cristiano que se vanagloria de ser cristiano, pero que no hace vida de cristiano, es uno de estos corruptos.
Todos conocemos a alguien que está en esta situación, ¡y cuánto mal hacen a la Iglesia! Cristianos corruptos, sacerdotes corruptos… ¡Cuánto mal hace a la Iglesia! Porque no viven en el espíritu del Evangelio, sino en el espíritu de la mundanidad.
Una podredumbre barnizada: ésta es la vida del corrupto. Y Jesús no les decía sencillamente «pecadores» a estos, les decía: hipócritas…
Pidamos hoy la gracia al Espíritu Santo que nos ahuyente de todo engaño, pidamos la gracia de reconocernos pecadores: somos pecadores. Pecadores, sí. Corruptos, no.