Jn 16, 5-11
“Exultar siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu.” Es lo que se entiende vive el bautizado en las fiestas de Pascua. Posiblemente sea necesario recuperar el sentido de la celebración personal y comunitaria de la Pascua. Y al mismo tiempo destacar la recuperación de la filiación personal. No en vano Jesús lo resalta al decirle a María Magdalena en la mañana de Pascua: “ve y diles a mis hermanos subo al Padre mío y Padre vuestro.”
No podemos dejar de prestar atención a las consecuencias del anuncio del Evangelio. Acostumbrados como estamos a vivir bien situados y cómodamente establecidos, como lo estaban aquellos de Filipos, cuando Pablo y Silas anuncian la novedad del Evangelio realizando signos que mostraban un nuevo estilo der ser, vivir y actuar. Todo ello desmonta sus esquemas, por eso relata San Lucas que la gente de Filipos se ponen en contra de ellos y lo hacen violentamente.
Se repite lo ocurrido con Jesús y señalado por Caifás: “vendrán los romanos y destruirán el Lugar Santo”, es decir, su montaje cultual en el templo, la pérdida del poder sobre la nación, su poder religioso y político. Jesús era una amenaza para el sistema. En Filipos igual: el montaje en torno a sus ganancias se ve cuestionado y eso es intolerable. Los magistrados sentencian muy al gusto de la plebe y aplican castigo y cárcel a los dos. Humanamente hablando el problema, a su juicio, estaba liquidado. Pero no es así.
Frente a la brusca reacción de la gente, la serena actitud de Pablo y Silas en la cárcel: oran y cantan alabando al Señor. Los demás presos escuchaban sus cánticos. Lucas cuenta con detalle lo que ocurre: terremoto, liberación de grilletes, puertas abiertas. El carcelero hace una interpretación, razonable pero errada: los presos han escapado y saca su espada para quitarse la vida. Frente a reacciones comunes la sorpresa que provoca la llamada de atención de Pablo: “No te hagas daño alguno, que estamos todos aquí.” El signo no es el terremoto, ni los cepos y puertas abiertas. El signo es la permanencia de los encarcelados en su sitio. Dios es el que salva y descansando en él se tornan en signo elocuente de la voluntad salvífica de Dios.
A Pedro le preguntaron ¿qué tenemos que hacer? Pablo escucha también la pregunta: “Señores ¿qué tengo que hacer para salvarme?” En el caso de Pedro había mediado la predicación; en el caso de Pablo, un signo provoca el cambio de actitud del carcelero. La respuesta es la misma: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia.” Explican la palabra del Señor y tiene lugar la conversión y bautismo de toda la familia. A esto seguirá una comida festiva. Celebran una fiesta de familia por haber creído en Dios. Esto es lo que es preciso recuperar. Ir más allá de normas y preceptos para situarnos ante la Palabra que salva y celebrar familiarmente este acontecimiento salvador. Parece resonar la comida festiva de la parábola del hijo pródigo.
Tener presente que la razón de ser de la revelación de Jesucristo no es otra que la regeneración del ser humano. Lo decimos en el credo: “y por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo.” Y es lo que Juan señala en este pasaje de las despedidas: “os conviene que yo me vaya.” Frente a la tristeza que produce en los discípulos la marcha de Jesús, con el consiguiente silencio. Silencio que denota miedo e inseguridad. Ninguno pregunta. Pues bien, Jesús toma la iniciativa y da la razón de la conveniencia: “porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito.” Por lo mismo, la participación en la obra de la nueva creación, el venir a ser hombres nuevos, no se producirá en nosotros si el Paráclito no es enviado. Esa es la actividad del Espíritu. La conveniencia deviene en necesidad. Si el Espíritu no actúa en nosotros, nada de lo ocurrido en la Pascua puede hacerse realidad en nosotros.
Para poder mirar la realidad humana y al mundo mismo en forma nueva, la guía del Espíritu es necesaria. Jesús señala tres datos: convicto de pecado, por no haber creído en Él. Convicto de una justicia, porque Dios ha glorificado al Hijo con la misma gloria que tenía junto a Él antes de la creación del mundo. De una condena, porque el príncipe de este mundo, ya está condenado. Ello significa que el alcance de la misión y obra de Jesús va siendo revelada hasta su plenitud por la presencia dinámica del espíritu Santo en nosotros.
Y en tiempos de cambios o de situaciones desoladoras como las que estamos viviendo, el Señor suscita personas que muestran toda la acción renovadora del Espíritu. Hay que evangelizar desde el reconocimiento de las necesidades del momento.
¿Qué respuesta estamos dando en estos momentos difíciles para la humanidad?
¿Estamos a la escucha de Dios en cada ser humano y en los cambios históricos de la humanidad?