Isaías 2, 1-5
En el tiempo de Adviento, el mensaje que ofrece el profeta Isaías no es otro que un mensaje de esperanza.
El encuentro del pueblo con su Dios no puede realizarse sin la conversión del pueblo y el perdón de sus pecados.
Esa misión la realizará «el ungido», el «Mesías», que implantará la justicia y el derecho, condición indispensable para alcanzar un futuro pacífico abierto a la esperanza.
Por ello, el profeta invita a todo el pueblo a reunirse en el templo (en la cima del monte Sión), lugar de encuentro con Dios, en donde recibirán el oráculo de la paz que traerá el «Mesías», transformando los instrumentos de guerra en instrumentos de trabajo y de progreso.
El reino de Judá gozaba de prosperidad; pero ese bienestar había acarreado injusticias que el profeta denuncia.
Una vez purificados los pecados del pueblo quedará un «resto» de creyentes, que serán el auténtico pueblo de Dios, en el que permanecerá su ley y su Palabra.
Mt 8, 5-11
El tiempo de Adviento que iniciamos hoy nos presenta la oportunidad para crecer en nuestra fe, la cual debe llegar a ser como la de este soldado, el cual, a pesar de no ser judío, ha podido reconocer a Jesús como Señor de la vida y de la muerte.
Lo importante de una fe como esta es que es una fe que se manifiesta con acciones y no simplemente con razonamientos. El oficial romano verdaderamente cree que Jesús es capaz de hacer lo que le está pidiendo y que lo puede hacer incluso sin acercarse al criado… «Una palabra tuya será suficiente».
Cuantas veces nosotros nos confesamos delante de los demás como personas de fe, pero en el momento de la prueba, en el momento de la dificultad no sabemos depositar en Él nuestra confianza y creer que verdaderamente Él lo puede hacer.
Busca, pues que tu vida y tus actitudes ante la vida y sobre todo ante la adversidad testifiquen a los demás la solidez de tu fe.