Mt 10, 34-11, 1
Quizás nos causen horror las decisiones del Faraón que hoy nos narra el texto del Éxodo cuando decide imponer más cargas para someter a los israelitas por el miedo a que se apoderaran de su imperio.
La decisión final de arrojar al río a los recién nacidos perecería que no tiene ninguna justificación. Es fácil condenar desde lejos, es difícil descubrirnos sumergidos en actitudes hostiles hacia quienes podrían ser un peligro para nuestra comodidad y nuestras posesiones.
Nuevamente es noticia Lampedusa y los migrantes, en Italia, pero también en todo el mundo: México y Estados Unidos.
Hace ya tiempo el Papa Francisco nos conmovía al acusar al mundo de una “globalización de la indiferencia ante el sufrimiento” cuando en su visita a Lampedusa reclamaba el olvido generalizado del mundo ante situaciones de muerte. Los inmigrantes muertos en el mar, las barcas que en lugar de ser esperanza han sido camino de muerte, tocaron el corazón del Papa para lanzar este grito de reclamo ante un mundo que voltea la espalda no sólo en aquellos lugares sino también en cada rincón de nuestra patria.
“El sueño de ser poderoso, de ser grande como Dios, es más, de ser Dios, conduce a una cadena de errores que es cadena de muerte, ¡conduce a derramar la sangre del hermano! Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del hermano, no nos interesa, no es nuestro…” Y continuaba con preguntas duras que con toda claridad se pueden aplicar en nuestra situación: “¿Quién de nosotros ha llorado por los acontecimientos de hambre y de injusticia? ¿Quién ha llorado por la muerte de hermanos y hermanas migrantes que quedan en el olvido? ¿Quién se ha preocupado por estos hombres que deseaban tener algo para sostener a sus propias familias?”. Con estas y parecidas palabras el Papa Francisco lanza un llamado a la conciencia internacional sobre la situación de injusticia y de olvido generalizado de situaciones de hambre, de migración, de pobreza.
Es muy claro que hoy también hay faraones egipcios que prefieren esclavizar y ahogar para sostener su poder y no les importan las personas que están viviendo momentos de graves angustias y momentos de dolor.
El verdadero discípulo de Jesús no puede callar, el Evangelio es fuego y Jesús quiere que arda, que ilumine, que queme. ¿Nos quedaremos también nosotros en la indiferencia? EL Señor Jesús nos dice que quien recibe a uno de estos pequeños, a Él lo recibe.