Homilía para el martes 29 de enero de 2019

Mc 3, 31-35 

Detrás de esta escena que a primera vista parecería un desprecio a la familia de Jesús, se encierra una gran enseñanza. La familia judía, como muchas de las familias tradicionales del ambiente rural, al mismo tiempo que fortalece y anima, también encierra y condiciona. En este aspecto la familia judía encerraba mucho más y aunque ciertamente proporcionaba seguridad al ser tan amplia, también limitaba la actuación.

Ahora Jesús inicia una nueva familia y amplía los márgenes de aquella pequeña célula. Quienes hemos vivido y compartido experiencia con familias numerosas pero en cierto sentido aisladas, hemos experimentado los fuertes lazos que hacen crecer a la persona, pero que también en muchos sentidos la restringen y condicionan. Jesús quiere que su familia vaya más allá de los lazos de carne y de sangre. Es más, lo que ya resulta más problemático para el pueblo judío, abre los horizontes a todos los pueblos y a todas las naciones. Su única condición es que cumplan la voluntad de Dios. Y la voluntad del Buen Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos, es que todos los hombres y mujeres, hechos a su imagen y semejanza, formen una sola familia.

Cristo viene a renovar los lazos de la familia original de Dios: toda la humanidad. Hoy asistimos a fenómenos contradictorios: por una parte nos sentimos como la aldea global donde un “estornudo” se escucha y repercute en todo el planeta, pero por otra parte nos encerramos tras trincheras e ideologías que nos apartan de “los otros”, y nos hacen sentir exclusivos. Nunca como en este tiempo se experimentó la necesidad de formar una sola familia y arriesgarse a construir un mundo para todos; pero nunca como en este tiempo se experimentó el individualismo y la lucha feroz que aniquila a los otros y no los contempla como hermanos.

Jesús nos propone en este día no un desprecio a la familia de sangre, sino una apertura y un cariño a toda la humanidad como nueva familia. Si a cada hombre y a cada mujer los contemplamos como hermanos podremos hacer de toda la humanidad la nueva familia de Dios, así cumpliremos la voluntad del Padre. Así, lejos de un desprecio a María, es una alabanza a la que desde el inicio dijo: “´Hágase en mí, según tu palabra”

Conversión de san Pablo

Recordamos la figura de Pablo de Tarso. Una figura sin detalles precisos como sucede con todos los personajes de aquella época.

Era “ciudadano romano”, pero griego en su personalidad y cultura; se expresaba en griego con corrección y agilidad ya que era la lengua que se hablaba en Tarso.

Y era un fariseo apegado fuertemente a las tradiciones de sus mayores. Y junto a ello podemos decir que era un verdadero «buscador de la verdad». De ahí que fuera un estudioso profundo.

San Pablo es modelo, en muchos sentidos, para el cristiano. Es el audaz apóstol que no se atemoriza ante las dificultades, es el visionario que abres las posibilidades del Evangelio hasta otras fronteras, es el servidor capaz de llorar por una comunidad o el maestro que regaña y corrige con dolor a sus discípulos. Todo parte del gran acontecimiento que ha vivido: encontrarse con Jesús. Y su encuentro, que a muchos nos parece maravilloso y espectacular, no debió ser sencillo, sino traumático y trastornante.

Todavía cuando Pablo narra su vida, su educación y su linaje, descubrimos rastros de ese orgullo de ser judío, fariseo, educado a los pies de Gamaliel, orgulloso de su religión. No le importa derramar sangre, no le importa destruir personas. Por encima de todo está la Ley y su religión.

Cuando cae por tierra, la visión que le produce ceguera, puede ser el descubrimiento más grande, pero le hace cambiar totalmente su vida. Descubrir a Jesús resucitado, vivo y presente en los hermanos que antes quería matar, viene a cambiar radicalmente su percepción, su vida y sus opciones. Es una verdadera conversión. Los relatos bíblicos nos lo cuenta en unas cuantas palabras, pero todo el proceso debe ser lento, doloroso y con mucha conciencia.

Convertirse implica dar un cambio total a las decisiones, a los amigos, a las costumbres. Conversión significa un cambio de mentalidad, una trasmutación de valores, un nacer nuevo por la presencia del Espíritu. Es el pasar de las tinieblas a la Luz. No es el cambio con nuevas promesa que nunca se cumplen. No es el cambio externo de colores y de formas. Es el cambio interior que nos llevará a una nueva visión. Es dejar al hombre viejo y convertirse en un hombre nuevo. No son los propósitos fáciles, sino la verdadera transformación interior. Dejarse tocar por Jesús cambia de raíz toda nuestra vida. En Pablo lo podemos constatar de una manera radical.

¿Cómo es nuestra conversión? ¿En qué ha cambiado nuestra vida en el encuentro con Jesús resucitado?

San Pablo puede afirmar posteriormente “todo lo puedo en Aquel que me conforta” o bien “para mí la vida es Cristo y todo lo demás lo considero como basura”

¿Nosotros, cómo manifestamos nuestra conversión? ¿Hemos cambiado radicalmente y encontrado al Señor?

Homilía para el 23 de enero de 2019

Heb 7, 1-3. 15-17; Mc 3, 1-6

La carta a los Hebreos, que estamos leyendo como primera lectura estos días, nos invita a descubrir a Jesús sumo sacerdote. Si bien, no es un título que se le haya dado durante su vida, toda su obra refleja la actividad salvadora de un sacerdote. Un sacerdote que consagra, un sacerdote que ofrece y se ofrece en sacrificio, un sacerdote que da vida.

Cristo es el sacerdote eterno, Cristo es el sacerdote de la Nueva Alianza. Quizás, solo así podremos entender cómo Cristo rompe con esquemas que para los judíos eran tan estrictos y provocaban fuertes discusiones.

El Evangelio nos presenta uno de estos casos con una de esas expresiones que quizás suenen muy fuertes referidas a Jesús. ¿Cómo nos imaginamos a Jesús mirándolos con irá y con tristeza? Es fácil imaginar a Jesús que se pone triste porque no somos capaces de escuchar y vivir su palabra, pero, ¿con ira? Pues es lo que afirma el Evangelio de este día, y no solamente en este pasaje se muestra este aspecto de Jesús. Siempre que se utiliza como pretexto la Ley o el servicio a Dios, para negar el servicio a los hermanos, siempre provocamos la ira de Jesús.

Jesús no es un sacerdote atado a las leyes que esclavizan, por eso les plantea muy claramente la dificultad: “¿se le puede salvar la vida a un hombre en sábado, o hay que dejarlo morir?”

Esa misma pregunta nos la deberíamos de hacer nosotros y plantearnos si estamos realmente haciendo el bien o nos escudamos en normas y leyes religiosas que nos permiten dejar a un lado las obligaciones hacia el hermano.

Basta pensar en las guerras que actualmente azotan a la humanidad. Todas las partes justifican su acción y se disculpan e incluso algunos argumentan motivos religiosos, y se están cometiendo gravísimas injusticias. Pero esto sucede también en nuestro pequeño entorno, en nuestras comunidades.

La pregunta de Jesús hoy nos tiene que cuestionar también a nosotros: “¿está permitido hacer el bien o el mal el sábado?”

Cambiemos un poco las circunstancias y preguntémonos si estamos haciendo el bien o estamos haciendo el mal. No hay disculpas, es muy claro lo que tenemos que responder a Jesús. Él, el sacerdote eterno, más allá de los sacrificios y de las leyes ofrece vida eterna.

Acerquémonos a Cristo Sacerdote.

homilía para el 22 de enero de 2019

Mc 2, 23-28 

Para el pueblo judío, el sábado era mucho más que un día sagrado. Muchos preceptos rodeaban la vida del pueblo elegido. Y quien no los respetaba, era señalado así, como el Evangelio pone en boca de los fariseos: “Mira cómo hacen en sábado lo que no está permitido”. 

Dicen que cuando se ama no es difícil compartir la vida y todo lo que tenemos con la persona amad y en beneficio de unos cuantos.  

Desde la lectura de la carta a los Hebreos, donde se nos presenta al Dios fiel en el amor y se nos invita a ser fieles y a hacer de nuestra esperanza un ancla firme y segura, hasta el Evangelio de San Marcos donde Jesús crítica las leyes que han perdido su esencia, aparece el amor como la razón última.  

La ley tiene su razón de ser sólo en el amor. En la convivencia entre los hombres y en la experiencia de sus relaciones, fueron naciendo primero las costumbres y después se convirtieron en leyes, siempre con la finalidad de ayudar en las relaciones, de buscar la justicia y de preservar la vida. Pero, a veces, la ley se fue convirtiendo en esclavitud, y lo que estaba para proteger y dar vida se fue convirtiendo en ataduras y en beneficios de unos cuantos. Esto también sucedió en el pueblo de Israel.  

El Decálogo que es una obra maestra de la ley, se fue desglosando y convirtiendo en una interminable cadena de preceptos, olvidando su finalidad original.  

La ley o el precepto no tiene porqué ser esclavizante, pues es un camino para dar la vida. Jesús nos da el verdadero sentido de una ley: “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” 

A nosotros también nos pasa lo mismo, nos atamos a unas costumbres o leyes y nos olvidamos de las personas. Ejemplos podemos poner muchísimos: en dependencias oficiales, educativas o religiosa, y también en nuestras propias familias.  

Hay quien vive unido sólo por la ley y ya no tiene amor, hay quien cumple sólo por cumplir. Tenemos que buscar el verdadero espíritu y hacer aquello que de vida, que la cuide y la proteja sobre todo en los momentos en que es más frágil y desprotegida.  

Pensemos en nuestras leyes, costumbres y mandatos, ¿nos dan vida?, o nuestras leyes y costumbres ¿sirven para pasar por encima de las personas?, ¿han perdido su sentido y sólo se convierten en ataduras?  

Una ley vivida en el amor da vida, sin amor es esclavizante.  

Que vivamos la plenitud del amor.

Homilía para el 18 de enero de 2019

Mc 2, 1-12

¿Cuántas veces buscamos remedios que solamente calman el dolor y no sanan las enfermedades? ¿Por qué pretendemos curar sin quitar la raíz del mal? ¿No es verdad que estamos cansados de injusticias y de violencia, pero solamente aportamos soluciones que buscar sofocar y controlar lo externo pero que no van al fondo del problema?

A Jesús le sucedía igual: le presentan un paralítico para que lo sane, pero no se preguntan qué es lo más importante para aquel hombre. Y Jesús va a la raíz ante el escándalo de los escribas y, antes que realizar la curación física, otorga el perdón de los pecados. La curación viene a corroborar la autoridad con que Jesús perdona los pecados.

Este milagro tiene una serie de signos que nos pueden ayudar en la búsqueda de soluciones a nuestros problemas. Lo primero que me llama la atención es la solidaridad de los hombres que van cargando al paralítico. Sería el primer paso para nosotros: comprender que ningún mal es ajeno, que todas las injusticias, robos y secuestros, aunque aparentemente no nos toquen a nosotros, realmente nos afectan por el sentido solidario y social que tienen todas las acciones. La solución no la busca uno solo, sino que entre cuatro van cargando la camilla.

Los problemas no se resuelven en solitario, sino en comunidad y con la ayuda de todos. Las dificultades que presenta la aglomeración de personas, son solucionadas con ingenio y esfuerzo. Enseñanza práctica para nosotros que tendremos que encontrar soluciones a los problemas antes que dejar vencernos por las dificultades.

Y finalmente ponernos en las manos de Jesús para ir a la raíz de los problemas. Descubrir el fondo y no mirar solamente las consecuencias.

Es cierto que hay muchas cosas externas que quisiéramos quitar, pero es más importante mirar el corazón, fuente y raíz de todos los problemas. Si no cambiamos el corazón, si no expulsamos el pecado, tendremos quizás control por la fuerza o por el miedo, pero no cambiaremos realmente la situación. Hoy junto a Jesús, busquemos quitar el pecado y el mal, entonces podremos encontrar verdadera salvación.

Homilía para el 15 de enero de 2018

Mc 1, 21-28

Que tiene de especial el mensaje de Jesús que toca el corazón de todos los que lo escuchan, ¿Por qué sus palabras suenan tan diferentes a la de los escribas tan eruditos y enterados, pero tan lejos de la situación en que vive el pueblo?

Ahora también llega Jesús para cada uno de nosotros y también para nosotros tiene una palabra muy concreta. Viene a manifestarnos una realidad diferente: el Reino de Dios. Un Reino que manifiesta la gran misericordia de Dios y que se hace cercano a todos los que caminamos en esperanza y ponemos nuestra confianza en el Señor.

El inicio del año nos trae nuevas esperanzas, aunque también se anuncian fuertes nubarrones, pero el cristiano contempla a Jesús, escucha su Palabra y asume como propia la misma misión de Jesús. Por eso tenemos que dejar que penetre la Palabra de Dios en nuestro corazón. Este es el primer paso para la conversión propia y de nuestras estructuras.

Hay que abrir la mente, nuestros oídos, nuestros ojos y tratar de captar qué es lo que pide Jesús. Esta tiene que ser la tarea principal de este año que vamos comenzando.

Las consecuencias son claras, después de que san Marcos nos presenta la forma en que Jesús predica, nos hace notar que no sólo predica, sino que expulsa un espíritu inmundo.

El espíritu inmundo, el demonio, en la cultura judía es símbolo de todo el mal, físico, moral, social que afecta a la comunidad. Quizás también hoy nuestro mundo exclame que quiere Jesús de Nazaret con estos ambientes que no están dispuestos a aceptar su evangelio. Pero el verdadero cristiano se comprometerá a anunciar un Reino que propicie una nueva generación donde se viva en paz, en armonía y fraternidad.

Jesús tiene autoridad en nuestros días, no la autoridad del poder o del dinero, no la autoridad de las armas o de la fuerza, sino la autoridad que le da el amor que se entrega hasta las últimas consecuencias.

Por eso cada uno de nosotros se debe comprometer a llevar la Buena Nueva y a expulsar a los espíritus inmundos que están en nuestro ambiente.

Homilía para el 11 de enero de 2019

Lc 5, 12-16 

Al contemplar en esta semana de presentación de Jesús, san Lucas nos invita a contemplarlo en una de sus actitudes favoritas: Acercarse a los más despreciados y pequeños.

¿Quiénes son los hombres más marginados en nuestra sociedad y tiempo actual? ¿Serán los peores asesinos que han sido descubiertos y condenados o los enfermos de sida, o muchos otros que están excluidos de la sociedad? Algunos están excluidos por sus propias acciones, pero también hay excluidos de la sociedad sin haber cometido ningún delito o falta, simplemente porque la sociedad los ha marginado o despreciado.

En tiempos de Jesús, indudablemente los excluidos de la sociedad eran los leprosos que sufrían esta marginación de la sociedad. Por una parte su enfermedad causaba repugnancia y debían de avisar de su presencia para no presentarse en medio de las personas, pero por otra, se les consideraban impuros y pecadores. Eran por lo tanto de los más pobres y de los más excluidos.

En estos primeros días de la manifestación de Jesús, la liturgia nos ofrece este texto donde un leproso, rompiendo todos los protocolos y preceptos judíos, se acerca a Jesús pidiendo ser curado. Jesús, en lugar de rechazarlo o condenarlo, extiende hacia él su mano, lo toca y pronuncia las palabras liberadoras no solo de la lepra sino también de la marginación. Por eso le ordena presentarse a las autoridades que den testimonio de que puede nuevamente ser incluido en la comunidad.

Cristo siempre restaura y siempre integra a la comunidad. Así es el actuar de Jesús y así debería de ser el actuar de sus discípulos, buscar una integración plena de todos los miembros de la comunidad, no despreciar, ni excluir a nadie, sino al contrario, suprimir todos los obstáculos que impiden una integración plena de los hermanos que están en peores circunstancias, en especial de los hermanos que viven marginados.

Se necesita tender la mano, no encogerla por precaución o repugnancia; se necesita abrir los brazos y tocar las necesidades, sobre todo, en estos días tenemos a muchos hermanos sufriendo, sin que nadie se atreva a tocarlos o a acercarse a ellos.

Nuestro Maestro Jesús nos recibe a nosotros, pero también nos invita a que nosotros hagamos lo mismo.

Hoy se debe manifestar el actuar de Jesús en el actuar de nosotros que somos sus discípulos. Ve y al que se sienta despreciado, al que se sienta segregado, concédele tu sonrisa, tu mano y tú cariño.

homilía para el 10 de enero de 2019

Lc 4, 14-22 

Amar a Dios quiere decir ponernos en la perspectiva de Dios, que ama todo lo que ha creado y que no dudó en entregar a su Hijo unigénito para la salvación de todos los seres humanos.

Cuando aumentan las dificultades y los problemas, cuando tenemos más enfermedades y crisis económicas, buscamos las soluciones que nos ofrecen los sistemas humanos, pero frecuentemente encontramos soluciones parciales que no atienden ni a todo el hombre, ni a todos los hombres.

El anuncio que hoy escuchamos de parte de Jesús, no mira únicamente a una liberación parcial o solo a la salvación del alma, se aplica a la liberación y a la salvación de todo el hombre y de todo hombre, es decir, va a las raíces del pecado y de la maldad.

Las palabras de Jesús siguen resonando hoy como realidad y esperanza. Realidad porque Jesús se ha hecho presente en medio de los hombres y trae su mensaje de liberación para todos los hombres y mujeres, en especial a los que se sienten limitados por la pobreza o la miseria. No caminamos solos, Cristo va a nuestro lado y nos alienta.

Esperanza porque nuestro hoy se hace dinámico, tenemos presente a Cristo pero también tenemos presentes todas las realidades de dolor y sufrimientos que debemos superar.

La salvación tendrá su plenitud sólo al final de los tiempos, pero nos coloca en este dinamismo que se convierte en el empeño diario, constante y confiado de quienes buscan transformar este mundo, en un mundo con más paz y justicia, con mayor hermandad y comprensión. No se trata de derrumbar a los poderosos para que otros ocupen su lugar y dejar en la miseria a miles de hermanos que están sufriendo, se trata de cambiar de raíz las estructuras que están basadas en el poder, el poseer y el placer.

Cristo viene a romper esas cadenas y estructuras. Se necesita romper esa espiral de violencia y ambición. Por eso Jesús se presenta como el Mesías que trae buenas nuevas.

Estamos iniciando el nuevo año. Renovemos también nuestro corazón, nuestras metas e ideales. Contemplemos hoy a Jesús en la sinagoga y ajustemos nuestros programas al que Él nos presenta en este día. Nuestra fe se tiene que manifestar en las acciones concretas de liberación anuncios de Buena Nueva.

Homilía para el 9 de enero de 2019

Mc 6, 45-52 

Cuando las olas de la vida se levantan con ímpetu sobre nuestra pobre vida, incluso nos puede parecer que el mismo Jesús pasará de largo dejándonos a merced del viento.

¿Cómo descubrir al Señor en nuestros días? Se ha iniciado la cuesta de enero y las predicciones no parecen muy halagüeñas: la violencia no cesa, la crisis y los precios han aumentado, las oportunidades de trabajo son escasas y no parece un ambiente muy favorable. ¿Es posible descubrir al Señor en todas estas circunstancias? Quizás, erróneamente, se nos ha presentado a Jesús como si fuera un solucionador de problemas económicos, sociales y de todo tipo.

Hoy, el Evangelio de San Marcos nos acerca a la realidad de los discípulos. Después de la multiplicación de los panes se encuentran en medio del lago, avanzando con gran dificultad, pues el viento les era contrario. Situación muy frecuente para el discípulo, y cuando Jesús se acerca a ellos, el lugar de alegrarse o de animarme porque ya está con ellos, lo miran como un fantasma y se espantan de su presencia.

Esta es la realidad del discípulo. Con frecuencia se encuentra navegando contracorriente porque el reino de Dios es una experiencia difícil y contradictoria para nuestro mundo. Pero lo más triste es que muchas veces no somos capaces de reconocer la presencia de Jesús en esos momentos difíciles y en lugar de animarnos con su presencia, nos asustamos y queremos huir de Él.

No es posible aceptar a Cristo en la mente y el corazón y seguir viviendo nuestra existencia de una manera irreflexiva, acomodados al mundo. Tendremos contradicciones y vientos contrarios, pero al igual que a sus discípulos, hoy Cristo nos anima y nos pide no tener miedo: “no temáis, soy yo”

El reino de Dios exige discípulos animados, sobre todo en los momentos de conflicto, en los momentos de oscuridad. Ahí hay que reconocer la presencia de Jesús y confesarlo como nuestro Señor y Salvador.

Que iniciemos la travesía de un año que promete ser difícil, pero que tendrá que dar muchos frutos porque Cristo camina con nosotros, nos anima y calma nuestras tempestades.

Con las palabras de la carta de San Juan, fortalezcamos nuestra fe: “nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tienen y hemos creído en ese amor” Este es el fundamento de nuestra fe, esta es la fe que nos sostiene y nos anima: saber que Dios te ama, que Dios me ama. Nuestro fundamento de toda la vida está en el amor de Dios.

Homilía para el 8 de enero de 2019

Mc 6, 34-44 

En medio de un mundo egoísta, que solo piensa en sí mismo, este evangelio nos enseña lo que puede ocurrir cuando se comparte lo que se tiene.

El amor que nosotros decimos tener a Dios, tiene que hacerse concreto en las actitudes que tenemos para con los hermanos.

San Juan, en su carta, es muy claro cuando lo afirma “amémonos los unos a los otros, el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” Proclamar que Dios es amor y olvidar que tenemos hermanos a nuestro lado, es una frase hueca, carente de vida y una traición al verdadero amor.

San Marcos, en el Evangelio de este día, nos presenta a Jesús viviendo plenamente este amor en los hechos concretos de solidaridad con los hermanos.

El hambre es una realidad de todos los tiempos y de todos los lugares. No podemos hacernos los desentendidos. Frente a las graves situaciones de hambre que actualmente se vive en muchos países, no se puede vivir en el seguimiento de Jesús y dar la espalda a la realidad que vive el pueblo.

Las palabras de Jesús dirigidas a sus discípulos “dadle vosotros de comer” suenan terriblemente actuales, una orden categórica, y son una orden categórica que no podemos hacer a un lado.

Estamos terminando estas fiestas de Navidad y aunque se habla de una crisis sin precedentes, descubrimos excesos e incongruencias en los gastos y despilfarros. Así, mientras muchos pasan hambre, otros desperdician.

Es el inicio del año y tenemos que estar conscientes que el verdadero discípulo de Jesús se tiene que comprometer en una más justa distribución, en un nuevo sistema.

Después de anunciar su palabra, Jesús no se queda en palabras bonitas, asume el compromiso que implica el hambre del pueblo, es más, empuja a sus discípulos para que ellos también se comprometan a que no habrá verdadera paz mientras haya hambre, pobreza y miseria.

El compromiso del cristiano es llevar el mensaje y luchar por condiciones más justas para todos los hombres. ¿Cómo asumimos nosotros este compromiso?

Quizá nos parezca utópico, pero debemos iniciar desde lo pequeño, desde nuestros vecinos, desde nuestra realidad, los pequeños proyectos productivos, el compartir lo poco que tenemos, el descubrir la necesidad del otro, son los primeros pasos para iniciar este camino.

Cristo nos sigue diciendo hoy a cada uno de nosotros “dadle de comer”. Oigamos su voz y pongamos en práctica su mandamiento.