Hace tres días celebrábamos, llenos de alegría y de esperanza, el nacimiento de Jesús, su Navidad. Ya hoy nos encontramos ante el rechazo de su persona por las autoridades de su pueblo, representadas en el rey Herodes y en los escribas de Jerusalén consultados para dar con el paradero del niño. Hoy es el día de los santos inocentes.
Me desagrada el rumbo que toma está celebración, las bromas que se hacen, las mentiras que buscan engañar, las falsas noticias que se dan y la presentación de la persona buena como si fuera tonto, todo esto está muy lejano de la celebración de los Santos Inocentes.
Quizás este día deberíamos de dar nombre y rostro a todas esas víctimas de la violencia y del poder que quedan en el anonimato.
A veces se ha querido ver en este relato, que nos presenta san Mateo, solamente una narración alejada de la realidad y sin fundamentos históricos, pero la intención de Mateo es más teológica que histórica y encierra una profunda verdad: el poder y la ambición ciega el corazón del hombre y se convierte en asesino de personas inocentes. Herodes personifica y con mucho realismo toda esa maldad. Él mandó matar a sus propios hermanos y parientes que podrían ser una amenaza para su trono. Podían ser amenaza pero nada real ni comprobado.
Jesús, anunciado rey de los judíos y de toda la humanidad, también representa una amenaza para todos los poderes y ambiciones de los poderosos. Y los inocentes y pequeños que es muy diferente a descuidados o irresponsables son las víctimas colaterales de todas las ambiciones y guerras que se desatan por el poder.
Este día, junto a estos niños que sin saberlo, pero a causa del nombre de Jesús, mueren inocentemente, podemos colocar todas esas muertes de pequeños y pobres que a diario mueren víctimas de las ambiciones y las guerras. Junto a estos Inocentes están los miles de abortos provocados por las injusticias, ambiciones y placeres.
Inocentes son las familias que desfallecen de hambre por el acaparamiento y políticas comerciales de los poderosos.
Sangre inocente y anónima derramada a manos de los grupos y mafias o por la ineptitud de los gobiernos, esta sangre clama al cielo y es escuchada por el Señor.
Inocentes los miles que se destruyen a sí mismos engañados por las falsas promesas del placer, de poder o de superación del dolor.
Inocentes las mujeres engañadas y violentadas y después abandonadas o vendidas.
¡Cuántos inocentes mueren hoy sin saberlo! Igual que aquellos inocentes, unidos al nacimiento de Cristo y a la vida del Señor.
Hoy tenemos que pedir perdón por tanta sangre derramada, por tanta indiferencia ante la muerte, por tantas víctimas inocentes, perdón Señor.