Miércoles de la XXXII Semana Ordinaria

Tito 3, 1-7

La lectura de hoy nos presenta una forma concreta de corresponder a la bondad de Dios.

Se nos ha dicho que respetemos al gobierno y a sus funcionarios, que obedezcamos las leyes y que nos dispongamos a aceptar un trabajo honrado.  En otras palabras, no podemos ser buenos católicos solamente en la Misa.

Si pensamos que ser ciudadanos conscientes que cumplen la ley no tiene nada que ver con nuestra religión, estamos en un error.  Tampoco es correcto actuar como si el hecho de ser honrados o tramposos en los negocios nada tuviera que ver con lo que hacemos y decimos en la Misa.

Nuestra vida completa y no sólo nuestras oraciones deben ser una respuesta a lo bueno que ha sido el Señor con nosotros.  Nuestra vida ha de ser un complemento de las alabanzas y agradecimiento que tributamos a Dios en la Misa.

Lc 17, 11-19

Recordemos las connotaciones religiosas y sociales que tenía la lepra en tiempos de Jesús.  Los leprosos eran echados fuera de la comunidad, el hecho de tocarlos era algo que manchaba legalmente.  Por eso los leprosos del evangelio de hoy gritaban desde lejos: «Ten compasión de nosotros».

Jesús les mandó que, según la ley del Levítico, se presentaran a los sacerdotes, para que éstos pudieran dar fe de su curación y los integraran nuevamente a la comunidad cívica y religiosa.

Los leprosos respondieron con fe, y en el camino quedaron curados.  Pero el único que regresó a dar las gracias a Jesús era un samaritano, alguien que no era aceptado ni racial ni religiosamente por los judíos.

Vemos de nuevo cómo la actuación de los que se catalogaban como inferiores y malos fue mejor que la de los que se consideraban buenos por pertenecer a un grupo selecto.