Jueves de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 27-38

El cristiano es en definitiva una persona distinta a las demás. Sus criterios no van muy de acuerdo con los del mudo pues ha adoptado la «ilógica» manera de pensar de su maestro.

Lo más extraño de todo es que a pesar de lo ilógica que parece la enseñanza de Jesús es la única que nos garantiza la verdadera felicidad.

En el Evangelio de hoy Jesús nos da como una serie de recetas que nos pueden hacer felices y quitarnos ese peso que nos atormenta y nos llena de desgracias.

Lo primero que Jesús nos sugiere es el amor a los enemigos. El amor a quien nos quiere nos da una cierta felicidad, pero el amor a quién no nos quiere viene a suprimir toda esa angustia que nos produce el rencor, los deseos de venganza y los resentimientos. Nadie puede ser más feliz que quien ama a todas las personas. Entendamos, no es el amor sentimental, es el amor de decisión.

Y sigue Jesús con una serie de recomendaciones que van todas sustentadas en la generosidad: Tratar a los demás como queremos que nos traten. Ojo, dice que como queremos que nos traten, no como ellos nos tratan. Hacer el bien sin esperar recompensa; prestar sin esperar impuestos o intereses; vestir al que tiene necesidad. Son algunas de las recomendaciones que nos hace Jesús y que a Cristo hicieron feliz. Sería más fácil decir comportaos como Cristo se ha comportado y veréis que encontrareis la felicidad.

Parecería que Jesús quiere resumir todos sus consejos en una afirmación muy profunda: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”, y entendamos claramente que misericordioso no se refiere a esa especie de lástima que nos lleva a socorrer y a atender a los demás. Misericordioso quiere decir que siempre y en todo momento ama, que pone su corazón junto a sus hijos, y lo dice explícitamente: “porque Dios es bueno hasta con los malos y los injustos”.

Dios ama porque es padre y tiene entrañas de misericordia. Y nosotros ¿cómo amamos? Y nosotros ¿encontramos en el verdadero amor la felicidad? Y nosotros ¿somos misericordiosos?

Miércoles de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 20-26

Si todo el evangelio es buena nueva, hay partes centrales que sustentan toda la vida del discípulo. Las bienaventuranzas forman ese núcleo que hace diferente la propuesta de Jesús.

Mientras San Mateo sitúa está predicación en un monte queriendo elevar el espíritu y presentando a Jesús como un nuevo Moisés, con una ley nueva y diferente; san Lucas sitúa las bienaventuranzas en un llano para mostrar a Jesús junto al pueblo, muy cerca de las personas; mientras San Mateo nos recuerda 9 bienaventuranzas, san Lucas presenta solamente 4 y unidas a los ayes o malaventuranzas que ya el profeta Jeremías nos anunciaba desde el Antiguo Testamento.

Mientras San Mateo insiste en un aspecto más espiritual y del corazón, en un sentido exhortativo, san Lucas nos hace enfrentarnos a la dura realidad de la pobreza, de la miseria, del dolor y del hambre.

Conviene tener muy presente a quienes llama Jesús felices o bienaventurados y de quienes se lamenta, porque podemos estar buscando la felicidad inmediata y olvidarnos de lo que Jesús valora.

Jesús llama felices y dichosos a cuatro clases de personas: Los pobres, los que pasan hambre, los que lloran y los que son perseguidos por causa de la fe; y se lamenta y dedica sus ayes, que algunos llaman maldiciones, a cuatro clases de personas: Los ricos, los que están saciados, los que ríen y los que son adulados por el mundo.

Que diferentes son nuestros valores y conceptos. Es muy distinta la ambición y la motivación del hombre actual, o quizás del hombre de todos los tiempos.

Y nosotros ¿dónde estamos?, ¿dónde ponemos nuestra felicidad?

Jesús desestabiliza la escala de valores que predomina en la sociedad. Las bienaventuranzas expresan un radical cambio en valores que la presencia del Reino de Dios pide. Las bienaventuranzas son signos de la presencia del Reino de Dios. Proclaman la llegada de las promesas mesiánicas. Quién dice sí a Jesús encuentra el gozo de sentirse amado por Dios y se hace participar tanto de la historia de la salvación, juntamente con los profetas y con el mismo Jesús.

Podemos llegar a preguntarnos ¿cómo puede ser feliz una persona siendo pobre? Es difícil responder con teorías. Yo os invito a contemplar a Jesús, yo creo que Jesús es inmensamente feliz y sin embargo es pobre.

Las bienaventuranzas que proclama Jesús están íntimamente unidas a su persona y son la manifestación de que se puede ser realmente feliz.

¿Tú eres feliz? ¿Qué te falta para ser feliz? ¿Qué te dice Jesús?

La Natividad de la Virgen María

Hoy celebramos el nacimiento de la Virgen María, y esto nos llena de alegría.

La devoción cristiana quiere celebrar y alabar a María por su presencia en medio de nosotros. Pero no nos podemos quedar solo en celebraciones externas, sino que este acontecimiento nos lleva a reconocer el camino que ha seguido Dios para preparar a su pueblo. Dios escoge a los pequeños y sencillos, en el anonimato, pero les pide una especial entrega, cómo María.

El camino de Dios va en la misma senda del camino de los hombres, y a veces por caminos que nos parecen oscuros y olvidados.  Si pensáramos en las dificultades que tuvieron que pasar para que naciera María, según la tradición de Joaquín y Ana, y en el camino sencillo que fue recorriendo María, tendríamos que reconocer la presencia amorosa de Dios.

La verdadera devoción a María conduce siempre a Jesús y celebrar estos acontecimientos, que se quedan perdidos en la historia personal de unos cuantos, nos hace captar la importancia de cada instante y de cada acción a los ojos de Dios.

Contemplemos hoy a María, naciendo pequeñita y desconocida que no nació ni como una princesa ni como una reina, ni como los poetas y pintores la han querido adornar para manifestar la importancia de su nacimiento.

Hoy podemos ver a la Virgen, elegida para convertirse en la Madre de Dios y también ver esa historia que está detrás, tan larga, de siglos, y preguntarnos: “¿Cómo camino yo en mi historia? ¿Dejo que Dios camine conmigo? ¿Dejo que Él camine conmigo o quiero caminar solo? ¿Dejo que Él me acaricie, me ayude, me perdone, me lleve adelante para llegar al encuentro con Jesucristo?”. Este será el fin de nuestro camino: encontrarnos con el Señor.

Y traigamos también hoy a la memoria todos los nacimientos de hombres y mujeres que hoy mismo están aconteciendo y que son muestras del amor creador de Dios.

Reconozcamos la presencia de Dios en nuestras vidas y tomemos conciencia de la importancia de vivir cada momento como tiempo de gracia y salvación.

Con María, hoy alabemos al Señor por la vida, por la gratuita, por el camino de la salvación que desde los pequeños va haciendo.

“Jesús es el sol, María es la aurora que preanuncia su salida”.

Celebremos la adhesión fidelísima de María al plan de la Redención: “Yo soy la humilde sierva del Señor, hágase….”

Sábado de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 6, 1-5

Jesús, caminando con los suyos, atraviesa un sembrado. Una jornada de normalidad en donde se dan cita el hambre, el cansancio y las preguntas sobre la Ley.

Comer las espigas en día de sábado suponía el esfuerzo de desgranarlas con las manos, y ese trabajo no estaba permitido hacer en sábado; por eso los celosos de la guarda de la Ley recriminan a los discípulos y se atreven a encararse con Jesús.

Si Jesús ha venido al mundo y se ha hecho uno entre los hombres es para decir al hombre que está salvado; que los mandamientos de “santificar las fiestas, no trabajar en sábado… son caminos por los que el hombre va a Dios, disposiciones que hacen encontrar al hombre la plenitud de su ser. La Ley por si misma no tiene sentido, es la pedagogía de Dios que ayuda al hombre a hacerse más humano y a la vez más cercano a su fin.

Jesús es señor del sábado, está por encima de toda norma y quiere enseñar a los suyos que con un corazón libre todo es posible de realizar, porque lo importante es cumplir la voluntad de Dios con un corazón sencillo y verdadero. No podemos dejar que las cosas nos esclavicen, debemos usarlas para nuestra realización personal con la libertad de saber prescindir de ellas porque creemos que Dios es nuestro único todo, nuestra plenitud.

Jueves de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 5,1-11

En el Evangelio de hoy Jesús pide a Pedro subir a su barca y, después de predicar, lo invita a echar las redes. Y tiene lugar la primera pesca milagrosa. Un episodio que nos recuerda la otra pesca milagrosa, después de la Resurrección, cuando Jesús pidió a los discípulos algo de comer. En ambos casos, hay una unción de Pedro: primero como pescador de hombres, luego como pastor. Además, Jesús le cambia el nombre de Simón a Pedro y, como buen israelita, Pedro sabía que un cambio de nombre significaba un cambio de misión. Pedro se sentía orgulloso porque quería a Jesús de verdad, y esta pesca milagrosa supone un paso adelante en su vida.

Al ver que las redes casi se rompen por la gran cantidad de peces, se arrodilló ante Jesús diciéndole: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador». Es el primer paso decisivo de Pedro como discípulo de Jesús, acusarse a sí mismo: ¡Soy un pecador!

El primer paso de Pedro y también el primer paso de cada uno, si queremos caminar por la vida espiritual, por la vida de Jesús, servir a Jesús, seguir a Jesús: acusarse a sí mismo. Sin acusarse a uno mismo no se puede caminar por la vida cristiana.

Pero hay un riesgo. Todos sabemos que somos pecadores, pero no es fácil acusarse a sí mismo de ser concretamente pecadores. Estamos tan acostumbrados a decir “soy pecador”, pero como quien dice “soy humano” o “soy ciudadano español”.

Acusarse a sí mismo es, en cambio, sentir la propia miseria: sentirse miserables ante el Señor. Se trata de sentir vergüenza. Y es algo que no se hace con la boca sino con el corazón, es decir, es una experiencia concreta, como cuando Pedro dice a Jesús que se aleje de él, porque es pecador: se sentía un pecador de verdad, y luego se sintió salvado. La salvación que nos trae Jesús necesita esa confesión sincera, porque no es algo cosmético, que te cambia un poco la cara con dos pinceladas: transforma pero, para que entre, hay que dejarle sitio con la confesión sincera de los propios pecados; así se experimenta el asombro de Pedro.

El primer paso de la conversión es, pues, acusarse a sí mismo con vergüenza y sentir el asombro de sentirse salvados. Debemos convertirnos, debemos hacer penitencia, rechazando la tentación de acusar a los demás. Hay gente que vive criticando y acusando a los otros, y nunca piensa en sí mismo. Cuando voy a confesarme, ¿cómo me confieso, como los loros? “Bla, bla, bla… He hecho esto y esto…”. Pero, ¿te toca el corazón lo que has hecho? Muchas veces no. Vas allí por cosmética, a maquillarte un poco para salir guapo. Pero no ha entrado en tu corazón completamente, porque no le has dejado sitio, porque no has sido capaz de acusarse a ti mismo.

Así pues, el primer paso es una gracia: que cada uno aprenda a acusarse a sí mismo y no a los demás. Una señal de que un cristiano no sabe acusarse a sí mismo es cuando está acostumbrado a acusar a los demás, a criticarlos, a meter las narices en la vida ajena. Eso es mala señal. ¿Yo hago eso? Es una buena pregunta para llegar al corazón.

Pidamos hoy al Señor la gracia de encontrarnos delante de Él con ese asombro que da su presencia, y la gracia de sentirnos pecadores, pero en concreto, y decir como Pedro: Aléjate de mí que soy un pecador.

Miércoles de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4, 38-44

Una de las actitudes fundamentales de Jesús, y que sobre todo san Lucas no se cansa de resaltar, es la gran misericordia de Jesús que lo lleva a ser disponible para los demás.

Jesús empieza a manifestarse cercano a las multitudes y las multitudes lo escuchan, lo buscan y se sorprenden de su poder y de su autoridad.

Jesús sana a los enfermos, expulsa a los demonios, hace oración, enseña, y no se limita al círculo que le imponen ni sus familiares ni las costumbres de su pueblo. Todas sus acciones llevan la finalidad de proclamar la Buena Nueva, el Evangelio, que es el anuncio gozoso para todos los hombres de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Y su presencia genera una forma diferente de entender la vida, de relacionarse, de enfrentar la enfermedad, la injusticia y el dolor.

Al anunciar el Reino de Dios, Jesús no viene simplemente a decirnos que tendremos que vivir en justicia, que debe reinar la paz, que debemos salvaguardar la creación. Jesús anuncia sobre todo a Dios su padre, a un Dios vivo que actúa en el mundo y en la historia y que ahora está actuando. Las formas concretas de anunciarlo son la curación, aún de los más cercanos como la suegra de Pedro.

La sanación de todos los enfermos que le llevan, es la respuesta a todas las solicitudes de las personas, su oración y un impulso irresistible de anunciar este Reino de Dios a todos los pueblos.

Hoy, sus discípulos debemos retomar este anuncio, esta pasión y este fuego, y también nosotros debemos hacer presente, en medio de nosotros, a nuestro Padre Dios que vive, que camina con nosotros.

La construcción del Reino es hacer presente a nuestro Padre y dar posibilidad de vivir con la dignidad de hijos a todos los hombres.

La cercanía del Reino y la proclamación que hace del Reino nos deja entrever que Él mismo hace presente el Reino, porque a través de su presencia y de su actividad, Dios ha entrado en la historia de la humanidad de una forma completamente nueva.

Acerquémonos a Jesús, contemplémoslo en toda su actividad y dejémonos cuestionar cómo estamos nosotros viviendo este Reino, cuáles son nuestras prioridades, qué actividad nos lleva a hacer viva en medio de nosotros esta presencia actuante de Dios.

Martes de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4, 31-37

Una de las estrategias más astutas del demonio, y que usa con gran habilidad sobre todo en nuestros días, es hacernos creer que no existe.

El nuestro mundo lleno de tecnología y ciencia, con frecuencia aparecen fenómenos que nos desconciertan y asombran. Negamos la existencia del demonio y después quedamos desconcertados ante los acontecimientos que no les encontramos explicación. Se han multiplicado los exorcismos y las protecciones contra Satanás. ¿Se estará haciendo más presente el demonio en nuestros días?

No creo que ese tipo de presencia, posesiones y fenómenos paranormales tengan mucho que ver con la presencia del demonio y no es ésta la situación que más me preocupa, ni la que más parece preocuparle a Jesús. Su preocupación es el mal que ata y esclaviza a la persona, su preocupación son las cadenas que nulifican al hombre, su preocupación es la injusticia y la impiedad.

El mismo Papa Francisco con frecuencia hace alusión a esta presencia e influencia del demonio en nuestras vidas.

Jesús inicia su ministerio predicando la Palabra que lleva paz y armonía al corazón, que libera de la mentira, que levanta y dignifica y después en una forma visible, delante de todos, libera a un hombre atormentado por el demonio.

No nos imaginemos posesiones en cada ocasión que se habla del espíritu del mal en los pasajes bíblicos. A toda enfermedad y dolencia se le consideraba atadura de Satanás y de todas estas ataduras nos viene a liberar Jesús.

Que no nos asusten esos fenómenos en que se quiere a fuerzas descubrir a Satanás, pero también, que no seamos ingenuos y neguemos toda la influencia que están teniendo las fuerzas del mal en nuestros tiempos y en las decisiones que se toman diariamente. Por eso ahí tenemos en nuestros días la violencia, las injusticias, las mentiras, la corrupción, para darnos cuenta de esa presencia fuerte de Satanás en nuestros días.

Quizás nosotros, no tanto con nuestras palabras, pero si con las actitudes también le decimos a Jesús que se aleje de nosotros y que nos deje en nuestro mundo de mentiras, de corrupción y de egoísmo.

“Déjanos, ¿por qué te metes con nosotros?” Es el contraste entre la forma de pensar y actuar de quién tiene el Espíritu de Jesús y de quien se deja conducir por el espíritu del mundo.

Que hoy nos acerquemos a Jesús, que le permitamos compartir su vida con nosotros, que cambiemos nuestra forma de vivir.

Lunes de la XXII Semana del Tiempo Ordinario

Lc 4,23-30

Es muy común preguntar a los niños pequeños: ¿qué quieres ser cuando seas grandes? Y para orgullo de los padres los niños responden: “quiero ser como mi papá”. Si esta misma pregunta se la hiciéramos a Cristo durante su vida oculta en Nazaret, no cabe duda que respondería que Él sería lo que su Padre ha pensado para Él desde siempre. Prueba de ello es la respuesta que dio a su madre angustiada cuando se perdió en el templo: “pero no sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre”, no debería haber motivo de preocupación por mi ausencia.

En nuestra vida como cristianos todos tenemos una misión muy concreta que realizar. Cristo desenrolló las escrituras (porque estaban en forma de pergaminos) y encontró justamente aquello que Dios Padre deseaba de Él. “Anunciar la Buena Nueva, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.

Todo esto lo cumplió Jesús a lo largo de su vida terrena y aunque algunos se empeñaban en no abrir su corazón a las enseñanzas de Cristo, como es el caso de los escribas y fariseos. A pesar de su obstinada actitud Cristo no desmayó en su esfuerzo por predicarles la ley del amor.

Por ello de la misma forma que Cristo predicaba las enseñanzas de su Padre nosotros también atrevámonos a predicar el evangelio sin temor ni vergüenza. Antes bien pidámosle confianza y valor para que nos haga auténticos defensores de nuestra fe.

Martirio de San Juan Bautista

Siempre es impresionante la figura y la misión de Juan el Bautista.  Es el último de los profetas, es una voz en el desierto, pero también es quien manifiesta y señala abiertamente a Jesús.

Se podría uno preguntar si Juan se puede considerar un mártir de Cristo, ya que parece más bien que murió por los temores y las pasiones de un hombre poderoso, sujeto a los caprichos de una mujer.  Pero precisamente es lo grande el martirio: ser fiel a la verdad, aún en las cosas pequeñas.

A veces estamos esperando dar testimonio en los grandes acontecimientos, pero nos despreocupamos en las situaciones injustas que a diario se suceden en nuestro entorno.  Quisiéramos ir y defender en otros lados y toleramos las mentiras y corrupciones que afectan a nuestros trabajos, nuestras relaciones y nuestras familias.

Vivir con coherencia y honestidad, siempre acarreará enemistad de los poderoso que ven amenazados sus intereses, pero también se requiere la audacia y la honestidad en los pequeños acontecimientos de cada día.

Es triste comprobar como la corrupción se ha ido adueñando de muchos espacios y se le considera hasta normal en algunas circunstancias.

Para Juan el Bautista, él que había dicho que se enderezarán los caminos del Señor, él que pedía que se hicieran rectas sus sendas, es importante no callarse ahora por miedo a la cárcel o la muerte.  Sigue señalando lo que está mal aunque en ello encuentre su condenación.

Contemplemos los personajes que hoy nos ofrece san Marcos, miremos sus caracteres, sus intereses y después contemplémonos a nosotros mismos.  Quizás descubramos en estas imágenes rasgos propios de nuestra personalidad: la timidez para enfrentar las circunstancias; la maldad que sacrifica personas a los intereses personales; la valentía de Juan para manifestar siempre la verdad, y así Juan termina su vida bajo la autoridad de un rey mediocre, borracho y corrupto, por el capricho de una bailarina y el odio vengativo de una adúltera. Así termina el Grande, el hombre más grande nacido de mujer

Que hoy el ejemplo del Juan el Bautista nos lleve a un amor auténtico a la verdad y a una proclamación constante de la Buena Nueva.

Viernes de la XXI Semana del Tiempo Ordinario

Mt 25, 1-13

Uno de los problemas más graves que encontraron las primeras comunidades fue que después de un primer momento entusiasta de seguimiento de Jesús, al prolongarse el tiempo de espera, empezaban a debilitarse y a desconfiar de la segunda venida de Jesús.

Si primeramente lo esperaban ya casi para el día siguiente, después como se retrasaba en venir, perdían el fervor primero.

Esta parábola de las diez vírgenes, nos ofrece una clave de lectura muy clara: «estad bien preparados porque no sabéis ni el día ni la hora».

Si miramos con atención la parábola, encontraremos muchos detalles que parecerían sorprendernos y quizás distraernos del punto central. Ya de por sí un banquete rompe con la habitual realidad cotidiana. Es día especial de fiesta y regocijo, pero la reacción extremadamente severa y desproporcionada del esposo, la actitud para nada caritativa de las vírgenes previsoras y la puerta cerrada ante la insistencia de las vírgenes imprudentes, pueden causarnos extrañeza y desconcierto.

No olvidemos que las parábolas tocan la realidad pero resaltando situaciones y descomponiéndolas para hacer evidente su enseñanza.

El banquete sigue presentándosenos como la mejor imagen del Reino. La fiesta, el participar, la comida abundante han sido para todos los pueblos signos de la verdadera felicidad. Pero no es una felicidad superficial, sino la verdadera felicidad del compartir, del tener la mesa en común, del servicio y la participación. Por eso rompe la amenaza de un juicio y abre la esperanza de la participación en ese extraordinario banquete de presencia de Dios.

No se centra tanto en actitudes morales, sino en la perseverancia y en la espera. Entrarán los que no han abandonado la fe, los que no se han entregado a los bienes mundanos, los que mantienen viva la llama, a pesar de que se tarda, y de las dificultades de la noche.

Es pues una parábola que nos abre a la esperanza a pesar de las dificultades actuales y lo negro que nos pueda parecer un panorama donde no percibimos la llegada del Reino. Sin embargo, debemos mantener viva la llama y seguir confiando en la palabra de Jesús, en una espera confiada, dinámica, activa, porque tenemos la certeza de que el Señor viene.