Viernes de la VII semana de Pascua, 7 de Junio de 2019

Jn 21, 15-19 

Hay preguntas que sólo nos atrevemos a hacer a quien le tenemos mucha confianza, no andamos preguntando a todo el mundo si nos quiere, y cuando este amor implica más consecuencias, lo pensamos en serio.

Hay tareas que requieren un verdadero amor para poder encomendarlas. Hoy encontramos a Jesús preguntando a Pedro, después de la resurrección, si de verdad lo ama. No es difícil de imaginar todo lo que Pedro recordaría con esta pregunta, sus impulsos atrevidos al tratar de convencer al Señor de que escogiera otro camino diferente a la cruz; sus afirmaciones tajantes de que aunque todo el mundo lo abandonara él no lo haría, y sobre todo sus negaciones en aquellos momentos precisos de dificultad y abandono.

Por eso se toma su tiempo y sus precauciones para responder. Ha entendido Pedro que no es fácil afirmar el amor cuando se es tan débil, ha comprendido que el amor de Jesús es mucho más exigente que simples palabras. Y ahora responde con humildad, pero también con seguridad: “Sí, Señor, Tú sabes que te quiero”. Ya no es la seguridad arrogante, sino la confianza en la amistad y compresión del Maestro. Sólo cuando ya se ha confiado a la amistad del Señor, Jesús le puede confiar: “Apacienta mis ovejas”

La pregunta se dirige hoy a cada uno de nosotros. La dice Jesús desde su entrega en la cruz y desde el triunfo de su resurrección: “¿Me amas?” Es pregunta personal y no admite condiciones ni tampoco evasiones. Es pregunta directa de quien sabemos que nos ama. ¿Qué le respondemos a Jesús? ¿Estamos seguros que lo amamos? Quizás también tememos nosotros equivocarnos y negarlo en los momentos más importantes de la vida. Quizás tememos no seguir sus mandamientos, sino nuestros propios gustos.

Con todas estas limitaciones, debemos responder a Jesús cómo y cuánto es nuestro amor. Con toda humildad y con toda verdad respondamos que nuestro amor es pequeño, pero que Él sabe que lo amamos. Reconozcamos nuestras limitaciones e imperfecciones, pero tengamos la seguridad de su amor. Él sí nos ama.

Al dar nuestra respuesta, también nos encomienda la misma tarea que a Pedro: cuidar y apacentar, dar vida y dar la vida.

¿Qué respondemos este día a esa pregunta insistente de Jesús: me amas?

Jueves de la VII semana de Pascua, 6 de Junio de 2019

Jn 17, 20-26

¿Qué pide el Señor al Padre?: La unidad de la Iglesia: que la Iglesia sea una, que no haya divisiones, que no haya altercados. Para esto es necesaria la oración del Señor, porque la unidad en la Iglesia no es fácil.

He aquí la referencia a muchos que dicen estar en la Iglesia, pero están dentro sólo con un pie, mientras el otro queda fuera.

Para esta gente la Iglesia no es la casa propia. Se trata de personas que viven como arrendatarios, un poco aquí, un poco allá. Es más, hay algunos grupos que alquilan la Iglesia, pero no la consideran su casa. Entre estos, hay tres categorías:

1.- Los uniformistas

Son los que quieren que todos sean iguales en la Iglesia. Su estilo es uniformar todo: todos iguales. Están presentes desde el inicio, es decir, desde que el Espíritu Santo quiso hacer entrar en la Iglesia a los paganos…

Son cristianos rígidos, porque no tienen la libertad que da el Espíritu Santo. Y confunden lo que Jesús predicó en el Evangelio y su doctrina de igualdad, mientras que Jesús nunca quiso que su Iglesia fuera rígida.

Estos, por lo tanto, a causa de su actitud no entran en la Iglesia. Se dicen cristianos, se dicen católicos, pero su actitud rígida les aleja de la Iglesia.

2.- Los alternativistas

Estos son los que piensan: «Yo entro en la Iglesia, pero con esta idea, con esta ideología». Ponen condiciones y así su pertenencia a la Iglesia es parcial.

También ellos tienen un pie fuera de la Iglesia; alquilan la Iglesia pero no la sienten propia; y también ellos están presentes desde el inicio de la predicación evangélica, como testimonian los gnósticos, que el apóstol Juan ataca muy fuerte: «Somos… sí, sí… somos católicos, pero con estas ideas».

Estas personas buscan una alternativa, porque no comparten el sentir común de la Iglesia.

3.- Los ventajistas o especuladores

Son los que buscan ventajas. Ellos van a la Iglesia, pero para ventaja personal y acaban haciendo negocios en la Iglesia.

Son especuladores, presentes también ellos desde los inicios: como Simón el mago, Ananías y Safira, que se aprovechaban de la Iglesia para su beneficio…

Muchos personajes de este tipo se encuentren regularmente en las comunidades parroquiales o diocesanas, en las congregaciones religiosas, ocultándose bajo las apariencias.

Miércoles de la VII semana de Pascua, 5 de junio de 2019

Jn 17, 11-19

Un grupo de padres de familia se cuestionaba seriamente sobre la forma de proteger y de cuidar a sus hijos. Cuando escuchan todas las situaciones de los adolescentes y de los jóvenes, las formas de pensar, los graves peligros a que se exponen no pueden dejar de pensar en los propios hijos y se hacen esa terrible pregunta: “¿También mis hijos piensan y viven así? ¿Cómo puedo protegerlos?” Y hay quienes optan por negar todo permiso y casi tenerlos secuestrados en casa, pero esto no es suficiente ni garantiza inmunidad.

Jesús, en la oración de su despedida, parece también preocupado por sus discípulos y por todo lo que pueda pasar con ellos. Reconoce que el mundo, en el sentido que lo dice San Juan, es peligroso y contaminante y que quien no se ajusta a sus valores se hace objeto de su odio. Y quiere preservar a sus discípulos de esa contaminación pero está seguro que no los preservará del odio porque a Él mismo lo han odiado. Y da caminos para protegerlos de esos peligros: lo primero es encomendarlos en su oración al Padre.

Tanto los ama que quiere hacerles sentir la presencia y la protección continua del Padre. Les asegura que el Padre los ama y los invita a permanecer en unión con el Padre y con los hermanos.

La unión dará fuerza a los cristianos ante los problemas del mundo, la unión dará fuerza a la familia, la unión dará seguridad y apoyo a los hermanos. No es la unión que se hace agresión contra los demás, sino la unión que se abre a la posibilidad del encuentro de los hermanos. No es la unión que se cierra y se oculta, sino la que da apertura y vida. Es la unión y seguridad que tienen los hermanos que se aman y que sienten la presencia del otro aun en los peligros del mundo.

En la oración que Jesús hace a su Padre nos ofrece otras pistas para protegerse de los peligros: “santifícalos en la verdad”. Santificación y verdad, son dos caminos que aseguran la preservación en medio del mundo.

La santificación entendida como vivencia del amor del Padre, y la verdad que manifiesta lo que vivimos y tenemos en nuestro corazón. La oración de Jesús nos ofrece pistas para padres preocupados pero también para discípulos que vivimos en el mundo.

Martes de la VII semana de Pascua, 4 de Junio de 2019

Jn 17, 1-11 

Cuando vemos las estadísticas y comprobamos la cantidad de jóvenes que inician sus estudios, sobre todo de universidad, y los pocos que a veces logran concluirlos. Hoy hay muchos nini (ni trabajan, ni estudian) Pero todavía la situación, se vuelve más tristes cuando este fenómeno lo podemos comprobar casi en todos los aspectos de la vida, en el trabajo, en los propósitos, en la familia, en el matrimonio.

Se inicia con grandes proyectos, se sueña, se idealiza y cuando aparecen las dificultades, empezamos a abandonar lo que habíamos propuesto.

Las lecturas de hoy nos invitan a mirar a Pablo en sus últimos días y a Jesús al final de su misión. Pablo se despide de los presbíteros de la comunidad de Éfeso, haciendo una evaluación de su trabajo apostólico en medio de ellos y manifestando con orgullo su actuación: siempre a favor del Evangelio. “No he escatimado nada que fuera útil para anunciaros el Evangelio”. Una conciencia clara de lo que ha sido su misión, pero también una firme decisión ante el oscuro porvenir que se le presenta. Sin embargo está firme y afirma: “quiero llegar al fin de mi carrera y cumplir con el encargo que recibí del Señor Jesús”

Jesús, en la última cena, también puede afirmar con toda seguridad: “Padre, ha llegado la hora, Yo te he glorificado sobre la tierra y he acabado la obra que me encomendaste”. Y vaya que si la ha cumplido y con creces. Ha comunicado y vivido las palabras que le había encomendado el Padre y ahora puede afirmar que ha cumplido su misión.

Y nosotros, ¿cómo hemos cumplido nuestra misión? ¿La hemos dejado a la mitad? ¿Vamos dejando tareas a medias, palabras a medias y misiones a medias?

El Evangelio exige una entrega total y una evidencia constante, no es para vivirse un día sí y otro no; no es para darse vacaciones y olvidarse del evangelio; no es un traje que hoy nos ponemos y mañana nos quitamos. Vivir el Evangelio es una constante en la vida del discípulo.

Necesitamos hoy revisar nuestra fidelidad y nuestra constancia a nuestra misión.

La Visitación de la Virgen María, 31 de mayo de 2019

Hay visitas que no dejan ninguna huella, hay otras visitas, como decían nuestros abuelos, proporcionan mucha alegría cuando llegan, pero dan más alegría cuando se van. Entendiendo esto como la visita de aquel que viene y que ciertamente nos produce gozo pero que también implica los servicios y atenciones que a la larga cansan.

En cambio, hoy celebramos una visita muy especial: la visita de la Virgen María a su prima Isabel y con ella el modelo de lo que debería ser toda visita: un encuentro gozoso entre dos personas que se quieren y se ofrecen alegría y servicio mutuo. Es una serie de exclamaciones de alegría sinceras y de alabanzas, no tanto por los méritos personales, sino por la presencia de Dios en sus vidas. Y el recuerdo de esta visita es precisamente esto que hace experimentar la visita de Dios a su pueblo, que lo percibe tan cercano y tan solidario que trastoca el desorden que ha impuesto la injusticia y la ambición.

El canto del Magníficat puesto en los labios de María por san Lucas, expresa esta visita tan especial de Dios a su pueblo. No una visita pasajera o efímera sino la visita que trae su misericordia de generación en generación.

No la visita egoísta que busca ser servida, sino la visita del que llega hasta lo profundo del alma y que hace que salte el espíritu. No la visita que nada modifica, sino la visita que trastoca todos los planes inicuos y perversos.

Que hoy, al recordar y celebrar esta visita, también seamos conscientes nosotros de que este Dios de brazo fuerte nos visita y acompaña; camina con nosotros, invade todo nuestro interior y pone su mirada en nuestra pequeñez y humildad.

Hoy, tendremos visitas, que sean encuentros en este mismo espíritu: liberadores, generadores de alegría y paz. Que cada persona que veamos se reconozca como bendecida y amada por Dios.

Hay visitas que hacen crecer y llenan de júbilo, como la de María, como la de Dios a su pueblo, como la de la Encarnación.

¿Cómo son nuestras visitas?

Jueves de la VI semana de Pascua, 30 de mayo de 2019

Jn 16, 16-20

¿Podrá alguien alegrarse cuando la persona amada va a alejarse de nuestra vida? Claro que no, siempre la ausencia de las personas que queremos nos produce tristeza y nostalgia. Sin embargo, algunas veces aceptamos esa ausencia o separación cuando esperamos que produzca frutos mayores y el encuentro posterior estará colmado de mayor felicidad.

Muy difícil era para Jesús explicar su separación. Nosotros, a veces, nos imaginamos un poco a Jesús como entre Dios y hombre, como si estuviera jugando con los dos aspectos: primero aparece como Dios y luego como hombre, para luego aparecer nuevamente como Dios. Pero no es así. Jesús asumió la plena humanidad y siente en su corazón la partida que se avecina, no es una aparente despedida.

Jesús ama a sus discípulos a las personas con las que comparte su vida, pero entiende que su despedida tiene la finalidad de enviar al Consolador y que fortalecerá el corazón de sus discípulos.

A nosotros nos pasa igual que a los discípulos, no somos capaces de comprender las ausencias de Jesús de nuestra vida. Lo quisiéramos siempre muy visible y actuante en medio de nosotros. No aceptamos ese “dentro de un poco no me veréis”. Pero ojalá que ese deseo de que Cristo esté presente en medio de nosotros, se manifieste no sólo en desear su protección y sus cuidados, sino más bien en configurar nuestra vida con sus deseos, con sus mandamientos y sus recomendaciones.

Frente a la ausencia que se ya se avecina, Jesús hace una serie de recomendaciones a sus discípulos que harán que su presencia siga en medio de ellos: el amor entre los hermanos, el servicio de unos con otros, el lavarse los pies como Él lo ha hecho, la seguridad de su presencia cuando dos o más se reúnen en su nombre, la Eucaristía como signo de comunión con Él y con los demás, la permanencia en su amor al igual que una vid. En fin, toda una serie de recuerdos, que no son sólo recuerdos sino memoria y presencia viva que lo hacen actuante y operante en medio de nosotros.

No veremos su rostro, pero será fácil descubrir que sigue actuando si hacemos lo que Él nos manda. El problema muchas veces radica en que quisiéramos que siguiera en medio de nosotros no tanto para hacer lo que Él manda, si no para que Él hiciera lo que nosotros pretendemos.

En estos días que nos separamos para su ausencia, miremos si estamos cumpliendo sus últimas recomendaciones y deseos.

Miércoles de la VI semana de Pascua, 29 de Mayo de 2019

Jn 16, 12-15 

Cuando la oscuridad de la duda, se enciende en nuestro corazón, cuando no encontramos soluciones y respuestas para nuestros interrogantes más crudos: la muerte, la violencia, la injusticia, el mal, etc., entonces parece que todo está perdido y brota la tentación que nos pide abandonar la fe y la esperanza.

Hoy las dos lecturas nos previenen contra esta aparente solución y nos muestran que en esos momentos difíciles también está presente el Señor con nosotros.

San Pablo es capaz de descubrir, en medio de una multitud de dioses griegos, al verdadero Dios que ha acompañado a este pueblo sin que este pueblo pudiera reconocerlo con claridad pero que siente esa presencia también del dios desconocido. Y san Pablo se lo muestra y trata de acercarlos a él y de dárselo a conocer.

Jesús en el ambiente de despedida, intimidad y nostalgia que envuelve la última cena, busca dar a sus discípulos razones de esperanza para los momentos difíciles. Explica que serán momentos de incomprensión, que parecerá todo perdido, pero también anuncia que el Espíritu de verdad los irá guiando.

Y nosotros hoy, ¿qué estamos haciendo? La vorágine de un mundo acelerado que parece ahogar toda presencia divina, los antitestimonios que desfiguran el rostro de Dios, la maldad que acaba con las legítimas esperanzas, muchos dicen no creer, sin embargo en medio de nosotros también se puede sentir la presencia de Dios y su amor.

Podríamos decir que también a nuestro mundo necesitamos ayudarle a descubrir que ese dios desconocido está presente en medio de nosotros y que muchos lo buscan y lo presienten aún sin saberlo.

Cuando alguien está luchando por la verdad y la justicia, entonces está presente en medio de nosotros ese Dios; cuando se dan muestras de fraternidad, aún en medio de las limitaciones, entonces se puede descubrir ese rostro de amor; cuando se apuesta por la vida y por la naturaleza, cuando se defiende los derechos de todas las personas, cuando se comparte lo poco que se tiene, entonces se hace presente Dios en medio de nosotros.

Que el Espíritu de verdad nos ayude a descubrir cómo responder a ese amor, que nos abra los ojos y el corazón para ser conscientes de ese Dios que se nos revela a cada paso. Dios está con nosotros, Dios camina con nosotros, no podemos estar desanimados o tristes, debemos luchar con mucha esperanza.

Martes de la VI semana de Pascua, 28 de mayo de 2019

Jn 16, 5-11 

El Señor, en el Evangelio de hoy nos habla de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo que Jesús nos envía para no dejarnos solos. El mismo Jesús dice en este Evangelio a sus discípulos que no estén tristes. Que les conviene que Él se vaya porque entonces vendrá el Intercesor.

Las despedidas siempre nos producen tristeza, dolor, aunque sepamos que quien parte va en busca de un bien mayor, o que su partida nos puede traer algún bien.

Al despedirse Jesús de sus discípulos, obviamente se llenan de tristeza y no entienden que pueda abandonarlos. Las palabras de consuelo de Jesús les lleva a asegurar la presencia del Espíritu Santo, el defensor, a quien muestra como el que viene a sostener a los discípulos, a esclarecer lo que han aprendido y fortalecerlos en el seguimiento.

Jesús no abandona a sus discípulos, ni tampoco nos abandona a nosotros, al contrario nos da una presencia y una luz que nos ayudarán a caminar con mayor seguridad. El Espíritu Santo es esa luz.

Claro que algunos tenemos miedo porque ante la claridad que aporta una luz, aparecen más las deficiencias y los pecados. Por eso también Jesús nos dice que cuando el Espíritu venga con su luz nos hará reconocer la culpa, y lo precisa en tres aspectos muy concretos, primero en materia de pecado: quien no reconoce a Jesús y su verdad está cometiendo un pecado, quien no acepta sus mandamientos y su proyecto, está cometiendo un pecado.

Segundo, en materia de justicia: Él ha venido del Padre y va al Padre. Quien no reconoce la misión de Jesús que es darnos a conocer al Padre, quien desconoce a Dios como su Padre y quien niega a los hombres como sus hermanos, está cometiendo una injusticia y estorba a la misión de Jesús.

Tercero, en materia de juicio porque el Príncipe de este mundo ya está condenado. Un juicio donde se da a conocer quién es el verdadero Señor del universo y que descubre las artimañas del mal que engaña a los hombres. No puede prevalecer una cultura de muerte.

La venida del Espíritu Santo nos ayudará con su luz a descubrir claramente esas culturas que se oponen a la luz. La vida de Dios no puede ser vencida por la cultura de la muerte.

Pero también el Espíritu nos hará ver claramente cuál es nuestra postura ante la vida y nos descubrirá como es nuestro actuar. Dejémonos iluminar por este Espíritu y pidamos dese el fondo de nuestro corazón: “Ven Espíritu Santo, ilumínanos con un rayo de tu luz, haznos comprender la grandeza del amor de Jesús que nos ama a pesar de ser pecadores.

Viernes de la V semana de Pascua, 24 de mayo de 2019

Jn 15, 12-17 

De este Evangelio se pueden sacar muchas enseñanzas. Una es el verdadero amor. Otra, lo que es el verdadero amigo. El amor es más fácil de experimentar que de describir. Es la esencia del mensaje de Jesús y todavía no lo hemos captado del todo. Nos perdemos en las caricaturas del amor que nos ofrece el mundo.

En una ocasión una adolescente escuchando hablar a un sacerdote sobre el amor le dijo: “de eso sí no me va a enseñar usted, pues yo tengo mucho más experiencia. Así como me ve de chiquita, a mis quince años yo ya he tenido más de diez novios”

Caricaturas del amor que nos distraen y que devalúan la palabra hasta convertir el amor en mercancía, manipulación y esclavitud.

San Pablo para hablar del amor prefiere describirlo: el amor perdona todo, el amor todo lo cree, el amor todo lo espera, el amor es siempre fiel, el amor no pasará jamás. Este su precioso himno al mor.

Quizás, por nuestras limitaciones, al momento de entender el amor, Jesús prefiere más que decirnos qué es el amor, ponerse Él mismo como modelo y así nos manda: “amaos unos a otros, como yo os he amado”

Y ¿cómo nos ha amado Jesús? Cuando éramos pecadores y esclavos de la maldad, Él ya nos amaba; cuando nos íbamos lejos, Él siempre nos amó; cuando estamos cerca también nos ama.

La medida del amor también nos la da a conocer: “nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”. La medida es el amor sin medida, hasta dar la vida.

Conviene que distingamos, como lo hace Jesús, entre esclavos y amigos. Al esclavo lo utilizamos para nuestro provecho y así se disfraza de amor lo que es solamente capricho, placer y utilizar a las personas.

Jesús también nos dice que a los amigos se les da a conocer todo, es decir, hay diálogos sinceros, se descubre el corazón, no hay falsedades ni mentiras.

Finalmente, también nos asegura Jesús que Él es quien gratuitamente nos ha escogido como amigos, no hemos hecho nosotros nada para ser dignos de esa amistad, pero sí podemos corresponder a esa amistad y sí podemos cumplir su mandamiento de amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado.

Jueves de la V semana de Pascua, 23 de mayo de 2019

Jn 15, 9-11 

La auténtica vida cristiana es mantenerse en el amor de Cristo, permanecer en Él; ese amor se vive en la comunidad y se irradia al mundo. Eso es lo que pide ahora Jesús a sus discípulos. Les pide que permanezcan en su amor. Ese amor no es una simple teoría, sino la fidelidad a su palabra.

En pocas palabras Jesús quiere resumir toda su vida y toda nuestra vida: amor, permanencia y alegría plena.

¿Podemos imaginarnos cuánto ama Dios Padre a Jesús? Seguramente nos perderemos en el infinito de nuestra imaginación buscando alguna imagen que nos permita acercarnos a este amor. Desde la eternidad y para la eternidad, en total plenitud. Y Jesús siempre en presencia del amor de su Padre y siempre en participación y videncia de ese amor.

Pues lo que hoy nos dice Jesús es que con ese mismo amor inmenso, incondicional, fiel, constante, nos ama a nosotros. ¿Nos damos cuenta de ese amor que Jesús nos tiene?

Hoy tendríamos que abrirnos a esa presencia amorosa que se hace realidad en cada uno de nosotros, aceptarla. Más que hablar y decir que nosotros amamos mucho, tendríamos que callar, guardar silencio, estar atentos y a la escucha, para experimentar ese amor. Es descubrir a Jesús que está en nosotros, que permanece con nosotros.

Normalmente los amantes se dicen “te amo y te amo para siempre”. Hoy Jesús se nos muestra como ese amante delicado que a todas horas nos repite “te amo, te amo, te amo para siempre, permanece en mi amor”

Hoy le deberíamos decir a Jesús que Él mora en nosotros como una fuente y nos riega y nos fecunda. Hoy, podemos experimentarlo como una luz que ilumina nuestra vida, una luz que no hemos encendido nosotros, pero que está muy dentro de nuestro ser.

Hoy sentimos su Palabra que en un diálogo continuo nos susurra y nos repite que nos ama.

Este día experimentemos ese gran amor que nos tiene Jesús, disfrutémoslo y llenémonos de felicidad. Nadie nos puede quitar ese amor, ni las dificultades, ni los problemas, ni las adversidades de la vida. Este amor está clavado en lo más profundo de nosotros y nadie lo puede sacar. Por eso hoy digámosle: Señor Jesús, gracias por este amor maravilloso y magnífico que me tienes sin yo hacer nada para merecerlo. Gracias por permanecer en mí y darme vida. Gracias por llenarme de felicidad.

Jesús nos ama y nos espera en su Reino.