Jueces 13, 2-7. 24-25
Ordinariamente pensamos que los celos son un vicio y un defecto de carácter. Y así, hablar de Dios como de un ser celoso nos parece impensable. Y sin embargo, Dios es celoso y en Él los celos son una virtud. Dios “pecaría” contra la justicia y la verdad, si permitiera que se le atribuyera a un “rival” aquello que sólo Él puede realizar. Y Dios debe ser justo y veraz.
La lectura de hoy nos presenta un ejemplo de los celos de Dios celoso, o más bien dicho, de su justicia y veracidad. El pueblo israelita necesitaba un jefe como Sansón, que los librara de los filisteos. Necesitaban un salvador. El nacimiento de Sansón de una mujer naturalmente estéril era una señal de la intervención de Dios. El Señor era el verdadero salvador de su pueblo. Vemos la misma señal en la narración evangélica de la concepción de Juan el Bautista en el vientre de Isabel, que había sido estéril y era de edad avanzada. Esta señal de la intervención de Dios alcanza su más bella expresión en María, que, muy jovencita, concibió a Jesús sin intervención humana.
Lc 1, 5-25
“No temas Zacarías, no tengas miedo”. Por más que el ángel se esfuerza por tranquilizarle no lo logra. Y la historia que le cuenta sobre su futuro hijo aún le pone más nervioso y acaba reaccionando como quien no se la cree del todo. A Zacarías Dios le ha “tomado” desprevenido. Hasta cierto punto es un contrasentido que esto le ocurra a un sacerdote en el momento en que se dispone a ofrecer el sacrificio en el Templo. Y entonces, el mensaje de Dios en vez de alegría provoca desconfianza.
Los mensajes de Dios son motivo de paz y serenidad. Es verdad que en determinados casos, puede costar aceptar su voluntad, pero siempre al fin se dará la paz. Por eso, cuando hay temores y desconfianza, nos cerramos a la voz de Dios y la paz se “termina”. Entonces entra en juego el “yo” que nos exige su contrapartida, o sea, pasar por el rasero de la inteligencia lo que Dios quiere o dispone. Nos cuesta ser humildes y entender que el designio de Dios no obedece a nuestra lógica. Porque ¿en qué lógica humana cabe este anuncio del nacimiento de Juan, sino es desde Dios? Para Él no hay nada, absolutamente nada imposible.
Zacarías estaba en la Casa de Dios, en el lugar más sagrado del Templo, donde la intimidad con Él debía ser mayor, y sin embargo, quizás su corazón no estaba preparado en aquel momento. A nosotros Jesús nos ha invitado a orar en nuestra habitación, a cerrar la puerta de nuestro espíritu para estar con Él. No tengamos miedo de “abrir de par en par las puertas a Cristo” como ha repetido tantas veces el Papa Juan Pablo II. No importa donde estemos o qué hagamos. Lo que sí importa es la actitud de nuestro corazón: abierta, confiada y dispuesta a recibir con gratitud las inspiraciones de Dios. Y, eso sí, invitando al egoísmo a hacerse a un lado para que Dios no nos “agarre” desprevenidos y podamos acogerle con la misma sencillez de María.