Jr 23, 5-8
Antes de la venida de Cristo, el profeta Jeremías acusó a los reyes de Judá de no haber sabido guiar al pueblo y, por consiguiente, de ser responsables de que el pueblo hubiera sido desalojado de la tierra prometida. Si Jeremías hubiera vivido entre nosotros, no habría echado la culpa a los gobernantes por nuestra falta de armonía. En cambio, nos hubiera dicho: “Miren: Viene un tiempo, dice el Señor, en que haré surgir un renuevo del tronco de David: será un rey justo y prudente y hará que en la tierra se observen la ley y la justicia”.
Nos habría recordado que tenemos a Jesucristo, el Rey-Mesías, presente entre nosotros, no sólo para guiarnos en la vida, sino también darnos los medios de obtener la verdadera unidad por medio de la Eucaristía. Jeremías nos hubiera predicado la misma doctrina que san Pablo: “El pan es uno, y también nosotros, aunque seamos muchos, somos un solo cuerpo, pues participamos de un solo pan”. Si no vivimos en paz y armonía los unos con los otros, no podemos culpar a nadie sino a nosotros mismos, porque en la Eucaristía tenemos los medios para lograr vivir en paz y armonía.
Mt 1, 18-24
Si no puedes ser una estrella en el firmamento, sé al menos una lámpara en tu casa. San José, sin duda, no era alguien importante en la sociedad de su tiempo. Sí es verdad, era descendiente del Rey David pero en aquel entonces ser descendiente del rey David no significaba absolutamente nada. Pero San José sí era una lámpara en su casa. Y por eso Dios lo eligió para ser el padre putativo de su Hijo y el esposo de la Santísima Virgen. No todos podemos ser estrellas de nuestro mundo pero sí podemos ser lámparas de nuestra casa, de nuestros hogares.
Muchas veces pensamos que a san José todo le salía a flor de piel, que él no tenía dificultades y sin embargo el evangelio comienza presentándonos a san José metido en un problemón. Se va a casar con María, que según las últimas noticias ya está embarazada. Ponte en el lugar de san José, ¿qué harías?
También nosotros nos encontramos con frecuencia con problemas y siguiendo el ejemplo de san José tenemos que aprender a esperar. A ver todo con buenos ojos. Pero sobre todo pidiendo a Dios la luz para salir bien de ellos. Ojalá que también nosotros como san José sepamos ver los problemas y dificultades, a la luz de Dios, y no tirar la toalla a la primera.
Cuántas veces en nuestras vidas no vemos claro, nos falta luz. Y sin embargo, Dios está ahí, como estuvo hace dos mil años en la vida de la Sagrada Familia de Nazaret. Unámonos en familia en torno a ella y pidámosle que nos ayude a descubrir siempre la mano de Dios en nuestra vida. Que al igual que María y José, sepamos confiar en la Providencia buscando en todo servir y agradar a Dios.