Feria Privilegiada 19 de Diciembre

Jueces 13, 2-7. 24-25   y Lc 1, 5-25

No es raro encontrar en la Biblia que aquellos a quienes Dios predestina a un trabajo especial de salvación están marcados por unas características especiales.  Su nacimiento es maravilloso, provienen de una madre estéril, como Samuel, o son salvados providencialmente de una muerte, como Moisés; luego son consagrados al Señor.  Expresan esa dedicación con la abstención de bebidas alcohólicas, no cortarse el cabello, no tocar ni comer cosas impuras.  Es un nazireo, segregado, pertenece al Señor.

La primera lectura nos presenta «la anunciación»  de Sansón, nazireato, clave de su misión: «El Espíritu del Señor empezó a manifestarse en él».

Hoy y los siguientes días hasta la Navidad, la lectura evangélica será de Lucas, el que, según dice en el prólogo de su Evangelio, «después de haber investigado diligentemente todo desde los orígenes», nos lo escribió «por su orden».

Lucas, en su evangelio, nos presenta como en un díptico (esos cuadros antiguos de dos hojas o «alas»), escenas paralelas de Juan el Bautista y de Jesús: las dos anunciaciones, el encuentro en la Visitación, los dos nacimientos y los dos crecimientos e inicios de su misión.

Al escuchar la anunciación a Zacarías, vemos la relación con la Anunciación de María.  Aquí, el ángel hace el anuncio del nacimiento de Juan, de su misión.  Lleno del Espíritu del Señor, será su precursor, preparará a un pueblo dispuesto a recibirlo.

La duda de Zacarías contrasta con la pregunta de María.  La mudez de Zacarías contrasta con la «elocuencia» de María, que será inmediatamente comunicadora del Verbo.

La aclamación del Evangelio alude al vaticinio de Isaías, «saldrá un vástago del tronco de Jesé y un retoño de sus raíces brotará….»  No olvidar que Jesé es padre de David.  Lucas llama a Jesús, hijo de Jesé (Lc 3,32).

Unámonos a la exclamación de la Iglesia: «Ven a librarnos y no te tardes».

FERIA PRIVILEGIADA 19 DE DICIEMBRE

Lc 1, 5-25

El evangelio de Lucas nos presenta a un sacerdote (Zacarías) y a su esposa una descendiente de Aarón (Isabel). Fieles a los mandamientos y preceptos de la ley, sin hijos porque Isabel era estéril y los dos de edad avanzada. Humanamente hablando el entorno y las personas menos apropiadas para que se manifieste la fuerza y la presencia de Dios.

Estamos acostumbrados a buscar a un Dios “milagrero”, de varita mágica y resuelve problemas. El gran milagro de Dios es la fe de su pueblo. “No temas, Zacarías, porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel te dará un hijo y tú te llenarás de alegría”. La idea central del evangelio es clara: “tu ruego ha sido escuchado”. La fe de un hombre anciano, con una mujer estéril, que confía en su Dios. El ángel le anuncia que el hijo de la promesa “será grande a los ojos del Señor, se llenará de Espíritu Santo ya en el vientre materno, y convertirá muchos israelitas al Señor su Dios, irá delante del Señor con el espíritu y poder de Elías”.

Y resulta que Zacarías se queda mudo, porque ha dudado que Dios pueda hacer mucho más de lo que pensamos o pedimos. La voluntad de Dios pasa también por la confianza ilimitada en EL. A Zacarías le falló entender que lo incomprensible del ser humano es lo comprensible de Dios. “¿Cómo estaré seguro de eso?, porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada”. Es decir, sintió miedo del proyecto de Dios.    La fe es la puerta que nos abre el Espíritu, que es el espejo de la historia, donde su presencia se vuelve tan nítida como la vida. Esa vida que Isabel sintió en sus entrañas transformándola en un seno habitado, en un seno embellecido y dignificado: “Así me ha tratado el Señor cuando se ha dignado quitar mi afrenta ante los hombres”.