Miércoles de la XII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 7, 15-20

Injertados en Cristo con el Bautismo, los cristianos hemos recibido gratuitamente de Él el don de la vida nueva; y gracias a la Iglesia podemos permanecer en comunión vital con Cristo.

Es necesario mantenerse fieles al Bautismo, y crecer en la amistad con el Señor mediante la oración, la escucha y la docilidad a su Palabra, leer el Evangelio, la participación a los Sacramentos, especialmente a la Eucaristía y a la Reconciliación.

Si uno está íntimamente unido a Jesús, goza de los dones del Espíritu Santo, que, como nos dice san Pablo, son «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia» (Gal 5,22); y en consecuencia hace tanto bien al prójimo y a la sociedad, como un verdadero cristiano.

De estas actitudes, de hecho, se reconoce que uno es un verdadero cristiano, así como por los frutos se reconoce al árbol.

Los frutos de esta unión profunda con Jesús son maravillosos: toda nuestra persona es trasformada por la gracia del Espíritu: alma, inteligencia, voluntad, afectos, y también el cuerpo, porque somos unidad de espíritu y cuerpo.

Recibimos un nuevo modo de ser, la vida de Cristo se convierte también en la nuestra: podemos pensar como Él, actuar como Él, ver el mundo y las cosas con los ojos de Jesús.

Entonces, con su corazón, como Él lo ha hecho, podemos amar a nuestros hermanos, a partir de los más pobres y sufrientes, y así dar al mundo frutos de bondad, de caridad y de paz.

Confiémonos a la intercesión de la Virgen María, para que podamos ser sarmientos vivos en la Iglesia y testimoniar de manera coherente nuestra fe, coherencia de vida y de pensamiento. De vida y de fe. Conscientes que todos, según nuestras vocaciones particulares, participamos de la única misión salvífica de Jesucristo.

Miércoles de la XII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 7, 15-20

La acusación que nos hace la sociedad a los seguidores de Jesús es que no vivimos lo que predicamos.  Es una doctrina muy hermosa, presenta ideales que movería multitudes en la construcción de un mundo nuevo, se predica muy hermoso, pero en la práctica no se ven los frutos. Es una historia antigua y que se renueva constantemente.

Con dos imágenes igualmente impactantes, Cristo pretende sacudir la conciencia de sus discípulos y prevenirlos de caer en esta dicotomía: el disfraz y los frutos.

La imagen más bella y apreciada que conocían los israelitas era la del profeta, era quien hablaba en nombre de Dios, el que estaba cercano a las necesidades del pueblo, el que urgía a discernir los caminos de la verdad y de la justicia.  Sin embargo, también esta imagen se puede utilizar como un disfraz de lobo que busca no tanto decir la Palabra de Dios, sino la propia palabra.  Apariencia de profeta, que no busca el bien de los necesitados, sino su propio provecho.  Utilizando el disfraz de profeta, cuando no es más que un lobo rapaz.

Jesús condena esta actitud y previene a sus discípulos para no caer en ella y también para no ser víctima de estos falsos profetas.

La otra imagen que nos ofrece es la de los frutos, con una insistencia machacona que hasta siete veces aparece en este pasaje la palabra fruto.  Y aquí es donde nos debemos detener nosotros sus discípulos.

Ya en el documento de Aparecida, cuando insistía tanto en la congruencia, nos presentaba esa incompatibilidad de países de mayoría cristiana y sin embargo de una injusticia insultante, de unas estructuras de corrupción y de mentiras y de unas diferencias abismales en la posesión de los bienes.

¿Qué frutos estamos dando nosotros?  ¿Ha fallado la palabra de Dios?  Parece que nos hemos conformado con la apariencia de palabra de Dios y nos hemos quedado con el barniz de cristianos sin vivir a profundidad el Evangelio, sin asumir sus consecuencias.

Cuando se utiliza el evangelio para el provecho de unos cuantos, no se puede dar buenos frutos.  Cuando se escuda en el Evangelio para nuestros propios intereses aparecen la corrupción y la injusticia.

La solución no es abandonar a Cristo y a su Evangelio como si no fueran capaces de transformar la sociedad.  La solución es tomar en serio el Evangelio, vivirlo en profundidad y adoptar una actitud de conversión, de renovación y un serio compromiso que nos lleve a vivir con coherencia nuestra fe.

Dejémonos hoy cuestionar por este Evangelio.  ¿Qué te dice Jesús?