Miércoles Santo

Is 50, 4-9

Oímos hoy el tercer canto del Siervo de Yahvé.

Dios lo que toca lo diviniza.  Dios ilumina en todo el mundo y en todos los tiempo.  Nosotros tenemos que tener una condición de escucha, de hacer un ambiente de comunicación con Dios.  Esta presencia del Señor, esta identificación con su acción, lleva necesariamente a una proyección de su salvación.

Los golpes, los insultos y salivazos, preludian el cuarto canto del siervo, llamado «la pasión según Isaías».  No olvidemos que todo es la manifestación del amor llevado al extremo y que de allí brotará la gloria, la vida imperecedera.

Mt 26, 14-25

En la víspera de las celebraciones pascuales, que se iniciarán con la conmemoración de la institución de la Eucaristía, del sacerdocio ministerial y del mandato cumbre del amor, era muy normal que escucháramos la lectura evangélica de los preparativos de la cena pascual y la traición de Judas.

Hay un verbo «entregar», que aparece seis veces.

Pensemos que lo inmediato que este verbo expresa es la traición de Judas, el contraste entre el amor de Cristo que lo llamó, lo distinguió, le dio enseñanza y ejemplo, y la respuesta de Judas, que prefiere las treinta monedas.

Pero hay también otra entrega.  El amor supremo del Padre que nos «entrega» a su Hijo: «Tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo».

Y la expresión de ese amor en Cristo que se «entregó» hasta la muerte y una muerte de cruz.

Estas entregas amorosas están reclamando también nuestra respuesta.  Que no falte en esta celebración.

Miércoles Santo

Mt 26, 14-25

Este pasaje del evangelio de San Mateo, está lleno de preguntas. Pregunta Judas el traidor ¿Qué estáis dispuesto a darme si os lo entrego? Nos dice el evangelista Juan que Jesús conocía lo que había en el corazón de cada uno. En la cena había urgido a Judas a que hiciera pronto lo que pensaba hacer. ¿Qué pasaba por la cabeza de este que, llamado por Jesús, no ha terminado de conocer el camino trazado por el Maestro? Sin duda chocan dos proyectos. El de Jesús es de paz y amor a todos. El de Judas no sintoniza con estos planteamientos. Forzar a Jesús a optar por otra vía pudo pasar por su cabeza, atendiendo a la pregunta que hace a los del Sanedrín. Su final revela que falló en su intento y que lejos de comprender el perdón y la misericordia, no quiso o no supo ver la alternativa.

¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?

Ciertamente la pregunta está referida a un lugar determinado. No se menciona la identidad del dueño del lugar, pero debía ser conocido de todos. Jesús ha deseado intensamente celebrar esta Pascua con sus discípulos, No será una pascua común, como siempre, la que recordaba la liberación de Egipto. Esta viene marcada por las notables diferencias que va a establecer. Darse a sí mismo como verdadera comida y bebida. Su Cuerpo entregado y su Sangre derramada para el perdón de los pecados. A partir de aquel momento, hacerlo en conmemoración suya va a implicar vincularse a su Persona y a su proyecto. Exige donación y entrega, Como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. El lugar de la Pascua nueva es la Comunidad y es cada miembro de la comunidad. Es en este lugar en el que él quiere morar, ser acogido y enseñar que se entrega voluntariamente por todos y por cada uno.

¿Soy yo acaso, Señor?

Una pregunta que van pronunciando uno tras otro. Judas también. Y Jesús le respondió que era como él preguntaba. Jesús había anunciado en esa cena memorable que uno lo iba a entregar. Juan lo cuenta de otro modo. A instancias de Pedro, pregunta a Jesús y la respuesta como un susurro la recibe Juan: a quién yo dé este trozo de pan untado, ese es. Se lo da a Judas y a renglón seguido, le dirá: lo que tienes que hacer, hazlo pronto. Judas salió inmediatamente.

Hay respuestas que nos toca darlas a cada uno. Cada uno sabe en su interior qué camino desea seguir y cómo quiere seguirlo. Si se torna complicado y difícil, ahí está el Maestro para señalar el modo y la manera de proceder. Abramos nuestra existencia a esa posibilidad. Seguro que la andadura será diferente.

Miércoles Santo

Mt 26, 14-25

El Miércoles Santo es llamado también “miércoles de la traición”, el día en el que se subraya en la Iglesia la traición de Judas. Judas vende al Maestro.

Cuando pensamos en el hecho de vender gente, viene a la mente el comercio de esclavos de África para llevarlos a América –una cosa antigua–, luego el comercio, por ejemplo, de las niñas yazidíes vendidas a Daesh: pero es algo que nos pilla lejos… También hoy se vende gente. Todos los días. Hay Judas que venden a sus hermanos y hermanas: explotándolos en el trabajo, no pagando lo justo, no reconociendo sus deberes… Es más, venden muchas veces las cosas más queridas. Pienso que, para estar más cómodo, un hombre es capaz de alejar a sus padres y no verlos más; meterlos en una residencia y no ir a verlos… ¡los vende! Hay un dicho muy común que, hablando de gente así, dice que “ese es capaz de vender a su madre”: y la venden. Y se quedan tan tranquilos, desde lejos: “Cuidadlos vosotros…”.

Hoy el comercio humano es como en los primeros tiempos: se hace. ¿Y por qué? Porque Jesús lo dijo. Le dio al dinero un señorío. Jesús dijo: “No se puede servir a Dios y al dinero”, dos señores. Es lo único que Jesús pone a la altura y cada uno debe elegir: o siervos de Dios, y serás libre en la adoración y en el servicio; o siervos del dinero, y serás esclavo del dinero. Esa es la opción; y mucha gente quiere servir a Dios y al dinero. Y eso no se puede hacer. Al final simulan servir a Dios para servir al dinero. Son los abusadores escondidos que son socialmente impecables, pero bajo mesa hacen negocio, incluso con la gente: no importa. La explotación humana es vender al prójimo.

Judas se fue, pero dejó discípulos, que no son sus discípulos sino del diablo. Cómo fue la vida de Judas no lo sabemos. Un chico normal, quizá, incluso con inquietudes, porque el Señor lo llamó a ser discípulo. Pero nunca llegó a serlo: no tenía ni boca de discípulo ni corazón de discípulo, como hemos leído en la primera Lectura. Era débil en el discipulado, pero Jesús lo amaba… Luego el Evangelio nos da a entender  que le gustaba el dinero: en casa de Lázaro, cuando María unge los pies de Jesús con aquel perfumo tan caro, hace una reflexión y Juan aclara: “Pero no lo dice por amor a los pobres: porque era ladrón”. El amor al dinero le llevó fuera de las reglas: a robar, y de robar a traicionar hay un paso, pequeñito. Quien ama demasiado el dinero traiciona para tener más, siempre: es una regla, es un dato de hecho. El Judas muchacho, quizá bueno, con buenas intenciones, acaba traidor hasta el punto de ir al mercado a vender: «fue a los sumos sacerdotes y les propuso: ¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?» (cfr. Mt 26,14). En mi opinión, ese hombre estaba fuera de sí.

Una cosa que me llama la atención es que Jesús nunca le llama “traidor”; dice que será traicionado, pero no le dice “traidor”. Jamás lo dice: “Vete, traidor”. ¡Nunca! Es más, le dice: “Amigo”, y lo besa. El misterio de Judas: ¿cómo es el misterio de Judas? No sé. ¿Cómo acabó Judas? No sé. Jesús amenaza fuerte, aquí; amenaza fuerte: «¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, más le valdría a ese hombre no haber nacido». ¿Pero eso quiere decir que Judas está en el infierno? No sé.

Y esto nos hace pensar en otra cosa, que es más real, más de hoy: el diablo entró en Judas, fue el diablo a llevarlo a ese punto. ¿Y cómo acabó la historia? El diablo es un mal pagador: no es un pagador fiable. Te promete todo, te muestra todo y al final te deja solo en tu desesperación de ahorcarte. El corazón de Judas, inquieto, atormentado por la avaricia y atormentado por el amor a Jesús –un amor que no logró hacerse amor–, atormentado con esa niebla, vuelve a los sacerdotes pidiendo perdón, pidiendo salvación. «¿A nosotros qué nos importa? Tú veras»: el diablo habla así y nos deja en la desesperación.

Pensemos en tantos Judas institucionalizados de este mundo, que explotan a la gente. Y pensemos también en el pequeño Judas que cada uno lleva dentro a la hora de elegir: entre lealtad o interés. Cada uno tiene la capacidad de traicionar, de vender, de escoger por su propio interés. Cada uno tiene la posibilidad de dejarse atraer por el amor al dinero o a los bienes o al bienestar futuro. “Judas, ¿dónde estás?”. Y la pregunta la hago a cada uno: “Tú, Judas, el pequeño Judas que llevo dentro: ¿dónde está?”.

Miércoles Santo

Is 50, 4-9; Mt 26, 14-25

Cuando miramos un crucifijo nos cuesta trabajo creer que Jesús está ahí porque Él quiso.  Tal parece que fue dominado por sus enemigos y obligado a morir en la cruz.  Pero no fue así.  En cierta ocasión, los fariseos trataron de apedrear a Jesús para matarlo, pero Él se les escapó fácilmente.  En otra ocasión, los habitantes de su ciudad natal lo condujeron hasta el borde de un precipicio con la intención de despeñarlo; pero El dio medio vuelta y se fue, sin que uno solo fuera capaz de poner la mano sobre El.  Hubo varios incidentes en los que los enemigos de Jesús trataron de aprehenderlo para matarlo, pero éstos fueron impotentes para lograrlo porque, como el mismo Señor lo dijo, su «hora no había llegado todavía».  Aquella «hora» era el tiempo establecido de antemano por su Padre.

En el evangelio de hoy Jesús indica que El conocía el tiempo establecido por su Padre para su muerte sacrificial; Él dice: «Mi hora está ya cerca».  También mostró que conocía previamente el momento de su muerte, al predecir que uno de los Doce lo iba a traicionar.  Pero Jesús no sólo conocía el momento de su muerte ya próxima; más importante que eso, El aceptaba voluntariamente esa muerte, por obediencia amorosa a su Padre, al fin de que se cumpliera las Escrituras.

Al concluir la presentación que hizo de sí mismo como el buen pastor, nuestro Señor dijo: «El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar.  Nadie me la quita; yo la doy porque quiero» (Jn 10, 17).  En la Última Cena, dijo: «Nadie tiene amor más grande a sus amigos que aquel que da la vida por ellos» (Jn 15, 13).  Esas palabras indican claramente los motivos por los que Jesús murió.

El Viernes Santo, o en cualquier otro momento en que veamos un crucifijo, hemos de darnos cuenta de que Jesús murió en la cruz porque Él quiso.  Su muerte en la cruz fue la expresión perfecta de su amor libre y personal a su Padre y a nosotros.

Miércoles Santo

Mt 26, 14-25

Hemos escuchado hoy en el evangelio, la traición de Judas.  La traición acaba con el amor más perfecto: el amor de la amistad.  La traición mata el amor, en su raíz.

¿Cómo se llega a la traición? Primero por el deseo desmedido de intereses materiales: el dinero, que me lleva al poder y a la vida egoísta, complaciente y sensual. Y en segundo lugar, por la falta de trato con el amigo, que me deja y me mantiene en la ignorancia, y al no conocer bien el valor del amigo: de lo que es, de lo que vale, de lo que tengo con su trato, de lo que me hace vivir, no le hago aprecio y entonces, sin dificultad, lo vendo o lo abandono.

Hoy vemos a Judas vendiendo a Jesús por un deseo desmedido de dinero.  El dinero y el poder, a Judas le hicieron traición. No lo olvidemos nosotros tampoco: el afán desmedido por el dinero, por el tener con avaricia, el gozar materialmente, sin límites, el prestigio de marcas en el vestir, me pueden hacer traición, y quedarme como un despojo de un mundo despiadado, sin amistad, y ver cómo me quedo solo, marginado, olvidado, cuando mi situación es adversa. 

Que sólo se quedó Judas, sin el amigo Jesús, porque el dinero no es amigo, es tirano, y Judas se ahorcó. Cada día hay más personas que se quitan la vida, hay dinero, pero no hay verdaderos amigos, solo compañeros de billeteras, tarjetas de crédito.  “Tanto tienes, tanto vales”.

Jesús hace un gesto de comunión, de amistad, al pedirle a Judas que sea él el primero que moje su pan. Es un gesto simbólico de reconocimiento, de aprecio, de amistad. Por parte de Jesús no hay ninguna condena, sino el ofrecimiento de su amistad, porque “Él nos amó primero”, como dice San Juan. Y nos ama  y nos acoge tal como somos y tal como estamos en cada momento; tal como tú te sientes: mediocre, miserable, marginado, perverso, traidor. 

Déjate perdonar para que empieces a vivir de nuevo, con una mayor realidad y sinceridad la amistad con Jesús, para que experimentes, para que sientas que te quiere como eres y cómo estás. Basta ya de traiciones grandes o pequeñas, porque la traición nunca es pequeña o grande; la traición es siempre traición.

Es Judas el que se cierra al amor y a la amistad, porque el deseo exagerado de dinero ha endurecido su corazón. Es él, el que se excluye, al rehusar la mano tendida de su amigo Jesús. Jesús estaba habituado a “comer con pecadores”. Y en esta noche de la cena Pascual, tampoco ha rechazado a un traidor. Es Judas, quien se separa de Él, porque en realidad de verdad, le conoce poco. Estaba con Él, pero su corazón estaba muy lejos de Él. Trabajaba con el grupo de los discípulos de Jesús, pero estaba con ellos con espíritu y actitud de jornalero.

Judas no conocía, ni trataba mucho a Jesús. Estaba con Él, pero vivía lejos de Él. Esto puede también ocurrir en nuestra vida y ser la causa por la que abandonamos o vendemos a Jesús: la falta de trato y conocimiento del amigo, que me mantiene en la ignorancia y en la falta de experiencia vivida, y al no conocer bien el valor de la amistad: de lo que es, de lo que vale, de lo que me enriquezco en el trato con este  amigo, de la vida abierta y esplendorosa que me hace vivir, entonces, sin dificultad lo vendo o lo abandono y lo critico, porque confundo a Jesucristo y su Iglesia, es decir los cristianos, con los judas, que encontramos en medio de la comunidad cristiana, sean padres, laicos u obispos. Y así estropeamos y destruimos el buen ambiente y fraternidad de una parroquia y hasta de un pueblo, porque nosotros no entendemos lo que es la amistad, ni de Jesús somos entonces amigos, pues, si entre sus apóstoles, que él mismo escogió, se dio un ladrón y traidor, Judas, ¿cómo vamos a pretender que en las asambleas cristianas de la diócesis o parroquias, no los haya?

Pero Judas, endurecida su mente y su corazón por el dinero y la falta de trato con el amigo, y así sólo, amargado, decepcionado de sí mismo, arrojará más tarde las treinta monedas de plata por el suelo del templo y se ahorcará, desesperado. No conoció al amigo. No supo lo que era la amistad, que es el amor más perfecto.

Que descubramos nosotros en esta Semana Santo, el amor con que nos ha amado Jesucristo, hasta morir, y su amistad que nos ha ofrecido y que nunca traicionemos ese amor a Él.