1 Re 19, 19-21; Mt 5, 33-37
Elías fue un gran profeta del Antiguo Testamento, y en realidad se le considera como el profeta prototipo de Israel. Cuando estaba cerca de morir, recibió una inspiración de Dios para señalar a Eliseo como su sucesor. Aparentemente Eliseo era rico, si vamos a juzgar por el hecho de que poseía doce yuntas de bueyes. Cuando Elías llamó a Eliseo, éste pareció al principio un poco recalcitrante. Eliseo le pidió a Elías un momento para despedirse de sus padres, a lo cual accedió Elías, un poco a regañadientas, diciéndole estas enigmáticas palabras: «Ve y vuelve, porque bien sabes lo que ha hecho el Señor contigo».
Quizá Jesús pensaba en este episodio, cuando les dijo a sus discípulos: «El que empuña el arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios» (Lc 9, 62). Eliseo se arrepintió inmediatamente de sus dudas. El sacrificio que hizo de sus bueyes y la quema del arado marcaron su apartamiento completo de su antiguo modo de vivir. Ahora sí ya estaba listo para aceptar su oficio de profeta, que estaba simbolizado por la recepción del manto de Elías.
En el bautismo también nosotros recibimos una vestidura blanca, que es una señal de nuestra completa dedicación a Cristo. En cierto sentido esa vestidura era el manto de la profecía. El profeta es un testigo de Dios, y por medio del bautismo, hemos sido llamados a ser testigos de la verdad con nuestras palabras y con nuestros hechos. En el evangelio, Jesús nos dice que digamos abiertamente la verdad y que vivamos honestamente. No debemos dudar de dar testimonio de nuestra fe o de vivir comprometido con Cristo, no hemos de mirar hacia atrás, ni comprometernos con los valores y principios que sean contrarios a las enseñanzas de Jesús.