Viernes de la VII Semana Ordinaria

Sant 5, 9-12

El apóstol Santiago nos avisa que no murmuren los unos contra los otros, sino que en todas las formas posibles nos ayudemos y nos animemos los unos a los otros.  Debemos proceder los unos con los otros en la misma forma en que Dios actúa con nosotros, pues, «El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar».

Mc 10, 1-12

No hace falta insistir en que el divorcio es un serio problema actual.  La enseñanza de Jesús en el evangelio sigue firme, pero cuando escuchamos las tremendas estadísticas del número de matrimonios que terminan en divorcio, debemos comprender que en ese número están incluidos un buen número de católicos.  No vamos nosotros a apropiarnos el derecho de juzgarlo, que sólo pertenece a Dios.  Pero sí podemos ayudar, en su enorme desconcierto, a muchos católicos divorciados.

El divorcio, sin un nuevo matrimonio, no excluye a la persona divorciada de la sagrada comunión.  Por supuesto la Iglesia no acepta la idea de que el divorcio puede anular un matrimonio válido «por la Iglesia».  Pero el divorcio puede ser necesario en la sociedad solamente para fines legales.  Una persona divorciada y que no se ha vuelto a casar, puede recibir la comunión y puede recibir cualquier sacramento y participar activamente en la Iglesia.

Si la persona no puede recibir la comunión porque se ha vuelto a casar fuera de la Iglesia, no hay razón para que no se una a la comunidad en la oración de la misa.  Ojalá que esta persona sea acogida amablemente y animada a buscar la ayuda que necesita de Dios, mediante su participación en misa.