Mal 3, 1-4. 23-24
El segundo gran guía para nuestra caminata de Adviento nos aparece hoy con toda claridad.
Juan es el «precursor», el que va corriendo por delante, anunciando y al mismo tiempo preparando la llegada del Rey.
El profeta Malaquías anuncia a este precursor: «Yo envío mi mensajero para que prepare el camino ante mí», «os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor».
Su acción será de purificación y transformación, «fuego que refina, lejía que lava». Su finalidad, hacer un culto nuevo, presentar al Señor una ofrenda agradable.
Lc 1, 57-66
Después de haber ido escuchando los anuncios de los nacimientos de Juan, el precursor, y de Jesús, el Mesías, hoy escuchamos el cumplimiento en el nacimiento de Juan; dentro de dos días escucharemos el de Jesús.
La pregunta de parientes y vecinos: «¿Qué va a ser de este niño?», pregunta que nos hacemos todos ante una vida que comienza.
Hay alegría por el nacimiento de Juan, el oprobio de la esterilidad se ha terminado. El Señor ha actuado con gran misericordia.
Hay ruptura de la continuidad humana para que se manifieste la divina: «Ninguno de tus parientes se llama así», «Juan es su nombre». El nombre para un judío es todo un símbolo. «Dios se ha compadecido», «Dios da gratuitamente». Es lo que significa el nombre del niño.
A la fe del padre que proclama el nuevo nombre corresponde el desatarse de la lengua para bendecir a Dios, tal como a su duda había correspondido su mudez.
El evangelio no es una «biografía»; es lo que su nombre indica: evangelio, buena nueva, feliz noticia.
Nosotros también tenemos que alejar nuestra falta de fe que nos enmudece en la proclamación del Evangelio. Tenemos que romper costumbres y hábitos que impiden la expresión de lo que es Dios y la alegría del Señor Salvador, del Dios-con-nosotros, nuestro Rey y Legislador de la nueva ley del amor. Como lo hemos aclamado antes del evangelio, El actuará en nosotros.
Que esto se realice en nuestra Eucaristía.