Lunes de la VII Semana de Pascua

Jn 16, 29-33

El evangelio de hoy nos sitúa como creyentes en Jesús en la segunda parte de una perícopa de “largo alcance” (Jn 29-32) con un gran final (v.33). En la primera parte (Jn 16,23-28) Jesús ha hecho una declaración solemne a sus discípulos acerca de la relación de estos con el Padre. La unión profunda que sus seguidores tienen con Él es la que los lleva a Dios. Jesús no es un mero intercesor, Jesús nos une a su persona e identidad, para mostrarnos el amor infinito del Padre hacia sus hijos. Dios ofrece su amor al mundo entero, su misericordia es universal, no tiene medida sólo espera que el ser humano sea capaz de responder a tanto amor.

Esta segunda parte comienza con una declaración de los discípulos hacia el Maestro: Ahora sí que hablas claro. Ellos creen que el Padre ha enviado a Jesús y que ya pueden entenderlo todo, sin embargo, el evangelista utilizando la ironía, cuenta como Jesús les ha dicho a los suyos que se acerca la hora de entender plenamente no que ya hubiera llegado. Los discípulos con una fe ilusoria han interpretado mal las palabras de Jesús. El Señor con paciencia y pedagogía hacia aquellos que tanto ama les responde ¿Ahora creéis? La fe auténtica tiene como objeto a Jesús en la cruz y su entrega es fuerza salvadora para toda la humanidad. Los discípulos creen que siguen a un Maestro excepcional, lleno de saber, pero Jesús es Maestro desde la cruz, desde su entrega. Cuando ellos tengan que enfrentarse a esta realidad, abandonarán a Jesús, lo dejarán solo. Pero el Padre está con Él y su presencia se mostrará en la máxima soledad del Señor. No basta reconocer que Jesús viene del Padre también hay que saber que va con el Padre a través de su entrega total en la cruz.

Nuestro texto finaliza con la victoria de Jesús. El Señor quiere tranquilizar a los suyos en medio de persecuciones y situaciones de dificultad. Quien permanezca unido a Él tendrá paz. Solo Jesús puede regalarnos esa paz interior que nos lleva a ser capaces de afrontar cualquier dificultad, que mantiene nuestro ánimo y nos ayuda a vivir con alegría el hoy de nuestra vida. Y todo porque Él ha vencido al mundo, ofreciéndole el don de su entrega y de su amor. Hoy también Jesús puede preguntarnos a nosotros y nosotras: ¿Ahora creéis?

Viernes de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 20-23

Hay personas que pasan por el mundo como si siempre estuvieran a disgusto, no se alegran de verdad, se vuelven agresivos y todo les molesta, y con frecuencia les echan la culpa a otros, y al verlos en ese estado, las personas se alejan de ellos, se pierden oportunidades y se generan conflictos.  ¿Está el problema fuera de ellos?  No, el problema está en el corazón.

Es cierto que hay muchas cosas exteriores que pueden influir en nuestro estado de ánimo, pero lo exterior no es lo que de la paz ni la alegría.

Jesús, hoy, nos pone un ejemplo muy vivo: la madre que va a dar a luz y espera a su hijo con ilusión.  Ella estará sufriendo pero lo hace con alegría y esperanza.  Le duele, proferirá gritos de dolor, pero su corazón está alegre.

Hoy, Cristo nos invita a estar alegres, con esa verdadera alegría que brota del corazón, que envuelve a la persona en un ambiente de paz y que nos hace que estemos dispuesto a estar en armonía con los demás.  Ya basta de estar protestando, hoy porque hace calor y mañana porque hace frío; hoy porque hay mucha gente y mañana porque no vino nadie.  Todas las circunstancias externas no pueden modificar la verdadera armonía del corazón.

¿Hay problemas y enfermedades?  Es cierto, tendremos dolores, pero si protestamos en nada remediamos la situación.

¿Qué me dice Jesús en este momento?  ¿Cómo uno mis enfermedades y dolencias a su vida? y ¿cómo siento su presencia conmigo? ¿Cómo puedo transformar estos elementos, que me parecen todos negativos, transformarlos en luz que proporcione alegría?  ¿Qué haría Jesús en una situación semejante?

Cuando sientas que estás muy triste, solitario, te recomiendo que imagines a Jesús cerca de ti y que pienses qué es lo que te pide en ese momento.  Es cierto que algunas veces tendremos ganas de rebelarnos, protestar y reclamarle.  Muchos de los salmos son reclamos a la presencia de Dios y búsqueda de soluciones a graves problemas.  Todo esto lo podemos dialogar con Jesús, pero a lo que no tenemos derecho es a vivir amargados, negativos y sin participación en la búsqueda de soluciones.

Puede la vida ser muy dura, pero será peor para quien la afronta sin esperanzas.  Puede haber muchos problemas, pero serán mayores si no los resolvemos con entereza.  Puede haber mucha soledad y nostalgia, pero será estéril si no la llenamos de la presencia y del amor de Jesús.

Hoy, Jesús está aquí contigo y camina junto a ti.

Jueves de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 16-20

Es cierto que a veces Jesús se dirigía a sus apósteles con frases enigmáticas que no entendían: “Dentro de un poco, ya no me veréis; dentro de otro poco, me veréis. Porque voy al Padre”. Son palabras dichas por Jesús antes de su muerte y su resurrección que aclaran su sentido. Por eso nosotros, los cristianos del siglo XXI, que escuchamos sus palabras después de estos especiales acontecimientos, estamos en mejores condiciones de entender lo que Jesús quería decir con esas palabras. Durante un cierto tiempo, “dentro de poco”, del viernes santo al domingo de resurrección, sus apóstoles no iban a poder gozar de la presencia de Jesús, y la tristeza se iba a apoderar de ellos: “vosotros estaréis tristes”. Pero a partir de su resurrección, “dentro de otro poco”, le iban a volver a ver y la alegría iba a inundar su corazón, “vuestra tristeza se convertirá en alegría”…

Desde nuestra situación, desde que Cristo salió a nuestro encuentro y nos pidió que le siguiéramos, nunca ha dejado de acompañarnos. Gozamos de su presencia las 24 horas del día. “No os dejaré huérfanos… estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos”. Lo nuestro es vivir todos nuestros acontecimientos desde nuestra unión y amistad con Jesús… por eso, la alegría siempre no acompañará.

Miércoles de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 12-15

Pertenece al ser humano buscar la verdad. Ya lo dijeron los filósofos clásicos. En el evangelio de Juan está muy presente la búsqueda de la verdad. En él aparece la pregunta de Pilatos, “qué es la verdad”… Hoy leemos que “el Espíritu de verdad os guiará hacia la verdad plena”. ¿Qué verdad? La verdad plena es el mismo Jesús. “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre si no es por mí”, había dicho. El texto evangélico anuncia la Pascua de Pentecostés. Es el Espíritu quien ha de guiar al conocimiento pleno de Jesús, y del Padre. Fue lo que hizo con los apóstoles. El Espíritu muestra la verdad didácticamente, a través de la vida, de la historia, cuando esa vida, esa historia se oran, es decir: se ven bajo la luz del evangelio, de la Palabra del Señor.

Es necesario prepararse para la Pascua de Pentecostés. Es necesario abrirnos al espíritu de Jesús, del evangelio, que es el Espíritu Santo. Él nos conducirá a la verdad…y a la vida, a interpretarla bien.

Martes de la VI Semana de Pascua

Jn 16, 5-11

La cena sigue progresando y el discurso de Jesús desarrolla los temas que a lo largo de su vida predicadora ha dejado sembrados a lo largo y ancho de Galilea.

Jesús sabe que los discípulos apenas se enteran de lo que están escuchando y es el mismo quien tiene que hacer las preguntas que los discípulos no le están haciendo. Puede que pase, como nos está pasando ahora, que sabemos lo que está diciendo, lo entendemos perfectamente, pero no queremos darnos por aludidos.

Al igual que aquellos hombres, nosotros tampoco queremos que Jesús se vaya. No queremos que se vaya al Padre porque estamos muy seguros con él al lado. En pocas horas le veremos apresado, humillado y crucificado y correremos a escondernos asustados viendo que estamos en peligro. Preferimos un Jesús privado, personal, más que al que nos está anunciando.

Y era necesario que Jesús, el Cristo vivo, resucitado, vuelva al Padre. Es necesario que deje de ser en exclusiva el Maestro de los Apóstoles para que pueda llegar a su plenitud siendo el Maestro de toda la humanidad. No puede seguir siendo el Cristo doméstico si tiene que ser el Cristo universal. Por eso conviene que se vaya de lo particular, para que pueda hacerse presente en lo universal. La falta del Cristo humano y personal es necesaria para que el Espíritu venga sobre nosotros y aclare todas las nubes oscuras de la ignorancia que nos atenazan, entristecen y nos impiden vivir plenamente como hijos de Dios.

Aceptemos que Cristo tiene que marchar y busquemos al Espíritu que él nos envía, mejor aún, que ya nos ha enviado y se cierne sobre nosotros esperando que escuchemos el suave susurro de su presencia, le amemos y aceptemos su guía. Y sepamos que “El Señor completa sus favores con nosotros porque su misericordia es eterna y nunca abandonará la obra de sus manos. El Señor completará sus favores conmigo. Señor, tu misericordia es eterna, no abandonas la obra de tus manos.

Lunes de la VI Semana de Pascua

Jn 15, 26-16,4

El texto del evangelio se encuentra en los llamados discursos de despedida de Jesús. Jesús les anuncia cómo el Espíritu fortalecerá a sus seguidores en medio de la persecución para ser sus testigos de todo lo que han visto y oído del Maestro. El Paráclito les ayudará a recordar lo vivido.

Jesús les advierte para que no se escandalicen y esto los lleve a apartarse de la fe, puesto que los primeros perseguidores serán los propios hermanos judíos. La persecución concreta se refiere a la expulsión de la sinagoga. No podemos olvidar que los primeros cristianos eran judeocristianos y la separación del mundo judío supuso uno de los grandes conflictos en las comunidades judeocristianas. Tras la toma de Jerusalén y la destrucción del templo por parte de los romanos, un grupo de judíos, en su mayoría escribas y fariseos, huyen a Jamnia, una pequeña ciudad de la costa mediterránea a la altura de Jerusalén. Allí se reconfigura un judaísmo sin templo en el que el lugar central lo ocupará la Torá, iniciándose así el llamado movimiento rabínico. En el año 85 Gamaliel II, líder del grupo, introduce en la Shemoné Esré, oración de las 18 bendiciones, una maldición contra los herejes (minim) entre los que se encuentran incluidos los nosrim (nazarenos), es decir los judeocristianos. Así los seguidores de Jesús al acudir a orar a la sinagoga, tenían que maldecirse a sí mismos, lo que los llevó a autoexcluirse de la misma y a una ruptura definitiva con el judaísmo.

Jesús les anuncia que en esos momentos en que no entienden porque sus hermanos en la fe los excluyen de la asamblea, el Espíritu les dará fuerza para ser testigos de Jesús de Nazaret, que ha revelado el verdadero rostro misericordioso del Padre. Nosotros también podemos experimentar muchos tipos de persecución a causa de nuestra fidelidad al proyecto de Jesús, tal vez incluso de aquellos que consideramos nuestros hermanos. ¿Experimentamos en esos momentos la fuerza del Espíritu que nos anima? ¿Nos mantenemos firmes dando testimonio de la Buena Noticia de Jesús? En medio del sufrimiento, no podemos olvidar que no estamos amenazados de muerte, estamos amenazados de Resurrección.

Sábado de la V Semana de Pascua

Jn 15, 18-21

El Evangelio de hoy forma parte del discurso de despedida de Jesús a sus discípulos, son como sus últimas recomendaciones antes de marchar al Padre.

Jesús, que conoce muy bien el corazón humano, sabe del peligro que corremos los cristianos de vivir según los criterios del mundo por miedo a ser perseguidos, señalados con el dedo, a que nos saquen de nuestra zona de confort.  La tentación de la mundanidad, de la que tantas veces habla el Papa Francisco, es sutil, se cuela por las rendijas de nuestra alma y sin darnos cuenta modifica nuestros criterios de actuación alejándolos del Evangelio. Somos hijos del Resucitado, que murió en una Cruz, y no podemos olvidarlo, ahí tenemos el espejo en donde mirarnos y el modelo a imitar.

El seguimiento de Jesús, la fidelidad a su mensaje, nos va a complicar la vida en más de una ocasión. Lo fácil es hacer lo que todos hacen, decir lo políticamente correcto, o guardar silencio con el pretexto de ser prudentes, pero el Señor nos ha elegido para una misión concreta, y ahí radica nuestra felicidad, en adecuar nuestra vida a esa misión. Nos ha elegido para ser testigos de su amor en medio de nuestro mundo, ser testigos de su Resurrección.

Jesús desde el principio ha dejado claro cuáles son sus intenciones, lo que exige y lo que ofrece a sus seguidores. Si aceptas hoy la invitación a seguirle, ten presente que vas a sufrir persecución, pero no olvides que después de la muerte viene la RESURRECCIÓN. Si aceptas el camino de la mundanidad, pasarás un rato de diversión pero después seguirás vacío en tu interior. ¡Tú eliges!

Viernes de la V Semana de Pascua

Jn 15, 12-17

Nos habla Jesús de la manera de ser y manifestarse como verdadero discípulo suyo Se dijo a los antiguos: guardarás los mandamientos del Señor. Jesús nos dirá: Un solo mandamiento os doy: “Que os améis unos a otros como Yo os he amado”. Y solamente el que cumple ese mandamiento nuevo es amigo de Jesús.

Y ¿cómo fue el amor de Jesús? Jesús entregó su vida a Dios Padre en rescate por muchos. Dar la vida es lo único que da pleno sentido a la vida. La vida de Jesús, el Hijo de Dios, fue la vida humana más rica de sentido. En ella hemos sido salvados todos.

Si adoptamos este estilo de vida, nos convertimos en verdaderos amigos de Jesús. Amigo de Jesús es el que apuesta su vida a la carta de Jesús, porque la conoce y aprecia su manera de ser y de actuar. Los amigos se conocen, se aprecian, comparten las mismas convicciones y los mismos estilos de vida. Este es el mensaje crucial del Evangelio que hoy leemos una vez más: “esto os mando: que os améis unos a otros”. Esto es suficiente para alcanzar el reino y para mostrar que, de verdad, aceptamos el mensaje salvador de Jesús.

Pidamos al Señor conocerle cada día mejor para seguirle muy de cerca y así poder dar fruto a su estilo, al estilo evangélico.

Jueves de la V Semana de Pascua

Jn 15, 9-11

En el evangelio de hoy, Jesús viene a iluminar el problema planteado en la primitiva iglesia y comentado en la primera lectura. En nuestra iglesia, el seguimiento de Jesús, lo hemos llenado, a lo largo del tiempo, de otras muchas cosas, de normas, de leyes, de algunas costumbres, de ritos…

Jesús, viene en nuestra ayuda como siempre, y nos aclara cuál es lo esencial, lo que nunca puede faltar en la vida de cualquier cristiano, y todo lo demás no deja de ser no esencial, lo que quiere decir que puede faltar. Lo esencial del cristianismo es sentirse amado por Jesús, con la misma intensidad que el Padre le ha amado, y poder decirle “tú me sedujiste, Señor, y yo me deje seducir”. “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor”. Y como consecuencia inmediata alojarle en el centro de nuestro corazón y amarle con todas nuestras fuerzas, lo que lleva consigo hacerle caso en todo lo que nos diga, cumplir todos sus mandamientos, todas sus indicaciones ante todo lo que nos encontremos en la vida.

Si le amamos, si le hacemos caso, Jesús nos regalará una alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar.  “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”.  

Miércoles de la V Semana de Pascua

Jn 15, 1-8

La alegoría de la vid y los sarmientos que nos presenta el evangelio es una forma de expresar la relación entre Jesús y sus discípulos. En otras palabras, una forma de entender la unión de la Iglesia, cuerpo de Cristo, con quien es su Cabeza. Se trata de una relación vital, de una profunda compenetración de la comunidad cristiana con el Señor, que es quien la preside. La Iglesia, nuevo Israel, es una plantación de Dios, en la que no basta compartir la fe de Abrahán, sino que es necesario aceptar a Jesús como el enviado del Padre y “permanecer” en esa nueva fe. Sólo entonces esa planta dará sus frutos.

 “Porque sin mí no podéis hacer nada”, dice Jesús. La Iglesia sabe que su eficacia evangelizadora, y aun su misma vida evangélica, proviene de su unión con Cristo y es obra del Espíritu Santo. Sin ese enraizamiento en Cristo toda su actividad sería, en definitiva, estéril. Y para mantenerse en esa vitalidad espiritual y apostólica necesita, periódicamente, una poda a fondo de sus ramas resecas o muertas. Esto puede ser doloroso, pero no debe debilitar nuestro empeño por “permanecer” firmemente injertados a la vid.

De esta permanencia se derivan también dos efectos benéficos de enorme valor: la eficacia de nuestra oración y la glorificación de Dios. Si estamos íntimamente unidos a Cristo, nuestras plegarias serán las suyas y el Padre las acogerá con suma complacencia. Y, si damos fruto copioso por nuestra vinculación con el Hijo, esa cosecha fecunda redundará en reconocimiento de su fuente, que es la iniciativa amorosa del Padre.

¿Qué hacemos para cultivar nuestra unión con Cristo? ¿Y cómo asumimos las contrariedades que nos sirven para potenciar nuestra vitalidad cristiana?