Jn 6, 1-15
Este relato aparece reflejado en los cuatro evangelios. Más o menos tienen el mismo contexto. En todos ellos parte del hecho de que Jesús “tuvo compasión”, es decir, ante la situación de las personas y ante el despoblado y que era tarde, Jesús movido por compasión, invitó a compartir.
Este signo o milagro en San Juan sirve al evangelista para el discurso donde Jesús se identifica como el pan de vida. Quizá por eso la liturgia nos lo ponga en este tiempo pascual, pues la presencia del Resucitado la descubrieron en el partir y compartir el pan, es decir en la Eucaristía.
El relato es una catequesis y una experiencia de vida. Jesús invita a sus discípulos a que descubran lo que tienen, no solo ellos, sino todos los que están reunidos. Parece, aparentemente poco, pero cuando se comparte entre todos, llega para todos y sobra. Muchas veces en nuestra vida hemos experimentado esta realidad. Poner en común lo que se tiene para el servicio de los demás tiene efecto multiplicador, siempre que sea como una exigencia de compasión. Una exigencia de humanización Es demostrar nuestro seguimiento de Jesús.
¡Es una pena que esto no se dé y aún haya personas que pasen hambre, necesidad y otros malgastemos y tiremos nuestros alimentos! Poniéndolos al servicio de la humanidad, llega para todos y sobra.
El contacto con Jesús y el ejemplo de los discípulos, que empujó a poner cada uno lo que poseía para poderlo compartir, es una manera de cumplir la misión eclesial. Nuestra misión es de servicio a la humanidad y prestamos el servicio, cuando somos conscientes de cuáles son las necesidades de las personas, en qué situaciones están nuestros hermanos y hermanas, cuáles son nuestros medios. Quitar nuestros miedos y egoísmos y responder, como Jesús, desde la compasión y la generosidad.
Ese es el signo que estamos llamados a realizar. Contamos con la ayuda de Dios Padre, como Jesús que contó con la ayuda del Padre Dios.