Sábado de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 20, 27-40

Tenemos en este fragmento de S. Lucas una muestra más de las trampas que están tendiendo a Jesús con ánimo de perderle. Ya no van a parar hasta Getsemaní y las horas terribles que siguen.

Intervienen los saduceos, una secta del judaísmo que está conforme con la dominación romana porque de ella reciben seguridad, bienes, importancia social y otros beneficios. No creen en la resurrección, tal vez porque creen no necesitarla. Su vida está bien en el presente nada hay que les obligue a pensar en otra vida futura, separada del presente. Para ellos, pertenecer a esa clase social alta de la aristocracia o el clero era suficiente. Casi podríamos decir que actuaban más como un grupo político que religioso.

Puede que debamos preguntarnos qué creemos nosotros que sea la resurrección, y puede que digamos y oigamos muchas interpretaciones, algunas racionales, algunas disparatadas. No sabemos cómo seremos en la resurrección. Evito decir “después” porque eso implicaría tiempo y tras la muerte ingresamos en la eternidad: el antes y el después desaparecen dando lugar a un eterno ahora.

Hemos escuchado episodios de resurrección, como es el caso de Lázaro, del hijo de la viuda de Naín, de la hija de Jairo. Antes leímos cómo Eliseo resucita al hijo de la sunamita y pensamos que nuestra resurrección va ser así.

Vamos a recordar la resurrección de Jesús: María Magdalena, mujer enamorada totalmente de Jesús, no lo reconoce y le confunde con el hortelano, hasta que se siente interpelada en su alma enamorada. Los discípulos de Emaús no lo reconocen tampoco hasta que parte y reparte el pan, hasta que se vuelve a entregar a sí mismo. Lázaro, el hijo de la viuda, la hija de Jairo y cuantos episodios similares encontremos en la Biblia, son perfectamente reconocibles porque no han resucitado, solo han revivido; han vuelto a la vida que tenían antes de morir, y volverán a morir.

El caso de Jesús sí es una verdadera resurrección y el nuevo ente resucitado no tiene por qué parecerse al hombre anterior. Es absurda la pregunta y Jesús, como ha hecho antes, contesta no a lo que le preguntan, sino a lo que debían preguntarle. No puede desvelar que es la resurrección porque aún la desconoce y contesta enseñando lo que le debían preguntar. Los que resucitan ya no pueden morir, son hijos de Dios.

Pero, y nosotros: ¿Cómo creemos que será nuestra resurrección? ¿Creemos realmente que vamos a resucitar, como decía el catecismo de nuestra infancia, con los mismos cuerpos y almas que tuvimos? Vamos a pensarlo un poco alumbrados por la fe, no por los sentidos corporales.