Martes de la XXXIV Semana Ordinaria

Dan 2,31-45

Una de las verdades que la Sagrada Escritura nos ha revelado, es que esta vida no es para siempre, sino que es simplemente la antesala de la vida definitiva que viviremos eternamente en el cielo.

Es por ello que esta lectura, dirigida al Rey Darío, nos hace ver que todo cuanto existe de bello, llegará un tiempo en que será transformado, que Dios como Señor de la historia va construyendo el Reino definitivo en el cual Él, como rey eterno y todopoderoso gobernará.

Nosotros, sabemos que este Rey es Cristo y por ello, si queremos vivir en el Reino, debemos someter toda nuestra persona y toda nuestra vida a Él, de manera que Él tenga realmente control en ella. Acepta a Jesús como Rey de tu vida y deja que Él transforme toda tu existencia y la convierta en parte del Reino que no termina jamás.

Lc 21,5-11

No busquemos aterrarnos mutuamente ni vivir en el miedo pensando en que el tiempo está cerca y ya se acaba la figura de este mundo con la venida del Justo Juez, Cristo. Y no es así porque El mismo nos lo acaba de decir: no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: «Yo soy» y «el tiempo está cerca». ¿Quiere Cristo que vivamos atemorizados? No ¿Quiere que nos la pasemos analizando cada guerra y cada peste e interpretándolo todo bajo esta óptica terrorífica? No. Entonces, ¿qué quiere Cristo?

Quiere que nos dejemos de cuentos de terror y de una pasividad estéril y vivamos, sí, velando para cuando venga, pero velando como siervos fieles, esto es, cumpliendo como el soldado que tiene una misión en la vida. “Velar” por tanto no es estar en estado de terror e infundiendo terror en los demás, sino “trabajar” por hacer que cada día más este Rey sea más adorado y amado por los hombres; para que el imperio del amor triunfe sobre los mezquinos deseos humanos.

¿Por qué el Templo será derruido? Por la codicia de los hombres. ¿Por qué habrá guerras? Por el odio de unos contra otros. ¿Por qué pestes, hambre, desolación? Por culpa del pecado que no busca soluciones sino que trae daños estériles.

Pero en cambio si el cristiano trabaja firme y constante por edificar su propia casa en Roca firme; si se empeña por trabajar en la viña del Señor y sacar fruto abundante, el ciento por uno; si procura que en su casa jamás falte el aceite para su lámpara, no sea que venga el Esposo; si se esmera en realizar cuanto le ha sido confiado por el Dueño, como siervo trabajador; si, en fin, saca tiempo de debajo de las piedras y hace del amor su tesoro, y reproduce todos sus talentos, ¿le quedará tiempo para aterrarse por el fin del mundo?

Lunes de la XXXIV Semana Ordinaria

Dn 1,1-6.8-20

Uno de los temas recurrentes al terminar el ciclo litúrgico es el de la Fidelidad.

En este pasaje hemos visto la fidelidad y sobre todo la confianza de Daniel y sus compañeros que ponen a prueba el poder de Dios. Ellos saben que por ellos mismos no podrían mantenerse fieles, por ello ponen como garante de su fe a Dios.

Dios hará lo necesario para que la decisión que han tomado de no abandonar el cumplimiento de la Ley, pueda ser realizada. En medio de nuestro mundo, en el que nos encontramos todos los días rodeados de un sin fin de tentaciones que nos invitan a la mediocridad y a la tibieza en la fe, es necesario que así como lo hicieron estos jóvenes, nosotros también tomemos la decisión de ser fieles al evangelio. Dios, en su infinito poder, hará todo lo necesario para que esta decisión pueda ser vivida.

Pon en tu corazón la firme decisión de permanecer fiel y de servir a Dios con toda tu vida, y veras obrar en ti su poder y su amor.

Lc 21,1-4

Hay una canción que dice: – El tiempo que te quede libre
dedícalo a mí -. Esta canción ejemplifica lo que significa: «No te amo».

El dar solo lo que sobra, es una verdadera muestra de «no-amor» hacia cualquiera.

Creo que la persona que ama no solo da de lo que tiene sino que busca que eso que dará sea lo mejor, pues a quien lo dará es a la persona amada.

Pensemos y apliquemos este pensamiento, a las personas que tenemos cerca, a nuestros padres, a la esposa(o), novio(a) y al mismo Dios. ¿Les damos lo mejor de nosotros o solo «lo que nos sobra»? Si quieres saber a quién verdaderamente amas, solo piensa, para quién siempre tienes tiempo, a quién le das lo mejor de ti… ahí habrás encontrado la respuesta. Es triste que muchos de nosotros, para Dios solo tengamos las sobras.

Sábado de la XXXIII Semana Ordinaria

Lc 20, 27-40

Una de nuestras limitaciones, y también motivo de gozo, es que nuestra capacidad de amar es limitada. Amamos y terminamos centrándonos en una o unas pocas personas. El Reino del que nos habla Jesús supera todas esas limitaciones.

En el Reino nuestra capacidad de amar será ilimitada, nuestra capacidad de encuentro también. Por eso, la pregunta de los saduceos no tiene sentido. Lo único que hacen es proyectar una situación de este mundo en el futuro. Imaginan que todo será más o menos igual. Jesús va más allá. El Dios de la Vida hará plena la vida de hombres y mujeres. En el mundo futuro todo será nuevo hasta nuestra capacidad de amar.

El tema de la resurrección de los muertos no era compartido por las dos corrientes religiosas principales del tiempo de Jesús: saduceos y fariseos.

Los saduceos negaban la resurrección de los muertos. Los fariseos la afirmaban.

Y los saduceos quieren ridiculizar la resurrección de los muertos proponiendo a Jesús una curiosa cuestión que Él resuelve sin dificultad.

Jesús afirma que la resurrección no es una simple continuación de la vida actual, sino una vida nueva y distinta; una vida de plenitud que difícilmente podemos comprender desde nuestras realidades y pensamientos cotidianos.

Dame, Señor, un corazón capaz de amar como Tú nos amas: con un amor grande, en el que quepan todos tus hijos e hijas, y con amor profundo y sincero que se exprese en obras.

Viernes de la XXXIII Semana Ordinaria

1Mac 4,36-37.52-59

Algo innato en el hombre es el dar gloria a Dios. Es por ello que todas las culturas de todos los tiempos han tenido como algo muy preciado el Templo, pues, éste se identifica con el Lugar Santo, el lugar en donde la presencia de Dios se hace manifiesta.

Hoy sabemos, por medio de la Revelación, que Dios no únicamente habita el tiempo material, sino que nosotros mismos somos ese templo. Por lo tanto nuestro cuerpo debe ser un lugar consagrado y santo. Esto hace que los cristianos valoremos nuestro cuerpo, y el cuerpo de los demás, pues en él habita el Espíritu Santo.

Pero al mismo tiempo, esa presencia interior nos lleva a valorar nuestro Templo material, pues es en él en donde de manera particular, cuando la Iglesia se reúne en asamblea litúrgica, se realiza la presencia de Dios para ser adorado y glorificado. Tengamos en gran estima no solo nuestros cuerpos, sino el templo de Dios y busquemos que siempre sea un lugar santo, en donde sus adornos y motivos nos recuerden nuestro compromiso bautismal y el misterio de la Pascua.

Lc 19,45-48

Jesús ya está en Jerusalén. Es la última etapa de su vida. Y lo primero que hace es «purificar el templo», echando de él todo aquello que lo profanaba.

El Evangelio de hoy nos ofrece una escena que resulta un tanto «violenta» en el modo habitual de proceder Jesús. Se trata de la expulsión de los vendedores del templo que lo habían convertido en lugar de mercado.

Es la reacción lógica de Jesús al encontrarse con hombres que, incluso en el templo, no buscan otra cosa sino sus propios intereses.

El templo deja de ser lugar de encuentro con Dios cuando nuestra vida es un mercado donde se rinde culto a numerosos ídolos que nos invitan constantemente a ser adorados.

Resulta imposible entender algo del amor, la ternura, la bondad de Dios a los hombres, cuando uno vive comprando o vendiendo todo, movidos únicamente por el deseo de «negociar» su propio bienestar.

Jesús, por las palabras que dice, reemplaza al antiguo templo (centro de toda la vida del pueblo y de sus leyes religiosas) y se presenta Él como el «verdadero templo», lugar de encuentro entre Dios y los hombres. «Nadie va al Padre sino por Mi», dice en otro momento.  Da, Señor, a tu Iglesia un espíritu de pobreza y de libertad, para que nada ni nadie la hipoteque en el anuncio del evangelio.

Jueves de la XXXIII Semana Ordinaria

1Mac 2,15-29

Una de las razones que nos da la gente para obrar de una manera que no siempre va de acuerdo al evangelio es: «Es que todo el mundo lo hace (lo dice, lo ve, etc.). Ante esta afirmación o excusa, debemos siempre decir: «Nosotros no somos «todo el mundo» y aunque todo el mundo lo haga, nosotros somos cristianos».

Por ello es que un cristiano no puede hablar de todo, ni ver todo, ni hacer todo lo que aquellos que no conocen a Dios hacen.

En la lectura de hoy nos encontramos a un hombre valiente que enfrenta al mismo poder del rey para decirle: «Aunque todas las naciones que forman los dominios del rey obedezcan sus órdenes y apostaten de la religión de sus padres, mis hijos, mis hermanos y yo nos mantendremos fieles a la alianza de nuestros padres».

Con ello nos da un verdadero ejemplo de lo que Dios espera de nosotros. Nuestra alianza bautismal es mucho más grande y hermosa que la que habían celebrado los Israelitas, pues nuestra alianza fue sellada con la sangre de Cristo. Seamos valientes y defendamos nuestros principios y vivamos siempre conforme al Evangelio.

Lc 19,41-44

Jesús también lloraba, igual que tú. Tenía sentimientos, se alegraba con las buenas noticias de sus discípulos y se entristecía con la muerte de su amigo Lázaro. Igual que nosotros. Por eso conoce perfectamente el corazón humano, pues Él pasó por los mismos estados de ánimo que experimentamos nosotros.

Aquí le vemos llorar por Jerusalén, la ciudad del pueblo elegido, con quien Dios estableció su Alianza. Desde hacía siglos había escogido a Abrahán y a sus descendientes, confió a Moisés la misión de sacar al pueblo de la esclavitud, le dio un Decálogo, le guió con amor, le envió profetas y le preparó para la venida de su Hijo. ¡Cuánto esperaba Dios de ese pueblo! Sin embargo, vino Jesús a este mundo “y los suyos no le recibieron”.

La historia de Israel puede ser muy bien nuestra historia. El Señor pensó en cada uno de nosotros y nos dio la vida a través de nuestros padres. Luego nos hizo sus hijos adoptivos en el Bautismo. Y no ha cesado de derramar gracias para que seamos santos… Sin embargo, somos como la Jerusalén por la que Jesús lloró: fríos, insensibles a todos estos dones. ¿Cuántas veces meditamos en el sacrificio que hizo Jesús en la cruz por nuestros pecados (los de cada uno)?

Hoy intentaremos no ser el motivo de las lágrimas de Jesús. Vamos a acogerle y a poner en práctica su mandato -el de la caridad con todos-, pidiéndole que perdone nuestras infidelidades y nos dé a conocer “su mensaje de paz”.

Miércoles de la XXXIII Semana Ordinaria

2Mac. 7, 1. 20-31.

El Señor me lo dio; el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea Dios!, pues si para el Señor vivimos, también para Él morimos, pues ya sea por nuestra vida, ya sea por nuestra muerte, el Señor será siempre glorificado en nosotros. Él nos creó; y Él nos llama a la vida eterna.

Seamos fieles al Señor; no juguemos entre el bien y el mal; no queramos hacer convivir en nosotros a Dios y al Demonio. Si somos del Señor, vivamos para Él.

Reafirmemos nuestra fe en que la muerte no tiene la última palabra, sino la vida; pues si Dios tiene el poder para llamar de la nada a todo lo que existe, tiene también poder para resucitar, para la vida eterna junto a Él, a quienes le vivamos fieles.

No causemos mal a nadie; no los persigamos, no les hagamos la guerra, no los asesinemos si no queremos, al final enfrentar el juicio de Dios, como hoy nos lo hace saber la Palabra de Dios por medio del hijo menor de aquella mujer que vio morir a sus siete hijos en un sólo día, por ser fieles a la Ley Santa de Dios.

Lc 19,11-28

Es más cómodo no hacer nada y luego buscar una buena excusa de porque no hemos hecho nada. Sin embargo para Jesús esto no funciona. Nos ha dado a cada uno ciertas capacidades para la construcción del Reino (especialmente la gracia, que es a lo que parece referirse aquí Jesús) y debemos ponerlas a trabajar.  Esto puede no ser muy sencillo, incluso puede involucrar riesgos… sin embargo hay que correrlos. Yo estoy seguro que si el último siervo le hubiera dicho: «señor, puse a trabajar tu dinero, pero me fue mal y no solo lo perdí sino que ahora debes…» El Señor lo hubiera amado, y hubiera cubierto hasta la deuda.

Las manos se nos dieron para trabajar, para abrazar, para orar; no para tenerlas metidas en los bolsillos. Hombre, sé hombre de verdad. La inteligencia se nos dio para dejarnos sorprender por la verdad de las cosas; para conocerlas ordenadamente en su belleza propia y en su vinculación con el manantial de todo ser y vida, que es Dios; no para destruir la vida con malévolo ingenio. Hombre, no te empobrezcas solo. La voluntad se nos dio para que actuáramos con libertad responsable, apeteciendo el bien, no siendo esclavos de pasiones. Libre, de tus errores.

La memoria se nos dio para que recordáramos con gratitud la mano creadora, el deber a cumplir, la caridad a llenar, el hambre a saciar… ¡Hombre!, que al final de tus días tengas tus manos, tu corazón y tu mente llenos de vida, amor, verdad  y paz. No dudemos en poner a trabajar nuestras capacidades para construir un Reino en donde haya más paz, más justicia y más amor. Dios está con nosotros para hacer la parte difícil. ¡Animo!

Martes de la XXXIII Semana Ordinaria

2 Mac 6, 18-31

Uno de los valores más altos que se pueden encontrar en una persona es la fidelidad, y la lectura de hoy nos hacer referencia precisamente a éste. En un mundo arrastrado por el consumismo, la fidelidad va perdiendo significado, cuando por medio de los medios de comunicación nos van convenciendo que los nuevos productos son mejores que los que nosotros usamos. De manera que es fácil cambiar de uno a otro, simplemente por comodidad o por ir con «la moda».

Esto desafortunadamente pasa también en el ámbito moral. Esta es quizás una de las razones de tantos divorcios. Es triste que muchas parejas cambian su manera de pensar, no por lo que podríamos llamar incompatibilidad o por situaciones de tipo psicológico, sino simplemente por cambiar a una «nueva cosa», más joven, más atractiva, más… Olvidándose con facilidad la promesa de fidelidad dada el uno al otro y teniendo como testigo a Dios mismo.

Pasa también en nuestra vida, espiritual en la cual vamos buscando una religión más cómoda y vamos así dejando la radicalidad del Evangelio, para de acuerdo a la moda, presentarnos como «creyentes» modernos. El ejemplo de Eleazar nos invita a reconsiderar nuestra fidelidad a nuestros compromisos de estado, pero sobre todos nuestros compromisos bautismales. Tómate un poco de tiempo hoy para revisar si tu fidelidad a Dios y a tus principios es tal que estarías incluso dispuesto a dar la vida por ellos.

Lucas 19, 1-10

La escena que el Evangelio nos presenta es una evocación del misterio que ha cambiado nuestras vidas: la Encarnación. Dios que quiso venir a visitar la casa de los hombres, el mundo que Él mismo creó. Le necesitábamos, y no dudó en venir para traernos la salvación.

La historia de Zaqueo se sigue repitiendo cada día. Es nuestra misma historia. Somos hombres que buscamos a Dios porque somos débiles. Una multitud que quiere ver a Cristo de cerca en su vida y alberga ese profundo deseo en el corazón. Personas que, a pesar de nuestra baja estatura en el espíritu, nos atrevemos a subir a un árbol, porque a toda costa queremos encontrarnos con Él.

Y Cristo no se hace del rogar. Sale al encuentro, pasa por el camino, fija su honda mirada en nuestros ojos, que brillan de ilusión. Y nos dice: “Hoy quiero quedarme en tu casa”. ¡Y nuestra alma se inunda de gozo! Porque hemos encontrado lo que buscábamos, la fuerza para nuestra debilidad, la paz y la felicidad para nuestras vidas.

Zaqueo dio a los pobres la mitad de sus bienes. Nosotros, que también buscamos con anhelo a Cristo, saldremos transformados de ese encuentro y le daremos la totalidad de nuestro ser.

No tengamos temor de amar a Dios. Zaqueo nos enseña que nuestro Dios es el Dios de la misericordia que nos invita a dejarlo entrar en nuestra casa. Abrámosle las puertas.

Lunes de la XXXIII Semana Ordinaria

1Mac 1,10-15.41-43.54-57.62-64

Quizás una de las cosas de las que nos tenemos que convencer los cristianos, es decir el Pueblo de Dios, es que nuestra vida en muchos sentidos irá en contra de la corriente del mundo.

Este pasaje del Antiguo Testamento nos muestra, que incluso para ellos esto no fue diferente. Su vida y sus costumbres, nunca fueron de acuerdo al mundo que no conocía a Dios. Esto lógicamente, como lo vemos en esta lectura, los llevó a tener serios problemas con quienes los gobernaban, llegando incluso a dar la misma vida con el fin de mantener la fidelidad a la Alianza.

En nuestro mundo moderno, es fácil que ocurran cosas semejantes, es fácil dejarse arrastrar por los criterios del mundo y dejar de lado el camino del Evangelio. Es triste encontrarnos en nuestros centros de trabajo, personas que se confiesan como cristianos, a quienes hemos visto el domingo en Misa, y que ahora con su manera de obrar, de pensar y de hablar, ocultan la realidad que han vivido. Con esto piensan que serán más aceptados por su medio, que quedarán bien con sus superiores, en fin, que como pensaban los Israelitas, les iría mejor.

La realidad será totalmente contraria. No es fácil ser buen cristiano, nunca lo hay sido. Tomemos la resolución, como lo hicieron algunos de los israelitas, de permanecer firmes y fieles a la vida evangélica. Y recordemos que Dios nunca nos presentará una prueba que sobrepase nuestras fuerzas.

Lc 18, 35-43

Este pasaje es muy rico en contenido y enseñanza sin embargo hoy quisiera solo destacar la actitud de los que iban o estaban siguiendo a Jesús, quienes reprendían al ciego para que se callara impidiendo con esto que se acercara a él. Y me preguntó, ¿cuántas veces nosotros en lugar de ayudar a los demás para que se acerquen a Jesús somos precisamente el obstáculo para ello?

Algunas veces nuestro testimonio, nuestra preferencia por las cosas del mundo, nuestra falta de compromiso cristiano, son elementos que pueden impedir que este mundo ciego se acerque a Jesús y recobre la vista.

Veamos en esta semana si nuestra vida está siendo una verdadera invitación para los demás a acercarse a Jesús.

Sábado de la XXXII Semana Ordinaria

Sab. 18, 14-15; 19, 6-9.

Aquella noche de la liberación del Pueblo Israelita de la mano de sus opresores, en que la Palabra se manifestó como salvación para ellos, cumpliendo el Decreto Divino de condenar a los Egipcios y salvar a los Hebreos, es sólo una figura de aquel otro momento en que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, manifestándose con todo su poder salvador para liberarnos de la esclavitud al pecado a que nos había sometido el Maligno, enemigo de Dios y de los hombres que están destinados a participar de la Vida Divina.

Por eso llenémonos de gozo en el Señor y demos brincos de alegría, dando gracias al Señor por haberse convertido en nuestra defensa y salvación. Ojalá y permitamos que nuestra vida esté siempre en sus manos.

Lucas 18, 1-8

Un mosquito en la noche es capaz de dejarnos sin dormir. Y eso que no hay comparación entre un hombre y un sancudo. Pero en esa batalla, el insecto tiene todas las de ganar. ¿Por qué? Porque, aunque es pequeño, revolotea una y otra vez sobre nuestra cabeza con su agudo y molesto silbido.

Si únicamente lo hiciera un momento no le daríamos importancia. Pero lo fastidioso es escucharle así durante horas. Entonces, encendemos la luz, nos levantamos y no descansamos hasta haber resuelto el problema.  Este ejemplo, y el del juez injusto, nos ilustran perfectamente cómo debe ser nuestra oración: insistente, perseverante, continua, hasta que Dios “se moleste” y nos atienda.

Es fácil rezar un día, hacer una petición cuando estamos fervorosos, pero mantener ese contacto espiritual diario cuesta más.

Nos cansamos, nos desanimamos, pensamos que lo que hacemos es inútil porque parece que Dios no nos está escuchando. Sin embargo lo hace. Y presta mucha atención, y nos toma en serio porque somos sus hijos. Pero quiere que le insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta.

Sólo si no nos rendimos nos atenderá y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo de nuestro corazón.

Viernes de la XXXII Semana Ordinaria

Sab. 13, 1-9

Siempre los hombres, los de todos los siglos, se hicieron la pregunta sobre Dios, ya que es ésta la cuestión más importante de la vida humana.

Pero las respuestas a esta cuestión no siempre, ni mucho menos, fueron satisfactorias. A menudo ha sido Dios la imagen reflectora de los deseos humanos; muchas veces las respuestas fueron simplemente el producto de reflexiones filosóficas.

En el siglo I antes de Cristo, el Libro de los Proverbios afirma: «Los hombres eran necios por naturaleza al faltarles el conocimiento de Dios, ya que no hallaban su existencia a través de las realidades visibles y no encontraban al artesano en la contemplación de sus obras».

La Biblia cree, que podemos reconocer a Dios por medio de nuestras capacidades humanas. Nosotros hemos experimentado que la creación nos abre muchas veces un camino hacia Dios y que nuestra perversidad y superficialidad estropean con frecuencia esa creación: a menudo prevalece por el mundo el desamor, la injusticia y el egoísmo.

Parece incomprensible que una persona contemple la maravilla del universo o la grandeza de un solo ser humano y que esté convencida de que en realidad todo ha sucedió sin la intervención de Dios.

Este pasaje es una clara invitación para redescubrir a Dios en todo lo creado.

En nuestro mundo siempre agitado es necesario de vez en cuando detener nuestra carrera y tomarnos unos momentos para contemplar la maravilla que Dios ha creado y en ella descubrir su presencia y su amor.

Cada una de las cosas que Dios creó, son una muestra de su infinito amor por ti.

Lc 17,26-37

En el final de este discurso sobre el fin del mundo, Jesús insiste en el hecho de que será algo inesperado, algo que sucederá de un momento a otro sin que nadie haya sido avisado.

Si esto será así, entonces porque vivir asustados con todos los vaticinios sobre este final.  Nosotros creemos que lo que Dios ha querido decir de manera universal para el hombre está contenido en la Revelación, y en ésta nos dice que nadie, ni siquiera el mismo Jesús en su humanidad, ha querido revelar cuando será.

Imaginemos por un momento que pasaría si efectivamente se supiera cuándo. Mucha gente, viviría una vida de libertinaje y solo se prepararía en la víspera, o al contrario viviría en un continuo pánico. De esta manera el Señor nos invita a vivir siempre preparados.

Quien ama a Jesús, vive siempre preparado, pues para él la vida es Cristo y la muerte una ganancia.