Viernes de la II Semana Ordinaria

1 Sam 24, 3-21

La tensión entre Saúl y David se va haciendo cada vez más grave, Saúl intenta varias veces matar a David; no valió la intercesión de Jonatán.  David tiene que huir y pronto se le reúnen en torno algunos familiares y gente descontenta y comienza una guerra de guerrillas, con momentos muy difíciles para David y su gente.

David hubiera podido matar a Saúl, él lo perseguía y quería su muerte.  En una época de violencias y de costumbres brutales contrasta la reacción de David, fruto no ciertamente de debilidad; la razón que da es: «Dios me libre de levantar la mano contra el rey, porque es el ungido del Señor».

Va apareciendo el mandato: «Sean misericordiosos como su Padre del cielo es  misericordioso».

Mc 3, 13-19

Hemos oído en el Evangelio algo importantísimo, la elección y constitución de «los doce».

«Llamó a los que quiso».  Dios es el que llama, ¿con qué criterio?  Desde luego ninguno humano.  Recordemos que entre los «escogidos» está el que será el traidor.  Al llamado libre de Dios siempre debe corresponder la repuesta libre del hombre.

Oímos una frase que es todo un programa: «Los llamó para que estuvieran con El, para mandarlos a predicar y a lanzar los demonios».

Nosotros también hemos sido llamados; la vocación cristiana, en su multiplicidad de expresiones, es un reclamo a una respuesta generosa y sostenida.

Llamados a vivir con Él.  Somos llamados a comunicar su vida, y a hacerlo en la doble vertiente ya advertida otras veces: el testimonio de la palabra y el de la acción.

Nosotros hemos sido llamados a la misa y hemos respondido a su llamada; por eso estamos aquí.

Aquí recibimos su vida por su Palabra y su Sacramento.

De aquí tenemos que salir a expandir el Evangelio, la Buena Nueva del Reino.