Sábado de la XIV Semana del Tiempo Ordinario

Gén 49, 29-33; 50, 15-24; Mt 10, 24-33

La magnífica historia de José termina con un final feliz.  Jacob y su familia fueron liberados de la inanición por medio de la intervención de José.  Antes de morir, Jacob experimenta la felicidad de ver a su hijo José, quien -él pensaba- había muerto hacía mucho tiempo.  José es feliz porque vuelve a ver a su familia.  Pero flotaba en el ambiente un fundado temor.  Los hermanos de José, después de muerto Jacob, padre de todos ellos, empiezan a temer que José se vengue de ellos por lo que le habían hecho.  Pensaban y se decían: «A ver si José no nos guarda rencor y no nos hace pagar el daño que le hicimos».

Pero ellos no conocían a fondo a su hermano José y por eso estaban temerosos.  Lo juzgaban según el criterio de ellos y pensaban que si ellos estuvieran en su lugar, se vengarían.  Pero José era verdaderamente un varón de Dios y un reflejo de su bondad.

A veces nosotros juzgamos a Dios de acuerdo con nuestros criterios.  Nos cuesta mucho trabajo perdonar las ofensas y por eso no nos admiraríamos de que José se hubiera vengado de sus hermanos.  Pero Dios es diferente.  No es como los hombres.  Jesús nos dice en el Evangelio que temamos a Dios, no a los hombres, porque sólo Él puede arrojar nuestra alma y nuestro cuerpo en el lugar de castigo.  Pero debemos advertir que las palabras de Jesús no terminan aquí.  Parece tener prisa por decirnos y asegurarnos que Dios no quiere hacernos daño.  Dice: «En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados.  Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo».  ¡Hermosa forma de recalcar todo lo que nosotros valemos ante Dios y de que Él quiere únicamente lo mejor para nosotros!

José no les guardó rencor a sus hermanos.  Tampoco Dios lo hace con nosotros, que somos sus hijos.

Viernes de la XIV Semana del Tiempo Ordinario

Mt 10,16-23

A muchos les parece difícil de entender este pasaje. Apenas acaba Jesús de decirles a sus discípulos que su principal tarea y misión será anunciar la cercanía del Reino y restaurar a todos los que están agobiados por la pena, y ya les está previniendo porque encontrarán adversidades. Uno se imaginaría que si solamente buscamos hacer el bien, encontraremos siempre gratitudes y alabanzas. Pero con Jesús no fue así y con quien se precie de ser su discípulo tampoco será así.

Construir el Reino exige ir a contra corriente en un mundo soberbio que desintegra, que manipula y que divide. Cuando se proclama la verdad, cuando se lucha por la dignidad de la persona y de todas las personas, cuando se busca la justicia, siempre se encontrará oposición y persecución.

Jesús previene a sus discípulos y les pide la sabiduría y la honestidad. Lo hace con dos imágenes que el campo ofrece a aquellos hombres acostumbrados a mirarlas cada día: la serpiente y la paloma, sirven para dibujar el nuevo corazón del discípulo. Nunca se podrá caminar con un corazón hipócrita o dividido, nunca se construirá el Reino con ambigüedades, nunca se puede amar a Dios y al mundo al mismo tiempo, por eso pone a la paloma como modelo de sencillez y lealtad. Pero al mismo tiempo ser discípulo exige inteligencia, entrega plena, sagacidad y tenacidad.

No debemos nunca confundir la sencillez con la indiferencia o la apatía. No podemos convertir la paz en la complicidad. No es lícito quedarse de brazos cruzados ante las injusticias. El discípulo tendrá que esforzarse al máximo para proclamar la cercanía del Reino y afrontar las consecuencias de su anuncio. Pero también Jesús nos llena de esperanza porque nos asegura la presencia del Espíritu para fortalecernos e iluminarnos en la adversidad y en el juicio.

El discípulo debe ser la persona más activa, más dinámica y emprendedora por la importancia del mensaje, pero al mismo tiempo debe poner toda su esperanza y su seguridad en la fuerza que otorga el Espíritu. Así no tendremos ni dobleces ni indiferencias, sino la fuerza del Evangelio.

Jueves de la XIV Semana del Tiempo Ordinario

Mt 10,7-15

Instrucciones muy claras y concretas las que les da Jesús a sus discípulos. A ellos que lo han seguido de cerca, ahora les dice explícitamente que tienen que hacer y decir lo mismo que Él ha hecho y lo mismo que Él ha dicho: proclamar la cercanía del Reino de los cielos y manifestar con sus obras que ya se hace presente.

Es curioso que nunca da una definición del Reino de los cielos, pero siempre lo pone en conexión con la restauración de los que están padeciendo.…

Los leprosos que eran expulsados de la comunidad, los enfermos que eran considerados como impuros, los muertos cuyo final se consideraba una desgracia… todos tienen oportunidad de una nueva vida. Restaurar a cada persona que está fracturada, lastimada o despreciada y hacerla sentir como verdadero hijo de Dios.

Las oposiciones al Reino serán siempre las mismas: el demonio que esclaviza y sojuzga a las personas. Hay que expulsar estos demonios. Una característica del discípulo será la alegría de dar, de dar prontamente, de dar gratuitamente.

Siempre habrá duda de quien se presta para hacer de la religión un negocio y del acercamiento al Señor una ganancia material.

La fuerza del Reino está en la gratuidad tanto del don recibido como del don que se ofrece. Todo es regalo y todo es gratuidad. Por eso no es extraño que les pida completa libertad para poder andar el camino: sin estorbos físicos, sin apegos materiales, sin dinero, sin ambiciones de gloria.

No era fácil para aquellos discípulos y ciertamente tampoco es fácil para nosotros. Estamos tan acostumbrados a comprar y vender que quisiéramos también comprar el Reino, pero un reino que se vende, deja de ser el de Jesús.

A cambio de ofrecer y recibir este Reino, Jesús promete la paz. Todo lo contrario para quien lo rechaza: no encontrará paz, pues el dinero y la ambición nunca lograrán proporcionar la verdadera paz.

¿Qué piensas de estas exigencias de Jesús? ¿Cómo podemos hacerlas realidad en nuestros días?

Miércoles de la XIV Semana del Tiempo Ordinario

Mt 10,1-7


¿Cuál es la tarea de un discípulo de Jesús? ¿Cómo podremos hoy nosotros decir que somos discípulos de Jesús? Serían las preguntas que deberíamos hacernos y de su respuesta dependerá nuestra forma de actuar.

El pasaje de este día es como una respuesta a las inquietudes que ya el día de ayer se suscitaban: hay pocos trabajadores y la mies es mucha. Jesús llama a “unos trabajadores” y les da la misma misión que Él tenía.

Si ayer encontrábamos a Jesús expulsando demonios, ahora encontramos que a los que ha llamado también tienen el poder de expulsar demonios; si el Maestro pasaba curando de toda enfermedad y dolencia, ahora también los discípulos tendrán esa misma tarea.

Este capítulo de San Mateo es considerado el Discurso Misionero porque va dando poco a poco instrucciones a sus discípulos sobre la forma que quiere construir su Reino. El llamado es personal, pero tiene un sentido comunitario. El poder que otorga no tiene como beneficiario al propio discípulo, es para expulsar los espíritus impuros, y entendamos que espíritus impuros serían toda la serie de enfermedades que afectaban a las personas de aquella generación.

Su misión, en una palabra, era dar vida de la misma forma que la daba Jesús.

Encontramos los nombres de los Doce y el señalamiento de alguna particularidad de algunos de ellos. Es que Jesús tiene muy en cuenta a la persona, no actúa en el anonimato, sino que es respetuoso de la dignidad de cada uno. Es la pequeña comunidad con la que tendrá más cercanía pero que es señal del Reino que será universal y para todas las naciones.

Hoy sigue llamando el Señor Jesús, pronuncia nuestro nombre y nos invita a dar vida en los diferentes espacios donde nos encontramos. Hoy nos lanza a buscar a todos los que sufren y son ignorados para darles a conocer la Buena Nueva de que son Hijos de Dios y que tienen un Padre que los ama.

Tendremos que desterrar y expulsar los malos espíritus que dañan y perjudican nuestras comunidades y nuestras familias, tendremos que dar vida, salud y plenitud, como lo hizo Jesús.

Martes de la XIV Semana del Tiempo Ordinario

Mt 9,32-38


¿Por qué una misma acción provoca reacciones tan diferentes? La multitud maravillada reconoce a Jesús, en cambio los fariseos lanzan la acusación buscando cubrirse las espaldas. Cuando no se tiene limpio el corazón, se mira con desconfianza a los demás. Cuando la luz resplandece, descubre la corrupción de los falsos. Quizás esto explique las consecuencias de este milagro de Jesús que le permite a un hombre expresar su palabra. Para unos es un prodigio para otros un peligro. ¿Sucede lo mismo en la actualidad? Cristo sigue actuando y dando palabra, pero parece que todavía hay quien quiere callar la verdad.

Este pequeño pasaje continúa con lo que es más importante para Jesús: acercarse a las personas, enseñar, anunciar Buena Nueva y curar de toda enfermedad y dolencia. Esto es lo más importante hoy para sus discípulos. Quizás a veces nos perdemos en cosas secundarias y no estamos atentos a llevar vida y Buena Nueva a todos los rincones.

Si miramos un poco en nuestro entorno descubriremos que hay muchas personas y muchos lugares que todavía no reciben buena nueva, baste señalar a los migrantes, a quienes viven en cinturones de miseria, a los pueblos en conflicto, a las personas discriminadas, a muchos jóvenes que no se les ha anunciado el Evangelio… Y no se trata de buscar adeptos, sino de llevar vida. Es la enseñanza de Jesús.

Hoy hay muchas personas que también, igual que Jesús, desde los rincones del mundo buscan dar vida, pero parecería que son muy pocos y que se tienen que enfrentar a un enorme dragón que busca otros caminos que nos conducen a la muerte. Y entonces se hacen muy actuales las palabras de Jesús: hacen falta trabajadores que se comprometan a buscar frutos de justicia, de verdad y de paz. Necesitamos unir fuerzas y descubrir entre los pequeños a estos sembradores de esperanza y cultivadores de paz y de vida. Jesús nos insiste en que roguemos al Padre y que busquemos hacer más compromiso por la vida.

Lunes de la XIV Semana del Tiempo Ordinario

Mt 9,18-26

 La carta a los Hebreos dice: «Jesucristo es el mismo de ayer, de hoy y por siempre». Sin embargo nuestro mundo tecnificado y lleno de agitación y de autosuficiencia nos ha llevado a crear una imagen reducida del Señor. El
evangelio de hoy, con dos pasajes en los cuales Jesús, por medio de dos grande milagros nos muestra no solo su poder sino su identidad como Hijo de Dios, como verdadero Dios, debía llevarnos de nuevo a reflexionar en la imagen que tenemos sobre él.

Muchas veces pensamos que trabajamos solos, que debemos resolver todos nuestros problemas solos, que debemos recurrir a Jesús solo cuando las cosas han llegado a tal grado que no podemos más (enfermedad, crisis económica, etc.). Sin embargo la verdad es que Jesús nos acompaña con su poder y su amor a lo largo de todo nuestro día. El es capaz de cambiar el rumbo de nuestra actividad y de toda nuestra vida… es Dios, es el Emmanuel, el «Dios con nosotros».

El elemento común en estos dos episodios es la fe: Tanto el Jefe de la Sinagoga como la mujer con el flujo de sangre, fueron capaces de reconocer en Jesús, al verdadero Dios, al Dios que cambia la historia y la lleva a la plenitud. Dejemos que Jesús tome el control de nuestra vida cotidiana; nos sorprenderemos de ver su poder obrando en nosotros todos los días.

Santo Tomás, Apóstol

Cuando imaginamos el grupo de los apóstoles y contemplamos a cada uno de ellos con su personalidad y con su muy diferente carácter, podemos imaginar lo humano que es Jesús para aceptar a cada uno como es y para hacerlo sentir especial y amado por él.

Hay algunos que destacan más a través de las narraciones de los Evangelios por muy diferentes aspectos. Tomás es uno de los más citados y conocidos sobre todo por San Juan que se empeña en presentarnos diferentes facetas de este discípulo tan especial, que se hace más cercano a cada uno de nosotros. 

Ya en el anuncio de la subida de Jesús a Jerusalén expresaba sus temores, pero a pesar de ello está dispuesto a seguirlo y dice con cierta ironía: “Vayamos pues y muramos con él”(Jn 11,16).

Cuando Jesús en la última cena abre el corazón a sus discípulos y les anuncia su partida, es Tomás quien reclama que no entiende ni a dónde va, mucho menos va a saber el camino (Jn 14, 1-6). Éste es Tomás, un poco sarcástico y siempre muy humano.

El pasaje que hoy hemos leído y que con frecuencia citamos cuando dudamos de algo: “Yo como Santo Tomás, hasta no ver no creer”, nos ayuda a captar de un modo más cercano todo lo que debió ser para aquellos asustados discípulos, la resurrección del Señor.

El camino de Tomás es el largo itinerario que va desde la humana desconfianza, hasta la plena confesión del arrodillado que humildemente exclama: “¡Señor mío y Dios mío!”.  Ese es nuestro mismo camino, desde la humanidad, desde lo cotidiano, desde lo muy concreto, descubrir la presencia de Jesús en medio de nosotros.

Ese Jesús capaz de recordarnos que Él es el camino, la verdad y la vida. Ese Jesús que es cierto que habla de la cruz, pero como un camino de salvación. Ese Jesús que es capaz de invitarnos a tocar sus llagas, a mirar sus heridas, para descubrir la verdad de su misión.

Hoy junto con Tomás también nosotros tengamos un encuentro con Jesús. Mostrémonos tan humanos como somos, pero dejémonos conducir por su camino para que también nosotros lo descubramos como nuestro Dios y nuestro Señor.

Viernes de XIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 9, 9-13

La vida está llena de decisiones. Desde elegir la camisa que uno se pone por la mañana a elegir la licenciatura que uno quiere estudiar. Hay elecciones fáciles y otras difíciles, pero siempre hay que pensarlas bien, porque elegir es renunciar (… a aquello que no se escoge).

Elegir no es sólo costoso porque hay que renunciar a algo. Es sobre todo difícil porque una opción (sobre todo si esta tiene cierta trascendencia en la vida) supone el tener unos criterios, unos principios, unos valores de vida profundos, claros y bien asentados. Y es que vivimos en un mundo en el que parece que las cosas importantes se han vuelto relativas. Cuando todo es relativo, ¿dónde está el punto de referencia?

El evangelio de hoy nos presenta la figura de Mateo apóstol, que era cobrador de impuestos. Él tenía su trabajo y su vida, pero también conocía a Cristo. Sabía que Él es el Mesías y el Hijo de Dios. Para Mateo Cristo y su voluntad eran un valor claro y profundo para tomar decisiones en su vida, su principal punto de referencia. Por eso no necesitó grandes discursos ni jornadas de reflexión para decidir qué respuesta dar cuando Cristo le llamó: “Él se levantó y le siguió”.

¿Sobre qué estamos construyendo nuestra vida? ¿Cuáles son los pilares que nos sostienen? Los cristianos lo tenemos muy fácil. Porque los que nos llamamos cristianos, lo que tratamos de hacer es parecernos a Cristo. Y parecernos a Cristo supone amar como Él, perdonar como Cristo, entregarse como Él. Cuando Cristo es el punto de referencia para nuestras decisiones, no resulta difícil saber qué es lo que hay que elegir y a qué podemos renunciar sin que nos cueste demasiado y vivir satisfechos y felices de nuestras resoluciones.

Jueves de la XIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 9,1-8


Señor Jesús, hoy hemos escuchado tu admirable poder y nos quedamos sorprendidos de tu forma de actuar. Eres maravilloso y te diriges a lo profundo del corazón. Nosotros también hoy estamos paralíticos y no podemos actuar. Nos han paralizado el miedo, la comodidad y el egoísmo. Las situaciones cada día son más graves y nuestra forma de responder es cada día más inoperante.

Estamos paralíticos, pero buscamos las soluciones solamente en el exterior. Como si el cuerpo entero de la sociedad se pudiera sostener por las apariencias y las normas externas.

Queremos la salud de nuestra patria y estamos dispuestos a pequeños sacrificios, pero no estamos dispuestos a cambiar realmente de opciones, de actitud y de valores. Quisiéramos que nos sanaras con tan sólo presentarte una oración y una súplica por este enfermo que yace paralítico. Y hoy, igual que en aquel tiempo, tu palabra va dirigida primero a lo más importante: “Ten confianza, hijo. Se te perdonan tus pecados”.

Sí, despertar nuevamente la confianza y la esperanza, que no hay peor pecado que el pesimismo y la derrota. Tus palabras son para alentar nuevas esperanzas y a tener confianza en que tú caminas a nuestro lado.

Dulce palabra la que diriges al paralítico de hoy: “Hijo”. Y después nos haces ver que estás dispuesto a reconstruir desde la raíz al hombre.

Hay que quitar el pecado del corazón. El pecado paraliza al hombre. El verdadero pecado lo vuelve ambicioso, egoísta, cruel y sanguinario. El pecado pudre las sociedades y desbarata la fraternidad. Por eso antes que nada tenemos que reconstruir al hombre desde el interior y sólo tú puedes hacerlo. Pero tú siempre nos amas y siempre estás dispuesto a iniciar el proceso de reconstrucción. Mira el corazón de cada uno de nosotros. Limpia nuestros pecados, purifica nuestras intenciones, fortalece nuestra voluntad e ilumina nuestra inteligencia. Sólo entonces podremos ponernos de pie y sostenernos en la lucha. Sólo entonces podremos volver a la casa paterna y compartir el amor de nuestro Padre con los hermanos.

No nos dejes caer en la falsedad de creer que se puede construir desde el exterior. Sólo tú puedes perdonar los pecados.  Señor, Jesús, sana a este pueblo que se encuentra paralítico y sin esperanza. Renueva el ánimo y el deseo de levantarse y de volver a casa, a la casa del Padre.

Miércoles de la XIII Semana del Tiempo Ordinario

Mt 8,28-34

Esta historia del Evangelio nos parecería estar lejana a nuestra realidad, sin embargo la verdad es que se repite frecuentemente hoy en nuestra sociedad dominada por el materialismo. Jesús sana y libera a dos hombres, dos seres humanos que sufrían a causa de unos demonios. Al hacerlo los demonios destruyen toda una piara de cerdos. Los habitantes en lugar de agradecer el haber liberado y sanado a dos hermanos, a dos seres humanos que sufrían, se preocupan más por la pérdida material de una piara de cerdos.

Vale más la piara de cerdos que la salud y bienestar de dos seres humanos. Como consecuencia, la comunidad rechaza a Jesús. Como vemos la historia se repite una y otra vez. Hoy es más importante la cantidad de producción y la eficiencia que la vida familiar, social y económica de los trabajadores; son más importantes nuestras pertenencias, que el bien social de la comunidad; es más importante el trabajo y el bienestar  económico, que la vida familiar y la atención a los hijos…

Preferimos lo material a lo espiritual. Y cuando Jesús, a través de la Escritura o de la Iglesia nos advierte de esto, o busca ayudarnos a liberarnos de estas esclavitudes… la respuesta es: «Que tiene la Iglesia (o el mismo Jesús) que decirme sobre qué es más importante, que tiene que hacer en mis negocios, en mi medio social, en mi vida». No dejemos que nos domine lo material. Dios nos ha regalado todas las cosas materiales las cuales son buenas y son para nuestro bienestar, pero jamás deberán estar por encima de los valores como son: la vida humana, la vida familiar, y la protección del medio ambiente. Nada vale una piara de cerdos comparada con la alegría que produce el ver a un hermano sano y feliz.