Gén 49, 29-33; 50, 15-24; Mt 10, 24-33
La magnífica historia de José termina con un final feliz. Jacob y su familia fueron liberados de la inanición por medio de la intervención de José. Antes de morir, Jacob experimenta la felicidad de ver a su hijo José, quien -él pensaba- había muerto hacía mucho tiempo. José es feliz porque vuelve a ver a su familia. Pero flotaba en el ambiente un fundado temor. Los hermanos de José, después de muerto Jacob, padre de todos ellos, empiezan a temer que José se vengue de ellos por lo que le habían hecho. Pensaban y se decían: «A ver si José no nos guarda rencor y no nos hace pagar el daño que le hicimos».
Pero ellos no conocían a fondo a su hermano José y por eso estaban temerosos. Lo juzgaban según el criterio de ellos y pensaban que si ellos estuvieran en su lugar, se vengarían. Pero José era verdaderamente un varón de Dios y un reflejo de su bondad.
A veces nosotros juzgamos a Dios de acuerdo con nuestros criterios. Nos cuesta mucho trabajo perdonar las ofensas y por eso no nos admiraríamos de que José se hubiera vengado de sus hermanos. Pero Dios es diferente. No es como los hombres. Jesús nos dice en el Evangelio que temamos a Dios, no a los hombres, porque sólo Él puede arrojar nuestra alma y nuestro cuerpo en el lugar de castigo. Pero debemos advertir que las palabras de Jesús no terminan aquí. Parece tener prisa por decirnos y asegurarnos que Dios no quiere hacernos daño. Dice: «En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. Por lo tanto, no tengan miedo, porque ustedes valen mucho más que todos los pájaros del mundo». ¡Hermosa forma de recalcar todo lo que nosotros valemos ante Dios y de que Él quiere únicamente lo mejor para nosotros!
José no les guardó rencor a sus hermanos. Tampoco Dios lo hace con nosotros, que somos sus hijos.