Martes de la XIX Semana del Tiempo Ordinario

Mt 18,1-5.10.12-14

Dos grandes enseñanzas nos vienen de este pasaje de la Escritura. El primero nos ayuda a entender que la grandeza del hombre, contrariamente a lo que el mundo nos diría, no está en ser el más importante (de la oficina, de la escuela, de la ciudad… del mundo), sino en el vivir con sencillez la vida, como lo hace un niño.

El niño no se afana por estas ideas de nosotros los adultos. Su mundo infantil está lleno de pequeñas cosas, de sencillez, de mansedumbre y de inocencia.

El segundo, y que quizás hoy tiene una importancia capital, es el cuidado que debemos tener con los niños, sobre todo en su formación. Nuestros niños crecen hoy expuestos a muchos y graves peligros en su formación.

Los niños – en su sencillez interior – llevan consigo, además, la capacidad de recibir y dar ternura. Ternura es tener un corazón de carne y no de piedra, como dice la Biblia (cf. Ez36, 26).

La ternura es también poesía: es sentir las cosas y los acontecimientos, no tratarlos como meros objetos, sólo para usarlos, porque sirven…

Los niños tienen la capacidad de sonreír y de llorar. Algunos, cuando los tomo para abrazarlos, sonríen; otros me ven vestido de blanco y creen que soy el médico y que vengo a vacunarlos, y lloran… pero espontáneamente. Los niños son así: sonríen y lloran, dos cosas que en nosotros, los grandes, a menudo «se bloquean», ya no somos capaces…

Muchas veces nuestra sonrisa se convierte en una sonrisa de cartón, algo sin vida, una sonrisa que no es alegre, incluso una sonrisa artificial, de payaso. Los niños sonríen espontáneamente y lloran espontáneamente. Depende siempre del corazón, y con frecuencia nuestro corazón se bloquea y pierde esta capacidad de sonreír, de llorar.

Entonces, los niños pueden enseñarnos de nuevo a sonreír y a llorar. Pero, nosotros mismos, tenemos que preguntarnos: ¿sonrío espontáneamente, con naturalidad, con amor, o mi sonrisa es artificial? ¿Todavía lloro o he perdido la capacidad de llorar? Dos preguntas muy humanas que nos enseñan los niños.

Por todos estos motivos Jesús invita a sus discípulos a hacerse como niños, porque de los que son como ellos es el reino de Dios.

Los niños traen vida, alegría, esperanza, incluso complicaciones. Pero la vida es así. Ciertamente causan también preocupaciones y a veces muchos problemas; pero es mejor una sociedad con estas preocupaciones y estos problemas, que una sociedad triste y gris porque se quedó sin niños.

Y cuando vemos que el número de nacimientos de una sociedad llega apenas al uno por ciento, podemos decir que esta sociedad es triste, es gris, porque se ha quedado sin niños.

Es necesario que tomemos con seriedad lo que hoy nos dice Jesús: “El Padre no quiere que ninguno de estos niños se pierda”. La pregunta que surge es, y tú ¿qué vas a hacer?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *