Viernes después de ceniza

Mt 9,14-15


Este tiempo de cuaresma, muchas personas acostumbran a hacer ayuno y abstinencia recordando el ayuno que Jesús hizo durante 40 días en medio del desierto.  Es una sana costumbre el ayuno, para otros ya no tiene sentido el ayuno ni la oración, ni el sacrificio.

El texto de san Mateo, parecería darles la razón a estos que piensan que ya no tiene sentido ayunar, al constatar que los discípulos no ayunan y que Jesús los defiende ante los discípulos de Juan y los fariseos.

Jesús, nunca negó la validez del ayuno y la oración, es más Él mismo hizo grandes periodos de ayuno y muchos momentos de oración.  Contra lo que habla Jesús es de un falso ayuno que no está acorde con un arrepentimiento y conversión del corazón. 

Jesús sigue la misma línea de los profetas, en especial del texto que hemos leído hoy como primera lectura.  Isaías nos transmite cuál es el ayuno que quiere el Señor: “que rompan las cadenas injustas y levantes los yugos opresores, que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos, que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al sin techo, que vistas al desnudo y no des la espalda a tu prójimo”

El sentido del ayuno y la penitencia es compartir con el hermano.  Si hoy no comemos carne, pero nos hartamos de manjares más costosos y más sabrosos que los que comemos ordinariamente, no tiene ningún sentido el ayuno.  El sentido es privarnos de algo para compartirlo con el hermano que está necesitado.

El ayuno y llevar una vida mortificada y moderada, tiene ahora mucho más sentido que nunca, pues nos hemos acostumbrado a buscar una vida cómoda, sin compromisos y sin dificultades.

El fuerte reclamo que hacen los profetas debe resonar también en nuestros días, pues también para nosotros son aquellas duras palabras: “es que el día que vosotros ayunáis, encontráis la forma de hacer negocios dudosos y oprimir a los trabajadores.  Es que ayuna para luego pelearse y discutir; para dar golpes sin piedad.

Que hoy ayunemos para mortificar nuestro cuerpo, pero también abramos nuestro corazón al prójimo necesitado, al oprimido, pues en cada pequeño está el mismo Jesús.

Que ayunemos hoy de la soberbia, de la mentira, de placeres, de críticas y que podamos con entusiasmo dedicarnos a construir el Reino de Dios, a descubrir al hermano y a ayudar a mi prójimo.

En esta Cuaresma, busquemos ayunar de las cosas que le quitan espacio a Dios en nuestra vida para que al llegar a la Pascua estemos totalmente llenos de Dios.

Jueves después de Ceniza

Lucas 9, 22-25

Nuestra vida tiene muchos momentos de elección que nos producen crisis, dudas y tensiones.  Cada elección optamos por un bien, pero dejamos también alguna otra cosa que queremos también tener.  A veces pasamos demasiado tiempo sin decidirnos y acabamos por perder las opciones.  Nos quedamos con las manos vacías por querer atrapar las dos cosas.  En cambio, otras veces elegimos un bien pero quedamos suspirando por el que hemos abandonado.  Pero también hay quien juega a dos fuegos y quisiera estar en ambos lados.

La primera lectura de este día nos coloca en el ambiente de cuaresma para revisar cuáles han sido nuestras elecciones, qué preferimos en realidad y cuál es el camino que vamos haciendo.

Dice el Señor: “hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… bendición o maldición”

Nosotros quisiéramos escoger el camino fácil y tener vida o bien escoger el camino de la vida y entregarnos a los placeres que nos llevan a la muerte.  Somos como una contradicción.  Decimos tender hacia una meta y caminamos hacia la otra.  No somos firmes en nuestros propósitos.

Cristo nos presenta todavía de una manera más clara y decisiva: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga”.  Nosotros amamos a Cristo y quisiéramos seguirlo, pero al mismo tiempo quisiéramos seguir los proyectos y las tentaciones que el mundo nos ofrece.  Nos atraen las enseñanzas de Jesús, pero también quisiéramos seguir los caminos de nuestros propios instintos.

La Cuaresma es tiempo de definición, de desierto, de prueba.  Necesitamos revisar si nuestras elecciones son bien definidas y se respaldan después por nuestras acciones.

Hoy Jesús nos invita a tener una vida libre, pero nos exige libertad de corazón, porque “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo o se destruye?”

De nuestras elecciones dependerá si somos libres o somos o somos esclavos, si tenemos vida o tenemos muerte.

Por eso hoy pidámosle al Señor que podamos encontrar la paz, que escojamos la vida, que nuestras decisiones sean firmes en búsqueda de una vida verdadera.

Miércoles de Ceniza

La cuaresma, que hoy empieza, es un tiempo de preparación para la conmemoración anual del Misterio Pascual, la Pascua de Cristo, en la que celebramos su victoria sobre el pecado y la muerte.

El profeta Joel, de quien hemos proclamado hoy la 1ª lectura nos recomienda: convertíos al Señor”.  San Pablo nos hablaba en la 2ª lectura de “reconciliación”, es decir, de reunión.  Al separarnos de Dios y de nuestros hermanos por el pecado esta unión se debilita.  Pero es necesario restaurar la unión, mejorar, cambiar, reconsiderar nuestro punto de vista, emprender un camino nuevo.

El evangelio de san Mateo nos hablaba de tres cosas importantes para vivir la Cuaresma: limosna, oración y ayuno.

La limosna hay que entenderla no sólo como la monedita que se da de vez en cuando a una persona que la solicita, sino dar también de nuestro tiempo, darnos cuenta que nuestra vida no se halla aislada sino rodeada de otras vidas, de otras personas. Convivo con mi familia, con mis amigos y amigas, con mis compañeros y compañeras de trabajo, de grupo, con mis vecinos y vecinas.

A veces, paso muy cerca de esa gente pero quizá no me encuentro con sus personas. Son acaso números pero no rostros concretos con sus nombres, con sus problemas, sentimientos y circunstancias. Mi vida se puede inclinar más hacia el egoísmo o hacia el servicio. Podemos preguntarnos si emplearnos nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestros bienes a favor de los otros. ¿Qué significan los demás en mi vida? ¿Comparto realmente mi vida con los demás?

La oración se refiere a nuestro trato con Dios, a ser conscientes de su amor de Padre, de su presencia en nosotros. Dios no es una palabra sin más. Tomarse en serio a Dios es reorganizar nuestra vida del todo. Dios llega a la raíz, casi hasta los huesos. Si fuésemos honestos con Dios de verdad, nuestra vida habría de cambiar radicalmente.

Nuestra oración, nuestro contacto con Él trata de caer en la cuenta de mi relación con Él y las consecuencias que se derivan de ello para mi vida. Podemos plantearnos con sinceridad qué tiempo dedicamos a encontrarnos con Dios y hasta qué punto tomamos en serio a Él y su mensaje.

La tercera práctica de la cuaresma es el ayuno.  El ayuno y la abstinencia como signo de austeridad.  Hemos de tener algún control en la comida y abstenernos de carne los viernes de cuaresma.  El ayuno y la abstinencia que Dios quiere es que no seamos esclavos del consumismo, ni de nada: que seamos solidarios y generosos; que prefiramos pasar nosotros necesidad antes que la pase el hermano.

El miércoles de ceniza con frecuencia lo hemos tomado solamente como el recuerdo de que somos mortales y que algún día nuestra vida terminara y deberemos entregar cuentas a Dios, poro hay mucho más: es recordar que somos polvo.  No un polvo cualquiera, somos polvo con un soplo divino y con un destino divino, pero polvo.

El gran error del hombre es llenarse de orgullo y vanidad, olvidarse de que depende de Dios y querer ser como Dios: poner sus leyes, ocupar su lugar, buscar su felicidad lejos de Dios, y el hombre sin Dios queda vacío.  Ése es el gran pecado y el peor error del hombre. Por eso la invitación de este día es “volverse a Dios”, “convertirse”, es decir, mirar el rumbo hacia donde nos estamos dirigiendo y corregir la dirección.

Por eso la ceniza no es sólo un signo externo ni un rito mágico, sino encierra este gesto de volver al amor de Dios.

Hoy debemos clamar misericordia porque realmente hemos pecado y nos hemos desviado. Hemos errado el camino y en lugar de poner a Dios en nuestro corazón, hemos puesto nuestras pasiones, nuestra ambición y nuestro egoísmo. Y entonces nos hemos quedado convertidos sólo en polvo.

Miércoles de Ceniza, día de conversión y volver al corazón de Dios. Día de ayuno y oración, día de silencio y respeto, día para vivir el amor de Dios.

Viernes de la VI semana del tiempo ordinario

Mc 8, 34-9,1

El verdadero discípulo de Jesús no es aquel que se conforma con escuchar sus palabras y contemplar sus milagros, sino el que va tras sus huellas cargando la propia cruz. Y para esto debemos dejar que Dios nos abra los ojos, para que podamos caminar a la luz de Aquel que nos devolvió la vista para encaminar nuestros pasos hacia la salvación eterna mediante la cruz diaria, llevada amorosamente. Hemos de ser conscientes de que nos encaminamos no hacia el calvario, sino hacia la Gloria, que tiene como paso obligatorio el calvario, que significa nuestro amor fiel a la voluntad del Padre, y nuestra entrega fiel y amorosa en favor de los demás, pues Dios sólo reconocerá como suyo el amor que se entrega y que no se oculta ante los miedos y cobardías, o que se oscurece por el egoísmo o por tener la mente embotada por las cosas pasajeras.

Por eso, por lo menos con una vida intachable, seamos fermento de santidad en el mundo, dando así razón de nuestra esperanza sin avergonzarnos de ser reconocidos como hijos de Dios.

Jueves de la VI semana del tiempo ordinario

Mc 8, 27-33

Jesús ha anunciado el Evangelio por muchas partes; ha realizado muchas señales milagrosas. Es tiempo de preguntar sobre lo que de Él han entendido sus apóstoles. ¿Quién dice la gente que soy yo? Tal vez esto es muy fácil de contestar, incluso de un modo teológicamente bien elaborado mediante el estudio, tal vez un poco arduo, sobre la materia. Pero viene una pregunta vital, que no puede contestarse sino también de un modo vital: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

Esta es una pregunta que no ha terminado de responderse suficientemente al paso de los siglos, pues no involucra una definición sobre Jesús, sino la experiencia personal que de Él tiene cada uno de nosotros. Pedro contesta que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Con esa respuesta se nos da una introducción de lo que, en adelante, Jesús revelará hasta que sea reconocido como tal en su resurrección; mientras, hay que guardar silencio para no querer interpretar esa respuesta conforme a las expectativas político-religiosas, que tenía el Pueblo sobre el Mesías que esperaban.

Y Jesús también da un adelanto de aquello mediante lo cual se manifestará como Mesías: su muerte en cruz y su gloriosa resurrección. Y Pedro, como representante del pensamiento del pueblo, querrá impedir el camino del Mesías, pero Jesús le dice: ponte detrás de mí; como diciéndole: sé testigo de mi amor y de mi entrega para que, una vez que entiendas y te conviertas, puedas confirmar a tus hermanos en la fe, una fe no inventada, sino vivida tras mis propias huellas.

Si en verdad queremos reinar junto con Cristo hagamos, también nosotros, nuestro su camino; entonces realmente Jesús significará no sólo mucho, sino todo en nuestra vida.

Miércoles de la VI semana del tiempo ordinario

Mc 8, 22-26

Un ciego, conocido como tal por todos los del pueblo, ha sido curado por Jesús. Y ahora debe guardar silencio acerca del regalo que ha recibido de Dios. Pero cuando se enciende una luz no es para ocultarla debajo de una olla de barro; ni se puede ocultar una ciudad construida sobre un monte.

Aquel hombre, al pasar por el pueblo caminando con seguridad, y sin ir tomado de la mando de alguien que le condujera, estará hablando, no con las palabras, sino con los hechos, de que ha sido curado, de que Dios ha sido misericordioso con él. Tal vez muchos ambientes hostiles a nuestra fe nos hagan imposible el poder hablar abiertamente del Evangelio.

En esas circunstancias nuestra vida intachable, nuestra firmeza para no ser comprados por gente deshonesta y malvada, nuestra lealtad a nuestros compromisos, nuestro amor solidario con los que nada tienen, nuestra entrega a favor del bien de todos se convertirá en el mejor testimonio del Evangelio, proclamado desde una vida que ha sido poseída por el Espíritu del Señor. Pidámosle al Señor que abra nuestros ojos al bien de tal forma que, libres de la oscuridad del pecado, seamos en adelante embajadores del Evangelio, mediante nuestras buenas obras y también mediante nuestras palabras y nuestra vida misma.

Martes de la VI semana del tiempo ordinario

Mc 8, 14-21

Hay palabras que son muy claras y sin embargo nosotros les damos una interpretación diversa a la que espera Jesús.

La levadura fermenta el pan, lo transforma, porque trabaja desde su interior.  Si los discípulos se dejan transformar y penetrar por la levadura de los fariseos, pronto tendrán las mismas actitudes.  Nosotros vivimos en el mundo, compartimos con el mundo, estamos rodeados de todas esas cosas que no tienen una verdadera espiritualidad, el riesgo es que las dejemos que actúen en nuestro interior y que empiecen a tomar el lugar de Jesús en nuestro corazón.

Cuantas veces les dijo Jesús a sus discípulos que vivieran en el mundo, pero que no fueran del mundo.  Igual nos podría decir hoy a nosotros: “no dejéis llenar vuestro corazón de las ambiciones y los criterios del mundo, porque el mundo es perverso y sus estructuras malévolas”

No es asumir actitudes condenatorias o fundamentalistas pensando que todos los demás son malos y solamente nosotros somos buenos. No. Es dejar llenar el corazón de la presencia de Jesús que con todos convive, que se abre a todos, pero que su corazón está siempre libre.

Hay quienes mirando que todo el mundo lo hace, argumentan que entonces estará bien: decir la mentira, someter a los pequeños, engañar en el negocio o convivir con la injusticia, confundir amor con pasión y sexualismo.  Pero Jesús nos enseña criterios muy diferentes: el amor con fundamento de todas nuestras acciones, la verdad como principio de nuestro actuar, el respeto y el servicio para todas las personas.

Los discípulos se quejaban de que no llevaban panes suficientes con ellos y no eran capaces de reconocer que en la misma barca iba Jesús, el verdadero Pan del Cielo.

Ir en la barca con Jesús no es tanto un viaje de placer, es el compromiso de remar incansablemente para que todos lleguen a la otra orilla a encontrarse con nuestro Dios y Padre. Pero no podemos ir con una religiosidad de menudencia; no podemos dar culto a Dios de un modo meramente externo, más para exhibirnos que para unirnos con el Señor; no podemos buscar a Jesús sólo por curiosidad, con tal inmadurez que por cualquier motivo nos faltara el carácter suficiente para defender la vida y los intereses de los demás.

Nosotros nos quejamos de nuestros vacíos y pretendemos llenarlos con migajas del mundo, mientras Jesús nos llena a plenitud y sacia todos nuestros deseos de felicidad.

Que hoy podamos descubrir en el fondo de nuestro corazón la presencia enriquecedora de Jesús.  Que Él nos de su luz, que nos de su Verdad y su Sabiduría

Viernes de la V semana del tiempo ordinario

Mc 7, 31-37

Este pasaje nos muestra de manera indirecta los dos elementos fundamentales de la construcción del Reino: oír y hablar.

¿Has experimentado algún día esa sensación de llegar hasta los extremos y querer taparte los oídos para no escuchar nada más?  ¿Te has sentido decepcionado y has prometido no abrir la boca pues todo parece inútil?

Es curioso que en la época de las grandes comunicaciones, de los medios extraordinarios para hablar, para escuchar y ver al otro, tengamos que admitir que nos estamos quedando sordos y mudos.

La soledad es una de las enfermedades más actuales, la incomunicación es uno de los problemas que más nos hacen sufrir.  Estamos sordos, mudos y lo más triste es que no percibimos estos problemas.  Entonces se agrava mucho más la enfermedad porque nos aspiramos a tener curación.

Hoy, tendríamos que acercarnos a Jesús y pedirle que meta sus dedos en lo profundo de nuestros oídos para que se abran y sean capaces de escuchar el grito doloroso de sus hermanos.  Que podamos percibir los silencios resentidos de nuestros familiares y las protestas angustiosas de nuestros cercanos.

Hemos perdido la capacidad de escuchar lo que sale del corazón del otro, preferimos estar atentos a las noticias intrascendentes, al estado del tiempo, a las novedades de la política o de los deportes, pero no tenemos tiempo de escucharnos en familia, de percibir los latidos del corazón adolorido de quien llega hasta nosotros del clamor de quienes viven en la miseria.

Por eso hay que pedirle a Jesús que meta su dedo profundo muy adentro de nuestros oídos para que se abran, para que se limpien, para que se purifiquen y sean capaces de escuchar la palabra de Jesús y las palabras de nuestros hermanos.

También tenemos necesidad de hablar, no de superficialidades, sino de lo que es verdaderamente importante.  Necesitamos proclamar la palabra de Jesús.  Es urgente que alcemos nuestra voz por los que están sufriendo.  Es necesario que nuestras palabras abran un diálogo con los cercanos, con los tímidos, con los que se esconden.

La saliva de Jesús es señal de su Espíritu y nosotros necesitamos el Espíritu del Señor para hablar, para romper hielos, para abrir caminos de reconciliación, para denunciar injusticias.

Que el Señor Jesús toque con su saliva nuestra lengua endurecida y encallecida por tanto silencio.  Que el Señor abra nuestros oídos, abra nuestra boca y abra sobre todo nuestro corazón para anunciar a nuestros compañeros y vecinos, la buena noticia del Evangelio.

Jueves de la V semana del tiempo ordinario

Mc 7, 24-30

Este es un pasaje que todavía, actualmente, nos produce muchos conflictos interiores, nos desconcierta el actuar de Jesús.  Por una parte se lanza abiertamente a nuevos horizontes y desafía a sus paisanos al ir más allá de las fronteras.  Se ha puesto en riesgo porque se encuentra en tierra de paganos, pero parecería que está como de incógnito y preferiría que nadie se dé cuenta.  Cuando es descubierto por una mujer sirofenicia, parece arrepentirse de haber ido más allá de las fronteras y pretende negarse a la curación de aquella niña.

Es una madre desesperada, y una madre que frente a la salud de su hijo, hace de todo. Jesús le explica que ha venido primero para las ovejas de la casa de Israel, pero se lo explica con un lenguaje duro: «Deja primero que se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros».

Jesús compara la mujer con un perrito (cosa en el lenguaje de los judíos de corte usual en el trato con los no judíos a quienes llamaban “Goyim” que significa perro o apartado de Dios); la mujer, en lugar de sentirse ofendida, reconoce lo que es, no se quiere poner por encima de lo que le está diciendo Jesús

La insistencia de una madre rompe las barreras, el hambre y el dolor de un pueblo pueden construir nuevos mundos posibles.  Y aquella mujer rompe el dicho popular que en pretendiendo dar prioridad a la familia negaba el alimento no sólo a los perritos, sino a todos los extranjeros que no eran tenidos como familia.  Y no es que Jesús pretenda que haya personas que vivan debajo de la mesa, a escondidas o como si fueran hijos de Dios de segunda clase.

Las palabras de aquella mujer nos descubren que es una nueva sabiduría del hombre que es consciente que el pan alcanza para todos y que Dios no hace distinción de personas.

Difícil sería para la primera comunidad cristiana romper esos esquemas y abrir el corazón y el alimento a aquellos que no podían mirar como hermanos.

Jesús, con la ayuda, la palabra y la fe de aquella mujer nos enseña que no hay hermanos que valgan menos, que su misión se abre a todo el universo y para todas las personas.

Difícil es ahora para nosotros sentarnos a la mesa reunidos como hermanos.  Discriminamos a los hermanos, les negamos los derechos y pretendemos dejarlos debajo de la mesa, esperando las sobras. 

Jesús rescata y dignifica.  La fe de una extranjera se convierte en ejemplo para los que se creían poseedores exclusivos de Dios y añade un lugar en la mesa para los discriminados, para los olvidados, para los extranjeros.

El pan compartido hermana a todos y podemos todos juntos sentarnos a la mesa del Reino.

Miércoles de la V semana del tiempo ordinario

Mc 7, 14-23

Jesús continúa insistiendo en lo que es verdaderamente importante para la vida del hombre. Lo exterior es importante, pero lo es más el interior.

Cristo también pone en tela de juicio el «ojo», que es el símbolo de la intención del corazón y que se refleja en el cuerpo: un corazón lleno de amor vuelve el cuerpo brillante, un corazón malo lo hace oscuro.

Del contraste luz-oscuridad, depende nuestro juicio sobre las cosas, como también lo demuestra el hecho de que un corazón de piedra, pegado a un tesoro de la tierra, a un tesoro egoísta que puede también convertirse en un tesoro del odio, vienen las guerras…

Cuando Jesús está describiendo las manchas del corazón, está describiendo también las manchas del corazón moderno.  Entonces podríamos decir que el corazón del hombre está enfermo, y cómo esa enfermedad silenciosa, también puede traer la muerte definitiva al hombre.

¿Qué está manchando mi corazón?  ¿Me doy cuenta de ellos? ¿Qué estoy haciendo para tener una buena salud del corazón y del espíritu?

Dejemos que Jesús mire nuestro interior y descubra que está manchado y qué debe curar.  Arriesguémonos y pongámonos en sus manos porque todos estos pedazos del corazón que están hechos de piedra, el Señor los hace humanos, con aquella inquietud, con aquella ansia buena de ir hacia adelante, buscándolo a Él dejándose buscar por Él.

Que el Señor nos cambie el corazón. Y así nos salvará. Nos protegerá de los tesoros que no nos ayuden en el encuentro con Él, en el servicio a los demás, y también nos dará la luz para ver y juzgar de acuerdo con el verdadero tesoro: su verdad.

Que el Señor nos cambie el corazón para buscar el verdadero tesoro y así convertirnos en personas luminosas y no ser personas de las tinieblas.