La iglesia nos propone hoy recordar a los tres arcángeles de los que nos habla la Biblia y la Iglesia nos propone como tema para nuestra reflexión. Otras tradiciones religiosas hablan de siete. Los tres llevan a cabo la acción de Dios entre nosotros. Es bueno recordar el significado de cada uno. Miguel(“¿quién como Dios?”), Gabriel (“fortaleza de Dios”) y Rafael (“medicina de Dios”).
Las lecturas nos hablan de la presencia de los ángeles que sirven a Dios por millares. La primera, del profeta Daniel, nos describe una visión donde Dios ocupa un lugar preeminente. Es una descripción grandiosa, que ha dado origen a una iconografía donde Dios aparece siempre como anciano, de cabellera blanca “como lana limpia”. Está sentado sobre una silla “llama de fuego”. Es la forma de describir la magnificencia de Dios, su grandeza. Todo es descrito como una realidad que desborda nuestra comprensión. Millones y millones le sirven.
La figura del Anciano, Dios, destaca como regidor omnipotente que tiene en sus manos el destino de todo. Como juez contempla la vida de cada uno. “El juez se sentó y los libros se abrieron”.
En esa descripción se nos transmite una concepción de Dios como presencia omnipotente. Todo está a su servicio. Es una forma de dibujar a ese Dios creador de todo, que dirige todo, destacando cómo todo está a su servicio.
En ese contexto entra “como un hijo de hombre” que se sitúa delante de ese Anciano. En esa figura se ha querido ver siempre a Jesús. Ahí recibe este “hijo de hombre” un reconocimiento especial por parte de todos y de todo. Ese señorío, del que Él está revestido, no es algo pasajero, puntual, sino eterno. Y concluye matizando aún más esa presencia: “su reino no se corromperá”.
Veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar
Estas palabras de Jesús son la conclusión de un encuentro con un futuro apóstol, Natanael. Jesús alaba su forma de ser: “un israelita de verdad, en quien hay engaño”. Ser israelita de verdad implica ser un hombre recto, responsable, coherente. Además, percibe en él a esa persona sincera que transmite seguridad y donde la verdad prevalece sobre otros aspectos de la vida. La pregunta de Natanael refleja bien su actitud sincera: “¿De qué me conoces?”
La respuesta de Natanael, tras las palabras de Jesús, es una confesión auténtica de la condición mesiánica de Jesús. El evangelista ha resumido en este breve diálogo algo que sería mucho más amplio en su realidad. Él lo ha resumido en breves, pero enjundiosas pinceladas. En ellas se percibe la intuición de Jesús al describirle de esa forma tan positiva y el dibujo de una persona íntegra, así como la respuesta del apóstol convencido de que quien le habla es el Hijo de Dios.
Jesús trae a colación la realidad de los ángeles de Dios, que suben y bajan sobre el Hijo del Hombre. Y ahí se aclara lo que hemos leído en la primera lectura.
Fue un primer encuentro con Jesús. Después viene su seguimiento fiel. La lectura puede servirnos a todos nosotros para recordar nuestro primer encuentro. ¿Qué diría Jesús de nosotros? ¿Cómo nos describiría? ¿Cómo ha sido nuestro posterior seguimiento? ¿Qué dirá Jesús de nosotros ahora, en el presente?
Esa puede ser la forma de personalizar nuestro encuentro con Él, teniendo presente el encuentro de Natanael.