Miércoles de la I Semana del Tiempo Ordinario

Mc 1, 29-39

Nuestro evangelio nos resalta tres elementos esenciales en la vida de Jesús: La predicación incansable del Reino, dar la salud a los enfermos y expulsar a los demonios y la oración.

Es decir la predicación siempre tendría que estar acompañada de signos (sanar y expulsar demonios) y de la oración. La primera comunidad lo entendió perfectamente, y de manera especial los apóstoles quienes reproducían la misma forma de proceder del Maestro: No se cansaban de anunciar la buena noticia del Reino, sanaban y oraban incansablemente.

Los milagros eran algo normal entre los creyentes. Era una comunidad sumergida en el misterio del amor de Dios en donde lo extraordinario se convierte en ordinario y lo imposible en la realidad cotidiana.

Si nosotros verdaderamente nos decidimos a ser discípulos, a orar y a vivir conforme la enseñanza del Maestro veremos nacer en nosotros un deseo inmenso de predicar y nuestra predicación será siempre acompañada de signos. ¿Seremos capaces de intentarlo?

Y nosotros que somos seguidores del Maestro no podemos conformarnos con un conocimiento de Él de carácter teórico. No podemos quedarnos en lo que nos han contado de pequeños o lo que hemos aprendido en los libros. Tenemos que pararnos delante de Él y decirle: «He oído muchas cosas de ti, pero ahora quiero formarme mi propia opinión en vez de trajinar con conocimientos prestados; vamos a caminar y charlar».

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