FERIA PRIVILEGIADA 17 DE DICIEMBRE

Gn 49, 2. 8-10

Cuando nació Jesucristo, los judíos habitaban en una insignificante provincia del poderoso imperio romano. Desde un punto de vista meramente humano, hubiera sido más lógico que Dios hubiera escogido otro pueblo para el nacimiento del Mesías.

Pero Dios sabía muy bien lo que quería. Escogió la tribu de Judá, los judíos, y de esa tribu, escogió la casa de David. Dios había insistido en que, por medio de David y sus descendientes, el cetro de rey y el poder de gobernar, nunca se apartarían de la tribu de Judá.

La profecía relatada en la lectura de hoy tiene pleno cumplimiento en la persona de Jesucristo, nacido de la casa de David como el Rey-Mesías.

Dios no sólo sabía lo que quería; también sabía lo que estaba haciendo. Estaba dando a entender que solamente Él era Dios. Él no tenía que apoyarse en ejércitos poderosos para vencer el mal en el mundo. No tenía que recurrir a la sabiduría del mundo para difundir su verdad. Tampoco tenía que depender de ningún gobierno humano para establecer la justicia y la paz. Dios hizo presente su poder salvador en un niño judío, Jesucristo: un acto que parece debilidad a los ojos de los poderosos de este mundo. Dios hizo lo que hizo como una señal de que nosotros alcanzamos la salvación no por medio de nuestros propios esfuerzos humanos, sino por su don gratuito en Cristo Jesús.

Ninguna sabiduría humana, ningún poder humano puede suplantar a Dios. Así pues, es justo y necesario que alabemos sólo a Dios, la obra de nuestra salvación.

Mt 1, 1-17

 

San Mateo inicia su Evangelio con la Genealogía de Cristo para indicarnos que Él es el Mesías anunciado desde Abraham y que es verdaderamente humano.

Cada periodo de 14 años nos presenta una etapa de la historia de la salvación en medio de la cual Dios fue construyendo esta misma historia. Dios se mete en nuestra historia de manera total, se hace hombre, se encarna para tomar parte de las realidades humanas (menos del pecado) y desde ahí proponer un estilo de vida.

Jesús no fue una teoría sino una instrucción práctica del amor de Dios. Dios está en nuestra historia personal. El problema es que algunos no le permitimos actuar con libertad y por ello nuestra vida se complica. Dios no es una idea es una persona encarnada, por ello el cristianismo no es una filosofía sino un estilo de vida. Vivámoslo esta Navidad y siempre.

Viernes de la II semana de Adviento

Mt 11,16-19

Jesús compara la generación de su tiempo con aquellos muchachos siempre descontentos que no saben jugar con felicidad, que rechazan siempre la invitación de los otros: si hay música, no bailan; si se canta un canto de lamento, no lloran, ninguna cosa les está bien.

Aquella gente no estaba abierta a la Palabra de Dios. Su rechazo no es al mensaje, es al mensajero. Rechazan a Juan el Bautista, que no come y no bebe pero dicen que es un endemoniado.

Rechazan a Jesús, porque dicen que es un glotón, un borracho, amigo de publicanos y pecadores. Siempre tienen un motivo para criticar al predicador.

Y ellos, la gente de aquel tiempo, preferían refugiarse en una religión más elaborada: en los preceptos morales, como aquel grupo de fariseos; en el compromiso político, como los saduceos; en la revolución social, como los zelotas; en la espiritualidad gnóstica, como los esenios. Con su sistema bien limpio, bien hecho. Pero al predicador, no.

Jesús les hace recordar: «Sus padres han hecho lo mismo con los profetas». El pueblo de Dios tiene una cierta alergia por los predicadores de la Palabra: a los profetas, los ha perseguido, los ha asesinado.

Estas personas dicen aceptar la verdad de la revelación, pero al predicador, la predicación, no. Prefieren una vida enjaulada en sus preceptos, en sus compromisos, en sus planes revolucionarios o en su espiritualidad desencarnada. Son aquellos cristianos siempre descontentos de lo que dicen los predicadores.

Estos cristianos que son cerrados, que están enjaulados, estos cristianos tristes no son libres. ¿Por qué? Porque tienen miedo de la libertad del Espíritu Santo, que viene a través de la predicación.

Y este es el escándalo de la predicación, del que hablaba San Pablo: el escándalo de la predicación que termina en el escándalo de la Cruz.

Escandaliza el hecho que Dios nos hable a través de hombres con límites, hombres pecadores: ¡escandaliza! Y escandaliza más que Dios nos hable y nos salve a través de un hombre que dice que es el Hijo de Dios y que termina como un criminal. Eso escandaliza.

Estos cristianos tristes no creen en el Espíritu Santo, no creen en aquella libertad que viene de la predicación, que te advierte, te enseña, te abofetea, también; pero que es precisamente la libertad que hace crecer a la Iglesia.

Que la venida de Cristo, la Navidad, sea un cambio de perspectiva en nuestras vidas. Como bien lo expresaba san Francisco: “no querer ser consolados, sino consolar; no querer ser comprendidos, sino comprender; no buscar ser amados, sino amar”.

Jueves de la II semana de Adviento

Is 41, 13-20; Mt 11,11-15

Las palabras de Isaías en la primera lectura son como un bálsamo en el corazón porque anima a su pueblo a levantarse de su postración: “Yo, el Señor, tu Dios, te tomo por la diestra y te digo: No temas, yo mismo te auxilio. No temas, gusanillo de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio” Son palabras tiernas que intentan alentar y fortalecer a un pueblo que desfallece en el destierro y está a punto de sucumbir a la tentación del desaliento.

Pequeños como un gusanillo, insignificante como una oruga, así han hecho sentir al pueblo de Israel las agresiones y el hambre, las humillaciones y los fracasos. Pero el profeta lo invita a sentirse tomado por la diestra del Señor. Y lanza al pueblo de Israel a una misión que tiene los objetivos claros de destruir toda maldad. Son palabras dirigidas también a nosotros que en medio de nuestras angustias y debilidades buscamos nuevos caminos de salvación y nos enfrentamos a las nuevas dificultades que otros enemigos, muy distintos de los de aquellos tiempos se nos presentan.

Pero por más pequeños que nos sintamos, por insignificantes que nos consideremos, debemos reconocernos en la mano del Señor, debemos escuchar las dulces palabras de aliento que nos ofrece el Señor, debemos meditar en nuestro corazón la melodía de amor y de fortaleza que nos da Dios.

Tiempo de Adviento es tiempo de reconocerse necesitado y hambriento de Dios; es sentirse acurrucado a su regazo y protegido de todos los males, es descubrir, como nos dice el Salmo Responsorial, al “Señor que es bueno con todos” y cuyo amor se extiende a todas las criaturas.

Pero esta sensación de seguridad y de ayuda, de ninguna manera nos llevará a falsas ilusiones de proteccionismo o pasividad. Todo lo contrario, ya el mismo Señor nos dice que el Reino de los Cielos exige esfuerzo y que sólo los esforzados lo alcanzarán. Como Juan el Bautista y los profetas que lo anunciaron.

Juan el Bautista, el mayor de los profetas nos urge con su presencia y con sus palabras para descubrir esa misericordia y grandeza de Dios en el Mesías que está por llegar.

Ser cristiano y hacer que la vida cristiana sea una realidad no es algo que sucede por arte de magia, sino que exige de la cooperación de cada uno de nosotros. Es necesario por ello estar convencidos de que verdaderamente vale la pena ser cristiano. Si no estamos completamente convencidos de que la vida en el Reino, que la vida cristiana es la mejor opción y oportunidad que tiene el hombre para ser feliz y alcanzar la plenitud y su realización, será muy difícil que el Reino se haga una realidad.

¿Qué siente tu corazón al escuchar las palabras de Isaías? ¿Cómo te acercas a este Dios que es tu protección y tu vida?

Miércoles de la II semana de Adviento

Is 40, 25-31; Mt 11, 28-30

Este año, quizás como nunca, las palabras de Isaías en la primera lectura (Isaías que lleva el ritmo del Adviento), parecen hacerse realidad a cada momento. Israel se siente abandonado, no escuchado por Dios y con la tentación de buscarse otros dioses que resuelvan sus problemas. Isaías los llama a la reflexión y les muestra a Dios como el único, como el que ha hecho todas las cosas y quien puede salvarlos.

Las palabras de Israel podríamos asumirlas cada uno de nosotros: “mi suerte se le oculta al Señor y mi causa no le preocupa a Dios”, pero la respuesta del Señor a través de Isaías anima al pueblo a mantenerse fiel, porque Dios da vigor al fatigado y al que no tiene fuerzas le da energía.

Quienes ponen su esperanza en el Señor renuevan sus fuerzas, le nace alas como de águila, corren y no se casan, camina y no se fatigan. Son palabras bellas que se hacen realidad en quien confía en el Señor.

Lo hemos experimentado siempre que vivimos en plenitud del amor. Es cierto que las dificultades y problemas siguen presentes pero si los afrontamos con amor y por amor, se pueden superar y tienen sentido.

Isaías nos acerca a este Dios que se manifiesta como padre preocupado por sus hijos y en este amor pone la esperanza para superar todos los problemas.

En Jesús que se hace carne y presencia en medio de los hombres, podemos encontrar el consuelo que promete Isaías. Por eso Él mismo repite, pero en presente y con rasgos de actualidad las palabras que solamente eran una promesa. También hoy nos dirige Jesús las mismas palabras que a las multitudes que caminaban sin sentido y de las cuales tenía compasión. También para nosotros es su invitación a acercarnos a Él, con todas nuestras fatigas y agobios. También nosotros encontraremos en Él consuelo y descanso.

Tiempo de Adviento, es tiempo de encuentro con el único que puede sostenernos en medio de nuestros conflictos y darnos la verdadera esperanza.

Dejemos entrar en nuestro corazón las palabras de Jesús:
“Venid a Mí todos los que estáis fatigados y agobiados por la carga y yo os daré alivio”

¿Por qué no nos acercamos a Jesús? ¿Por qué no hacemos suyas nuestras palabras? ¿Por qué no creemos que Él puede tomar sobre sus hombros nuestras cargas, nuestras dolencias, nuestras preocupaciones?

Tiempo de Adviento, tiempo de encuentro con el Señor Jesús.

Martes de la II semana de Adviento

Mateo 18, 12-14 

Una de las cosas que siempre llaman la atención en la Sagrada Escritura es la continua preocupación de Dios por la salvación de todos los hombres, y de manera particular, como lo vemos hoy, por aquellos que se han alejado o se encuentran perdidos.

El tiempo del Adviento se presenta siempre como una nueva oportunidad que Dios nos brinda para acercarnos a él. Es el tiempo que recordamos, como nos lo dice san Pablo, que Dios no tuvo como bien el permanecer en su cielo, sino que se hizo uno de nosotros, se encarnó para rescatarnos. Jesús vino desde el cielo para que todos los que estábamos en la oscuridad viéramos la luz.

Es ahora también nuestra oportunidad de ayudar en esta acción de «rescate» de aquellos que aún no conocen o que conociendo no aman a Dios. Tu y yo, con nuestro testimonio lo podemos hacer, pero podemos, sobre todo en este tiempo, en lugar de hablar tanto de posadas y fiestas, aprovechar para hablar del misterio por medio del cual nos rescata y nos reintegra a su rebaño.

La Navidad, entonces no es solo una fiesta, sino un momento profundo encuentro con Dios. Adereza tus conversaciones con el tema de la Navidad, háblales a tus amigos de cómo Dios se hizo hombre para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.

La Inmaculada Concepción

Hoy celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción, una fiesta que nos sitúa en el camino difícil de la lucha entre el bien y el mal, y la elección sabia que todo hombre debe hacer.

La primera lectura del Génesis nos pone en el marco de herida que nos ocasiona todo pecado al mostrarnos el primer pecado del hombre y nos descubre la base de todo pecado, la ambición del hombre y el deseo de hacerse dios, y las consecuencias perjudiciales y negativas que le ocasiona.

Todo hombre lleva en su interior esta difícil lucha y todo hombre debe a cada momento ponerse humildemente en la presencia de Dios. Se corre el riesgo de perder la esperanza descubriendo el enorme poder del mal en nuestro mundo y aún en nuestro interior.

La fiesta de la Inmaculada Concepción nos da una sólida esperanza de que podemos vencer en esta lucha.

María fue preservada del pecado, en virtud de la Resurrección de Jesús, y así también nosotros, aunque hemos vivido en el pecado, tenemos la seguridad que podremos superarlo y vencerlo gracias al triunfo de Jesús.

Las palabras de consuelo del ángel a María, podrían también ser para nosotros: “No temáis”. Nuestra seguridad de vencer este temor no se basa en los propios méritos o fortalezas, sino en el gran amor y el gran poder del Señor Jesús. No son invitación a quedarnos cruzados de brazos mientras Él vence al mal, sino una invitación a un esfuerzo solidario para hacer triunfar el bien. Así mientras alabamos a María por su inmaculada concepción, nos comprometemos a una lucha firme contra todas las manifestaciones de una cultura de pecado y de muerte. No temas porque el Señor está contigo.

Viernes de la I semana de Adviento

Mt 9, 27-31 

La gente de hoy vive angustiada porque no ha sabido distinguir los límites de su acción. No sabe dejar a Dios actuar. Y esto se debe, principalmente, a una gran falta de fe.

Los textos de este día nos conducen a la luz y el Salmo nos hace exclamar con anhelo y con entusiasmo: “El Señor es mi luz y mi salvación”. Todos los textos hablan de la necesidad de esa luz y, en el sentido opuesto, de la oscuridad que causa la ceguera. Desde Isaías que en sus anuncios proféticos alienta al pueblo anunciando que “en aquel día se abrirán los ojos de los ciegos y verán sin tinieblas ni oscuridad”, hasta el texto evangélico donde Jesús se deja enternecer por el grito de los dos ciegos que al lado del camino claman: “¡Hijo de David, compadécete de nosotros!”. Este texto nos sitúa claramente en un contexto de fe.

Para poder ver, para descubrir la luz, se necesita la fe. Cuando el Papa Benedicto preocupado por la oscuridad y el sin sentido de nuestras generaciones, proclamaba un año de la fe, pero de una fe viva, una fe comprometida, una fe explícita, nos proponía: “Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”

Frente a este mundo sin sentido nos propone “La puerta de la fe”, que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, y que está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Muy claramente lo descubrimos en el texto evangélico. Jesús nos enseña que no basta pedir, se necesita hacerlo con fe, creer de verdad que Jesús pueda dar luz, salvación y vida.

Que estos días de Adviento nos acerquemos a Jesús, escuchemos su Palabra y la pongamos firmemente en nuestro corazón.

Jueves de la I semana de Adviento

Mt 7,21.24-27

Cuando escucho estas palabras de Jesús, vienen a mi mente las imágenes de personas que parecían llenas de éxito cuando la vida les sonreía, sin embargo, en un momento de su vida aparecieron los problemas, las enfermedades y los fracasos comerciales, y todo se derrumbó. Aquello que parecía tan sólido quedó hecho polvo. Las seguridades que pretendían tener eran aparentes y su éxito solo radicaba en cosas materiales.

Jesús en este día nos presenta opciones muy diversas y propuestas de éxito muy diferentes. El éxito o el fracaso se encontrarán en la medida que escuchemos sus palabras, las dejemos penetrar en nuestro corazón y las llevemos a la práctica. Y atención, no se trata de que hagamos bellas predicaciones, ni siquiera que entonemos bellas oraciones, Cristo basa la verdadera felicidad y el verdadero éxito en la práctica de su Palabra.

Ya Isaías, en la primera lectura, hacia una comparación entre la ciudad fuerte, bien cimentada que confía en el Señor, que busca la justicia y la otra ciudad que se eleva orgullosa y altiva que la reduce al polvo para que la pisen los pies de los humildes.

Es tiempo de Adviento y es tiempo de revisión y de conversión; es tiempo de reconocer en dónde están nuestros cimientos. ¿No es cierto que muchas de nuestras tristezas y desengaños van de la mano con ambiciones terrenas y egoístas? ¿No es cierto que nos preocupamos más del qué dirán que de lo que hay en nuestro interior?

En el tiempo del Adviento busquemos espacios para escuchar la Palabra de Dios en el silencio y el recogimiento. Demos tiempo y espacio a Dios y escuchemos lo que quiere de nosotros y después enderecemos nuestros caminos, hagamos rectas nuestras sendas y esperemos la llegada de Jesús.

Este tiempo se presta tanto para el silencio y la reflexión, como para las superficialidades y el derroche. Es triste que Navidad pase como un tiempo de fiestas y comidas de empresas, y que no demos tiempo ni espacio para acoger a la Palabra que se ha hecho carne.

Dios ha pronunciado su Palabra con tanto amor que se hace tierno Niño acurrucado entre pañales. Pero para que esta Palabra anide en nuestro corazón necesitamos abrirnos a ella, acogerla y hacerla vida concreta, tangible y real.

El hombre, la sociedad, la civilización, que se funda en la Palabra de Jesús no perecerá nunca porque está basada en valores firmes e imperecederos. Jesús es la roca perpetua, como dice Isaías. Y por la fe en Cristo-Jesús nos hacemos firmes e invencibles, a pesar de los vientos contrarios que soplen sobre nuestras vidas.

Para ello es preciso acoger la Palabra de Jesús con fe y practicarla con decisión y alegría. Preparemos así nuestra Navidad.

Miércoles de la I semana de Adviento

Mt 15,29-37 

El Evangelio de san Mateo que acabamos de oír recoge una esperanzadora profecía de Isaías donde el Señor promete un festín de manjares suculentos y arrancar todo aquello que oscurece a las naciones y enjugar las lágrimas de todos los rostros. Son los sueños largamente alimentados por un pueblo que ahora los ha hecho realidades Jesús, que se compadece de su pueblo, les impone las manos a sus enfermos, ayuda a caminar a los lisiados, da vista a los ciegos y pan a los que tienen hambre.

A orillas del lago de Galilea, Jesús realiza todos estos prodigios y fortalece la esperanza de su pueblo. Son las señales de que el Mesías ha llegado, pero no solamente en aquellos tiempos, el camino del Adviento nos lleva también a nosotros a ser realidad esta señales de que el Reino ha llegado, pues Jesús nos anima a sentir la responsabilidad de ofrecer alternativas de vida a quien está sufriendo.

Una mano que levanta, una luz que muestra el camino y un pan compartido son los milagros que pueden despertar esperanza en un pueblo que está adolorido y pierde esa esperanza.

El grito del Adviento “Ven, Señor y no tardes, ilumina los secretos de las tinieblas y manifiéstate a las naciones”, se hace presente en las señales que el cristiano ofrece a su hermano lastimado.

La oración y la súplica por la presencia del Señor, se transforman en solidaridad frente a las urgentes llamadas de ayuda de quienes se ha quedado sin pan y sin ilusión.

Adviento es preparar el camino del Señor, pero el camino se prepara caminando, enderezando, rellenando, allanando y compartiendo.

Adviento es mirar a Cristo que llega para sostener nuestros sueños, pero al mismo tiempo es hacerlo presente en nuestras mesas compartidas y en nuestras respuestas al llamado de quienes sufren a nuestro lado.

Que hoy, con nuestra oración, con nuestra súplica, con nuestras obras gritemos fuerte “Ven, Señor Jesús”.

Viernes de la XXXIV semana del tiempo ordinario

Lucas 21, 29-33

Nos interesan mucho los pronósticos. Ponemos atención al reporte del clima para saber si saldremos o no al campo. A los aficionados, el de la Liga de fútbol. A los empresarios, el de la Bolsa de valores. ¡Qué previsores! Nos gusta saber todo con antelación para estar preparados. Jesucristo ya lo había constatado hace más de 2000 años, cuando no había ni telediarios, no existía el fútbol, ni mucho menos la Bolsa de Valores. Pero los hombres de entonces, ya sabían cuándo se acercaba el verano, porque veían los brotes en los árboles.

A veces nos cuesta mucho entender las parábolas del Señor porque hemos perdido el contacto con la naturaleza, porque nos hemos encerrado en fortalezas de cemento. Muchos no sabemos cómo son los brotes de la higuera, no somos capaces de distinguir los periodos de la luna, nos hemos olvidado de las estaciones del año y pasamos indiferentes de una estación a otra.

Quizás percibimos el frío o el calor, pero pronto nos sumergimos en nuestros climas artificiales y nos olvidamos de los ciclos del tiempo. Pero lo más triste es que hemos dejado de percibir la presencia del Señor. Nos hemos llenado de trabajo, preocupaciones y prisas, nos hemos protegido tanto que nos quedamos encerrados en nuestras protecciones que llegan a convertirse en verdaderas cárceles.

Hemos creado en nuestro entorno un clima artificial, pero hemos caído en la trampa y nos convertimos también nosotros en artificiales.

El Reino de Dios es silencioso, crece dentro. Lo hace crecer el Espíritu Santo con nuestra disponibilidad, en nuestra tierra, que nosotros debemos preparar.

Después, también para el Reino llegará el momento de la manifestación de la fuerza, pero será sólo al final de los tiempos.

El día que hará ruido, lo hará como el rayo, chispeando, que se desliza de un lado al otro del cielo. Así será el Hijo del hombre en su día, el día que hará ruido.

Y cuando uno piensa en la perseverancia de tantos cristianos, que llevan adelante su familia, hombres, mujeres, que se ocupan de sus hijos, cuidan a los abuelos y llegan a fin de mes sólo con medio euro, pero rezan. Ahí está el Reino de Dios, escondido, en esa santidad de la vida cotidiana, esa santidad de todos los días.

Porque el Reino de Dios no está lejos de nosotros, ¡está cerca! Ésta es una de sus características: cercanía de todos los días.

Pidamos hoy, que sepamos descubrir las señales de la presencia de Dios. Que este día, en el encuentro con cada hermano, en el rayito de luz que llega hasta nosotros, podamos percibir la inmensidad de tu amor.

Que cada momento podamos sentir tu caricia, tu presencia, tu cercanía. No nos dejes fríos, impasibles, indiferentes.

Que hoy descubramos al Señor, que su palabra no se escurra entre nuestras preocupaciones. No puede pasar la palabra de Jesús sin dejar sus semillas de esperanza en nuestro corazón.

Que experimentemos hoy tu presencia amable y protectora.