Is 7, 10-14
La meta de nuestro caminar de Adviento, la presencia salvadora de los acontecimientos que celebraremos: la venida del Señor, está cada vez más cercana.
Las lecturas de estos días nos iluminan y estimulan a profundizar nuestra preparación.
Hemos escuchado la profecía de Isaías. El rey Ajaz está desesperado, pues se encuentra cercado por los reyes de Damasco y de Samaria y está dispuesto a sacrificar a su propio hijo. El profeta lo llama a la fe, ofreciéndole un signo, el que él pida. El rey, con apariencia de religiosidad, lo rechaza. Pero Dios mismo se lo ofrece: un hijo con un nombre profético: Emmanuel, Dios-con-nosotros.
Lc 1, 26-38
Hoy se nos ha presentado la anunciación de Jesús.
Esta se realiza en una casita de una aldea de la región norte del país, de Galilea, a una jovencita: María.
El saludo del ángel lo sigue repitiendo la comunidad cristiana: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Se realiza la profecía que hoy escuchamos, se llamará Dios-con-nosotros. Así nos saluda en forma de deseo el sacerdote en la celebración: El Señor esté con vosotros.
Las promesas hechas a David se están realizando.
El reino que se promete no será de poder y riqueza, de triunfos y de dominio, sino el reino del amor; el nombre del Mesías será Jesús que significa: Dios salva, en Cristo encontrará realización plena.
Todo será realización del poder amoroso de Dios: «el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». Se hizo hombre por obra del Espíritu Santo, decimos en el Credo.
Pero este don de Dios necesitaba, para su realización, encontrar la apertura y disponibilidad del hombre.
María lo dice: «Yo soy la humilde sierva del Señor, hágase conforme me has dicho».
La aclamación del aleluya ha expresado nuestro anhelo: «Llave de David, que abres todo, ven a liberarnos».