Mt 25,31-46
Debe haber sido algo maravilloso vivir junto a Jesús. Pedro, Santiago y Juan tuvieron el privilegio de conocer al Señor personal e íntimamente. Por supuesto que nosotros deseamos haber vivido con Jesús para ser sus fieles seguidores.
Sin embargo, muchísimos de los hombres y mujeres que vivieron en la época y en los lugares donde estaba Jesús, no lo reconocieron o se negaron a responder a su llamamiento. Puede ser que ahora también no reconozcamos a Jesús o dejemos de responder a su llamado. No es necesario desear haber vivido en los tiempos de Jesús, porque ahora El sigue viviendo entre nosotros. Se halla presente en este mundo, no sólo en la Eucaristía, sino también en las personas con quienes vivimos. El Señor está entre nosotros.
En el evangelio de hoy, Jesús nos dice que todo lo que hagamos en favor de cualquiera de sus hermanos, lo hacemos en favor de Él. Advirtamos que no nos dice que es como si se lo hiciéramos a Él, ni que El habrá de considerar lo que hagamos a los demás como hecho a Él. Lo cierto es que El está viviendo entre nosotros ahora mismo. Vive con nosotros. Por eso, lo que hagamos a los demás, se lo hacemos a El mismo.
En la primera lectura se nos ofrecen varios consejos prácticos para nuestro trato con los demás y se resumen en un solo mandamiento: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». En el Antiguo Testamento, la palabra «prójimo» significaba un compatriota israelita. Pero Jesús le dio a ese mandamiento dos dimensiones nuevas: en primer lugar, el término «prójimo» incluye a todos y cada uno de los hombres; en segundo lugar, Jesús sigue viviendo en los demás seres humanos, nuestros «prójimos».
No vale la pena soñar o ilusionarnos sobre lo mucho que amamos a Jesucristo, ni imaginarnos las grandes cosas que podríamos hacer por El. Hacemos bien buscándolo en la Eucaristía, pero hace falta más. Lo tenemos alrededor de nosotros, en la gente con la que vivimos y con la que nos encontramos cada día. Al llegar la hora de nuestro juicio, Jesús querrá saber si lo hemos amado, no sólo por nuestro culto de alabanza y de adoración en la liturgia, sino también por haberlo buscado y servido en las personas que nos rodean.