Viernes de la II Semana Ordinaria

Mc 3, 13-19

Este pasaje del Evangelio nos nuestra el momento en que Jesús eligió a los doce, a quienes lo acompañaran. El evangelio nos dice que Jesús llamó a los que Él quiso.

Dios llama a quien quiere, y no hay obstáculo de ninguna índole que impida que Jesús nos llame. No importa nuestra profesión, no importa nuestra vida pasada. En algún momento de nuestras vidas, Jesús, puede llamarnos. El Señor no se guía con criterios humanos para elegir a sus apóstoles. Por eso cuando el Señor llama a cada una a ejercer algún tipo de apostolado, nunca podemos pensar, yo no puedo, yo no estoy capacitado…

Estos son los nombres de las columnas de la Iglesia. Ellos aprendieron del Maestreo y una vez que descendió el Espíritu Santo, se dedicaron a predicar y a expulsar a los demonios (forma genérica en que Marcos presenta la misión de Cristo) es decir a continuar la labor que el Maestro había iniciado.

No fue, no ha sido y no será tarea fácil hacer una realidad el Reino de los cielos pues hay todavía muchos a quienes es necesario predicar, y hay todavía muchos demonios que hay que expulsar: es mucho el trabajo por hacer.

Por ello la Iglesia sigue necesitando hombres y mujeres, que estén dispuestos a dejarlo todo para consagrar su vida a estar con el Maestro para luego continuar su misión entre los hombres.

Si aun no has decidido el futuro de tu vida, ¿has pensado que tú pudieras ser uno de estos llamados? Al menos tenlo como una posibilidad.

Jueves de la II Semana Ordinaria

Mc 3, 7-12

Una vez que Jesús se decidió a proclamar su evangelio, su buena noticia, el pueblo fue cayendo en la cuenta de que era una persona especial. Sus palabras sonaban de manera distinta: “Tú solo tienes palabras de vida eterna”. Llevado de su amor y de sus entrañas de misericordia desplegaba su poder de curación, sanando a todos los enfermos y agobiados que se acercaban a él. No es extraño entonces que, como dice el evangelio de hoy, “cuando se retiró a la orilla del lago, lo siguió una muchedumbre de Galilea”.

Tenemos que reconocer que el panorama en 2023 ha cambiado. Vemos que no acuden “muchedumbres” a nuestras predicaciones de Jesús y su evangelio. Es clara la descristianización que estamos viviendo… muchos no quieren saber nada de Jesús y de todo lo que nos ha traído.

Ante esta situación, los cristianos de hoy no podemos batirnos en retirada. No podemos dejar de hablar de Jesús y su evangelio. No podemos privar a nuestros hermanos del tesoro que el mismo Hijo de Dios nos ofrece para vivir, ya en esta tierra, una vida con sentido, con esperanza, con ilusión, antes de poder disfrutar de la felicidad total después de nuestra muerte.

Miércoles de la II Semana Ordinaria

Mc 3, 1-6

¿Qué está permitido en sábado? ¿Hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?

Todo lo complejo que tiene la lectura primera, se convierte en este texto en claridad. La pregunta de Jesús no puede tener otra respuesta que: hacer el bien, salvar la vida humana.

Responde a una reiterada cuestión: ¿lo importante es la fidelidad estricta a una ley, o el hacer de la vida de cada uno instrumento de salvación, de ayuda al otro? El sábado es para la persona, no la persona es para el sábado, dice Jesús en otra ocasión. Y el sábado era una institución magnífica, que supuso un adelanto humanitario respecto a lo que hacían otros pueblos. El derecho al descanso; el deber de dedicar un día a la semana de modo especial a contar con Dios. Pero, por encima de todo, lo realmente humanitario es el compromiso de Dios con el ser humano, con su salvación, con su vida, que queda transferida a cada ser humano. Es la razón de ser del mismo Jesús. Y de la de cada uno de nosotros. No se puede someter a ninguna otra ley.

Lunes de la II Semana Ordinaria

Mc 2, 18-22

El evangelio viene hoy a reforzar esta presentación de Jesús como la novedad por excelencia.

A partir de una pregunta relacionada con la práctica religiosa del pueblo, Jesús se desmarca totalmente del modo en el que los diferentes grupos religiosos de su tiempo consideraban que era preciso rendir culto a Dios.

El ayuno, una práctica que Jesús recomienda en algunos lugares del evangelio, sirve en esta ocasión para mostrar que la propuesta de Jesús supone una ruptura total con algunos modos de vivir la experiencia de fe y de encuentro con Dios.

Es impensable que los amigos del novio ayunen cuando están con él. De manera similar, Jesús personifica la irrupción de la novedad permanente del Dios Amor, del Dios libre al que no se puede encerrar en un código de normas de conducta.

Seguir a Jesús no consistirá nunca en el cumplimiento de una batería de obligaciones.

Tantos ríos de tinta como se han utilizado para tratar de “explicar” el significado de lo viejo y lo nuevo (el paño, el vino, los odres) y tal vez no sea sino otro modo de decir que no podemos hacer componendas, arreglos… para tratar de hacer compatible a Jesús con nuestras convicciones, costumbres, certezas, estilos…

Él es el Único, el criterio definitivo, la novedad absoluta. Difícilmente le encontraremos tratando de meterlo con calzador en nuestro “universo”. Se trata, más bien, de abrir la mente, el corazón, las entrañas, todo nuestro ser… cada mañana, para acoger con asombro y alegría su novedad, su gracia que nos acoge tal como somos y estamos, y nos alienta para recomenzar, dar pequeños pasos, avanzar.

Sábado de la I Semana Ordinaria

Mc 2, 13-17

¡Cuántas veces nos hemos encontrado con este Evangelio! Sin duda es una de las perícopas que, al leerlas, pensamos que ya las conocemos de memoria. Pero no caigamos en esa tentación y dejemos que esta Palabra viva, dinámica y eficaz se actualice hoy en nuestra vida.

Aparentemente es un día más en la vida de Mateo: sentado al mostrador de los impuestos, contando las monedillas, pendiente de sacar algún provecho en sus negocios y cuidando escrupulosamente sus intereses.

Pero no es un día cualquiera, este es el día de gracia, el día de salvación; es el día del paso de Jesús por su vida. Y en este punto los tres evangelios sinópticos coinciden: Jesús lo vio… Jesús le dijo: «sígueme»… Mateo se levantó y lo siguió.

Y después de haber pasado por las orillas de la vida de este hombre, va más adentro, llega a su casa. Al lugar de su descanso, donde banquetea y comparte. Pero Jesús no viene sólo; con él vienen sus discípulos y… otros tantos publicanos y pecadores que lo siguen. Mateo abre las puertas de su casa, de su vida, invita a este banquete a los que estaban en las encrucijadas, al borde del camino y la sala se llena de invitados.

Sí, Mateo apuesta todo por este nuevo «negocio»; ya no permanecerá sentado, detrás del mostrador sino que recorrerá largos caminos siguiendo al Maestro; ya no buscará sus propios intereses sino los intereses del Reino; ya no contará monedas ni escribirá los impuestos y deudas de su pueblo sino que proclamará la Buena Noticia del Dios-con-nosotros. No será el solitario publicano que ofrece banquetes para llenar silencios y vacíos de su vida sino el gozoso discípulo invitado al Banquete del Cordero.

¿Una mirada, tan solo una palabra del Señor puede hacer tanto en nosotros? Así es, Él puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros (Ef. 3, 20)

Demos gracias a Dios que ha venido a salvarnos y dejemos que este Médico divino sane nuestras enfermedades y nos llame a salir de las tinieblas para vivir alegres en su luz maravillosa.

Viernes de la I Semana Ordinaria

Mc 2, 1-12

¿Cuántas veces buscamos remedios que solamente calman el dolor y no sanan las enfermedades? ¿Por qué pretendemos curar sin quitar la raíz del mal? ¿No es verdad que estamos cansados de injusticias y de violencia, pero solamente aportamos soluciones que buscar sofocar y controlar lo externo pero que no van al fondo del problema?

A Jesús le sucedía igual: le presentan un paralítico para que lo sane, pero no se preguntan qué es lo más importante para aquel hombre. Y Jesús va a la raíz ante el escándalo de los escribas y, antes que realizar la curación física, otorga el perdón de los pecados. La curación viene a corroborar la autoridad con que Jesús perdona los pecados.

Este milagro tiene una serie de signos que nos pueden ayudar en la búsqueda de soluciones a nuestros problemas. Lo primero que me llama la atención es la solidaridad de los hombres que van cargando al paralítico. Sería el primer paso para nosotros: comprender que ningún mal es ajeno, que todas las injusticias, robos y secuestros, aunque aparentemente no nos toquen a nosotros, realmente nos afectan por el sentido solidario y social que tienen todas las acciones. La solución no la busca uno solo, sino que entre cuatro van cargando la camilla.

Los problemas no se resuelven en solitario, sino en comunidad y con la ayuda de todos. Las dificultades que presenta la aglomeración de personas, son solucionadas con ingenio y esfuerzo. Enseñanza práctica para nosotros que tendremos que encontrar soluciones a los problemas antes que dejar vencernos por las dificultades.

Y finalmente ponernos en las manos de Jesús para ir a la raíz de los problemas. Descubrir el fondo y no mirar solamente las consecuencias.

Es cierto que hay muchas cosas externas que quisiéramos quitar, pero es más importante mirar el corazón, fuente y raíz de todos los problemas. Si no cambiamos el corazón, si no expulsamos el pecado, tendremos quizás control por la fuerza o por el miedo, pero no cambiaremos realmente la situación. Hoy junto a Jesús, busquemos quitar el pecado y el mal, entonces podremos encontrar verdadera salvación.

Jueves de la I Semana Ordinaria

Mc 1, 40-45

Escena entrañable la que nos relata el evangelio de hoy. Un leproso se acerca a Jesús y le pide que le cure de esa terrible enfermedad, que le excluía de la comunión con el pueblo. Pero no se lo pide de cualquier forma. Se acerca a Jesús con el corazón suplicante que le hace ponerse de rodillas y confiando plenamente en él, y con humildad le dice: “Si quieres, puedes limpiarme”. Bonito inicio de su petición: “si quieres…”. Podemos sospechar que no dudó ni un instante en que Jesús iba a atender su petición. Sabía que Jesús amaba y buscaba el bien de todas las personas, no solo proclamando la luz de su evangelio, sino curando las heridas de los que se acercaban y confiaban en él. 

Una vez curado, Jesús le pide al leproso un imposible: “no se lo digas a nadie”. No le hizo caso y proclamaba su curación allí por donde iba.

Algunas lecciones podemos sacar nosotros cristianos de 2023 de esta curación del leproso. La primera, sabiendo que Jesús nos ha amado y nos sigue amando hasta el extremo, con toda confianza le hemos de pedir que nos cure y libere de las heridas y limitaciones que nos dificultan seguirle. La segunda, como tenemos experiencia de que Jesús nos ha curado y no ha introducido en el camino que lleva a la vida… queremos proclamar a los cuatro vientos, como el leproso, que Jesús es el que nos ha curado, es nuestro salvador, el que nos ha dado vida.     

Miércoles de la I Semana Ordinaria

Mc 1, 29-39

Jesús ha estado enseñando en la sinagoga. Es una de sus actividades más constantes, junto con las curaciones que hace y de las que el evangelio de hoy nos habla con profusión. Primero, cura a la suegra de Pedro, a cuya casa acude con otros dos de sus discípulos. Ella se pone inmediatamente a servirles: se diría que el primer efecto de la curación es la disponibilidad para el servicio. Somos curados para poder servir mejor a los demás. Agradecemos el bien que recibimos, haciéndoselo a otros.

La gente se agolpa para pedir la curación, sea de alguna enfermedad, sea de la posesión diabólica. La presencia de los demonios aparece en el NT ejerciendo su influencia maligna sobre las personas, así como también desvelando la identidad de Jesús, frente a la incredulidad que muestran muchos de sus oyentes. Paralelamente Jesús aparece siempre neutralizando el poder maléfico de los demonios sobre las personas, y prohibiéndoles hablar sobre su condición mesiánica. No quiere que ésta se malinterprete antes de que, al consumar su misión, pueda revelarse como el Mesías sufriente anunciado por los profetas. Jesús vino para salvar a todos, pero haciéndose el servidor de todos.

Junto a esta tarea solícita en favor de los que sufren, Jesús vive a solas en profunda comunión con el Padre. Los discípulos lo encuentran orando en descampado, antes de despuntar el alba, y le comunican que todo el mundo lo busca. Pero él ha comprendido, en el diálogo de la oración, que su misión tiene que extenderse también a otras partes, en las que debe continuar enseñando y curando. Cuando la multitud quiere acapararlo en un lugar concreto, la oración lo mantiene fiel a su misión de evangelizar siempre más allá. La oración nos reconforta de la labor realizada y, a la vez, nos impulsa a recorrer nuevos horizontes.

¿Cómo agradecemos el bien que recibimos? A ejemplo de Jesús, ¿vivimos para servir? La oración ¿confirma nuestra dedicación a los demás?, ¿nos impulsa a ir más lejos en nuestra misión?

Martes de la I Semana Ordinaria

Mc 1, 21-28

Jesús va a predicar a la sinagoga y los judíos se asombran de la autoridad con la que habla hasta el punto de ver algo nuevo en Él. Y es que en Cristo es todo nuevo, tan nuevo que cambió el mundo para siempre.

¿Cómo no va a tener autoridad el que viene del Padre y es uno con Él? Pero no solo habló en esa ocasión, lo hizo abiertamente durante tres años: en las calles, en las plazas, en el templo, en el campo, a orillas del mar…Y no solo hablaba: Hacía. En este pasaje vemos como libera a un pobre hombre del mal espíritu que le atormentaba, ante el asombro de todos. Aquí el Evangelio nos presenta al Jesús que enseña y al Jesús que cura. Y lo mismo podemos, y debemos, aplicar en nuestras vidas; no podemos limitarnos a dar «buenos consejos» al hermano que sufre, también es nuestro deber ayudarle en lo que podamos, darle nuestra mano. Un viejo refrán castellano dice: «menos predicar y más dar trigo». Y eso debemos hacer nosotros, prestar apoyo espiritual material hasta donde alcancemos, en eso notarán que somos discípulos de Cristo.

Estamos llamados a colaborar en la creación de un mundo nuevo, a ser incómodos si es necesario ante las injusticias, a tender la mano a quien lo necesite sin mirar ni quien es, como hizo el buen samaritano. Y esto se consigue con un corazón abierto a la Palabra de Dios. Os animo a leer todos los días el Evangelio con actitud de oración, es Cristo quien nos habla. En ella tenemos la fuente en la que calmar nuestra sed.

Lunes de la I Semana Ordinaria

Mc 1, 14-20

En nuestro relato de hoy comienza la gran noticia del Evangelio. Jesús ya ha sido reconocido por el Padre en su Bautismo, ha superado la tentación e inicia por la región de Galilea un itinerario que le llevará al cumplimiento de la voluntad del Padre.

Marcos señala que la predicación de la Buena noticia del Reino tiene su comienzo después que Juan fuera entregado, es decir, que fuese encarcelado por Herodes Antipas. Jesús es el tiempo nuevo, lo antiguo ya ha pasado y su novedad consiste en que la salvación ya está aquí, la trae Él con su persona y con su vida. Convertíos y creed, dos palabras que nos introducen en este camino de conocimiento de Jesús. Volverse hacia Él, cambiar el corazón y creed que Jesús es capaz de sacudir y transformar nuestras vidas, como va a hacerlo a continuación con esas dos parejas de hermanos a quienes llama a su seguimiento.

La llamada a los discípulos tiene dos significados en el evangelio de Marcos: por un lado, el seguimiento es el primer signo de ese Reino que inaugura Jesús y que ya está aquí. Por otro, los discípulos compañeros inseparables del Maestro hasta el momento de su muerte, se convierten en modelo de todo creyente que cree conocer a Jesús pero que siente miedo ante la grandeza un proyecto que pasa por la cruz para llegar a una vida sin límites.

La escena en el mar de Galilea nos adentra en un encuentro que nace de la mirada de Jesús a dos hermanos, Simón y Andrés que eran pescadores. La fuerza de la palabra: “venid conmigo y os haré llegar a ser pescadores de hombres” y la inmediatez de la respuesta: “al instante, dejando las redes, le siguieron”, nos deja claro que la persona de Jesús provoca en el ser humano el deseo de un sí que no admite demora.

Un poco más adelante, continuando en su camino, Jesús ve a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, en la barca arreglando las redes. Misma llamada e idéntica respuesta, “dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él”.

Jesús ya no camina solo, las exigencias de dejar sus bienes y su familia han sido acogidas por sus cuatro primeros discípulos. Personajes significativos en la vida del Maestro y en la nuestra. Pero todavía les queda mucho por conocer, comprender y asumir, por ahora nos quedamos con el entusiasmo inicial y la prontitud. He pensado alguna vez ¿cómo es mi respuesta a la llamada de Jesús? ¿Cómo activo ese entusiasmo por la misión a la que he sido llamado?